Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

lunes, 21 de noviembre de 2016

STRIP-TEASE EN ARIZONA

Flagstaff es un pueblo pequeño de Arizona, cerca del Gran Cañón del Colorado. Por un extremo del pueblo pasan más de 70 trenes de carga cada día. La Universidad de Arizona tiene allí una sede con unos 15 mil estudiantes y un gran observatorio astronómico desde dónde descubrieron el planeta Plutón (creo que ahora está en dudas si realmente es o no un planeta) en los años 20 del siglo pasado. En octubre de 2001 estuve allí una semana, invitado por la universidad, que por cierto tiene una biblioteca muy amplia de literatura en español y específicamente cubana. Detalle que me asombró.
En aquella semana no tenía mucho que hacer. Di una conferencia para presentar la edición norteamericana, en  Farrar Straus and  Giroux, de Havana Dirty Trilogy. Asistí a un par de clases para hablar de literatura y escritura con los alumnos. Y ya. Dediqué un día a visitar el Gran Cañón. Otro día a visitar Sedona donde hay mucha gente de la New Age porque se supone que uno de los 7 vórtices de energía del planeta está allí (no puedo explicar más sobre el asunto, lo siento). Otro día visité algunas ruinas de asentamientos indígenas y de reservas de indios. Esto último consistió en llegar apenas a la entrada de la reserva y comprar alguna artesanía. El genocidio de los nativos a manos de los anglosajones fue perfecto. Mucho más perfecto de lo que imaginamos. ¿Qué más? Alguna cena y algún encuentro con profesores, copas abundantes por el medio. Una mañana caminaba aburrido por el centro del pueblo y veo un tugurio de strip-tease: Twin Peaks (metáfora por Dos Tetas). Happy hour: 5 pm.
Ya de entrada sospeché que había gato encerrado. Esa hora no es adecuada para un club de sexo pagado. No obstante, esa tarde fui al Twin Peaks, con un amigo, profesor de la universidad, que quiso acompañarme. Todo vacío. Pedimos cervezas. Budweiser. Sabe a química pero en fin, da igual. No recuerdo si pagamos admisión en la puerta pero de todos modos una chica subió a la plataforma. Pusieron música y ella se meneó un poco para nosotros. Con desgano, somnolienta, aburrida. Nunca se quitó los ajustadores ni el panty. Mi amigo me dijo que las leyes de Arizona prohiben hacer el strip-tease completo. Le dije: "Esto es una estafa". Pedí un whisky doble. Bourbon. La chica, aún más desganada, hacía lo que podía en el escenario. Yo cada vez más frustrado y aburrido. Con un impulso repentino me levanté y le puse un billete de cinco dólares dentro del panty, al menos para tocarle la piel y de paso animarla para que sonriera. Un gorila que estaba al acecho saltó sobre mí, me agarró por los hombros con tenazas de acero y me llevó de regreso a mi silla. Lo hizo tan rápido, tan fácil y tan perfecto que no me dio tiempo ni a protestar.
El gorila me obligó a sentarme. ¿Qué cojones pasa aquí? Mi amigo yanqui de nuevo me explicó: "Si quieres darle propina tienes que tirar el billete al piso y ella lo recoge pero no puedes tocarla". 
-¡Mierda! ¡Esto es una mierda y una estafa,  vamos! -y me tragué el whisky de un golpe.
-No, espérate, paciencia. Ya que estoy aquí...
Él tenía sus planes. Cuando la chica terminó él la llamó (creo que era la única. Al menos no vimos otras). Ella le hizo un table dance (más barato y más separado que el lap dance). Y él tuvo tremenda erección sólo por aquella tontería. Era evidente que tenía un atraso de meses sin ver un instrumento femenino. A mí todo aquello me enfrió. Pensé que mi amigo se iría con la striper a las habitaciones al fondo. No. No hay habitaciones. Las striper no son putas, sólo son stripers. No entiendo a los anglosajones. No los entiendo. Están a mucha distancia de la vida normal. Al fin nos fuimos. Él para su casa. Yo entré en una tienda, compré una pinta de Jack Daniels. Me metí en mi cuarto del hotel y puse música de Credence: Born on the Bayou. Cuando se acabó la música me quedé dormido y  soñé con la soledad del corredor de fondo.
Pasaron los años y hace unos meses me visitó en La Habana un profesor de literatura de una universidad del suroeste de USA. Quiere estudiar algunos aspectos de mi obra pero en los manuscritos. De paso me comentó algo que me impresionó: "De todos modos, no puedo comentar sobre sus libros a mis alumnos porque la universidad está en el llamado Cinturón de la Biblia, que abarca varios estados del suroeste". (me los enumeró pero ya se me olvidaron). Y yo recordé toda aquella historia de Flagstaff y pensé que todo pudo ser peor en Arizona. 

lunes, 7 de noviembre de 2016

LA NOVELA IMPOSIBLE

Eliseo Diego (1920-1994) es considerado uno de los grandes y definitivos poetas de nuestra lengua. Siempre tengo a mano alguno de sus poemarios y lo releo con frecuencia.
Hace unos años su hija Fefé Diego ordenó algunas de las muchas entrevistas que le hicieron. De ese modo surgió un libro: En las extrañas islas de la noche, Ediciones Unión, La Habana 2010. En el prólogo Fefé explica que hizo una selección para evitar repeticiones que aburrirían al lector. Al final quedaron sólo 27 entrevistas en 243 páginas. En ese espacio he encontrado al menos  10 referencias a la novela que Eliseo siempre quiso escribir y que se quedó en eso: puro deseo.
Era un tema obsesionante. Y sus respuestas: "Siempre he tenido esa  ambición pero parece ser que todas las novelas que me hubiera gustado escribir ya han sido escritas". Y en otro momento: "...Podría inventar razones que más o menos dejaran mi dignidad a salvo. Lo cierto es que me falta imaginación. Agreguemos la pereza: como tú sabes muy bien, la novela exige un esfuerzo constante, regular, y además -la que me gustaría hacer- un trabajo previo de investigación para el que no tengo tiempo ni ánimo". Y en la página 44: "Escribir una novela es mi secreta aspiración desde muchacho. Les tengo a los novelistas tanta envidia como a los pintores. Pero la novela que me gustaría escribir es la más difícil..." Y por ahí sigue.
Creo que le sucede a muchos poetas. Juan Gelman siempre decía que sólo escribía poesía porque era muy vago para emprender proyectos mayores. En efecto, yo que he escrito unos cuantos libros de poesía, cuentos y novelas, sé perfectamente que la novela es, con diferencia, el género más exigente. El que más desgasta al escritor. Escribo un poema y en una hora ya lo olvidé y sigo tan fresco. Un cuento lo escribo en dos días y lo olvido de inmediato.
Pero madurar una novela me lleva años. La última, Fabián y el caos, ostenta el récord: estuvo dentro de mí, como un Alien, incomodándome durante 21 años, hasta que una mañana apareció delante de mí la puertecita, entré y ya estaba todo ahí funcionando y yo sólo tenía que escribir. Con decisión y disciplina, para adelantar un  poquito cada día. Y cuanto más se avanza, más se agobia uno con toda esa gente atravesada por conflictos y problemas de todo tipo, que me contaminan y me intranquilizan. Así hasta que un día termino, entrego la novela al editor y todavía me lleva meses olvidarme. Porque para eso escribo: para olvidar, para desprenderme de los monstruos nocturnos.
Sin embargo, la poesía funciona de otro modo. En los últimos cuatro meses, de julio a noviembre, he trabajado en un cuaderno de poemas. Con indisciplina, es decir, a cualquier hora y sólo un rato, media hora ya es mucho. Se titula Cazador y tiene unos 40 y tantos poemas en unas 60 páginas. Y creo que ya se agotó. Siempre es igual. Los poemas empiezan a surgir, el flujo se mantiene unos meses y de pronto cesa. Y ya no hay manera de escribir otro más. Es muy raro e inexplicable. Vienen solos. No hay que buscar nada. Y no sé de dónde salen. Es como si estuvieran escondidos en algún lugar y empezaran a asomar uno a uno. Claro, escribí en una libreta unos 60 poemas. Al final quedaron 40. La poesía  es la destilación del infinito. Tiene que ser perfecta. En el fondo escribo poesía para mí, para entenderme un poco mejor,  y nunca tengo prisa por publicar. Así que comprendo a Eliseo. Hizo bien en inventar pretextos para no escribir su novela. Lo cierto es que nunca la escribió porque nunca tuvo necesidad de hacerlo. Descompresionaba con sus poemas. Y ya. Eso es todo. No hay que darle tantas vueltas.