Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

lunes, 27 de marzo de 2017

HÁBITOS DE LECTURA

Esta es la portada de una nueva edición brasileña de Trilogía sucia de La Habana. A partir de publicar este libro, en 1998, me consideré un escritor. Hasta ese momento era sólo un lector y un aprendiz de brujo. Un lector. Me convertí en un lector furibundo cuando era muy niño. Todos los años me iba de vacaciones (en verano y en Navidad), a la finca de mis abuelos en San Luis, Pinar del Río. Tenía muchos primos y mucha familia. Todavía no había empezado la diáspora  que dividió a las familias. Aquellos meses de vacaciones en el campo son inolvidables. El único problema era por la mañana. Desayunaba y de inmediato me daban deseos de ir al baño. Pero yo le tenía pánico a la letrina que estaba al fondo del patio. Aclaración para los muy urbanitas: Una letrina es un hueco en la tierra donde se acumulan excrementos. Encima le ponen un asiento, casi siempre de madera. El mal olor es horrible. Me aterraba sentarme allí porque pensaba que un majá (serpiente cubana) podía venir por abajo y morderme el culo. ¡No! No quería correr ese riesgo así que cada mañana, después de desayunar, salía corriendo por el camino hasta el pueblo, a medio kilómetro más o menos, y entraba como una tromba en la casa de mi tía Yeya, que tenía un caserón enorme en el centro del pueblo. Pero con un sólo baño. Mis primas cuando me veían llegar casi corriendo, gritaban: "¡Abran paso que ahí viene Pedrito!". Y yo pasaba directo al baño. Unos pocos minutos. Y ya. Tranquilidad.  Entonces me iba a la Quincalla. Me tía tenía una quincalla, en una habitación con un gran ventanal, que daba directamente a la calle. Allí vendía de todo. Desde hilo de coser y agujas hasta artículos de papelería, revistas y periódicos.
Y allí me sentaba en un rincón y me ponía a leer. Comics. Supermán, Batman, La pequeña Lulú, El Pato Donald, etc. Era la época dorada del comic. Los años 50. Yo leía toneladas de comics. Muñequitos les decíamos entonces. La palabra comic vino después. En aquella quincalla había miles y miles acumulados. Los que no se vendían se quedaban allí, nunca se devolvían. Y cuando llegaban las revistas semanales y quincenales mi tía me daba un paquete y yo salía a repartir los números de suscripción y a vender algunas más directamente en la calle, voceando. Fue mi primer trabajo. Ganaba dos centavos con cada ejemplar vendido. Así que mi miedo y asco  a la letrina me permitió entrar en el mundo de la lectura como hábito diario. Y a la prensa, no como periodista, eso vendría después, sino  como expendedor. Una buena manera de empezar. Descubrí además que me gustaba mucho leer la National Geographic y la Mecánica Popular, que también se acumulaban por allí. Al parecer se vendían poco. Más adelante, hacia 1960, se dejaron de importar los comics y las revistas. Y se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar, como bien dice la canción de Carlos Puebla. Entonces descubrí las excelentes bibliotecas públicas de Matanzas. Y empecé a leer libros. En mi casa no teníamos libros. Mi madre leía a veces novelitas de Corín Tellado y mi padre de vez en cuando compraba la revista Bohemia. Pero descubrí que en esa revista salía una página con preguntas sobre temas de salud: ¿Por qué hay que hervir el agua de tomar? ¿Qué hacer si tienes un ataque de asma? ¿Qué hacer si te muerde un perro? Cosas así. Yo las contestaba y las enviaba a una dirección que facilitaban. Y  a vuelta de correo recibía paquetes con libros. Ediciones muy baratas pero gigantescas de los clásicos: Balzac, Chejov, Tolstoi, Dickens, etc. Todavía guardo algunas libretas con mis comentarios de cada libro que leía en esa época. Creo que en esos cuadernos  de apuntes está el germen de lo que vendría después, la escritura, como vicio, como hábito, tan intenso y poderoso como el de la lectura. Son las dos caras de la misma moneda.

lunes, 13 de marzo de 2017

¿EL FIN DE LA LITERATURA?

Cada vez hay más indicios de que la literatura ingresa en una fase de coma irreversible. Hace unos días un colega escritor,  radicado hace años en USA, me contaba que ha tenido mucho éxito de ventas con su primera y única novela, editada por una gran editorial de New York. Él escribió una novela sobre un tema histórico, con muchos datos e información, sin riesgos ni experimentos ni nada. Muy convencional, cuidadosa y decente. Es que él mismo es así. Tranquilo, apacible, sosegado. Me comentó que el contrato es confidencial pero que tiene una cláusula no negociable que obliga al autor a entregar un manuscrito donde no se menoscabe, ofenda, ultraje o moleste ni con el pinchazo de una pestaña a nadie por razones de preferencias sexuales, religiosas, étnicas. 
En nombre de la corrección política atan de pies y manos al escritor porque, ¿quién determina que algo es ofensivo o que daña a la moral?  La moral, como bien sabemos, es muy relativa y elástica como un chicle. Mis libros no clasifican. Eso seguro. Yo, no obstante, seguiré escribiendo como entiendo que debo hacerlo, con total libertad y sin tener en cuenta ese tipo de amarres y convenciones. Pero otros escritores sacan sus cuentas. Por ejemplo, mi amigo ha vendido más de 100 mil ejemplares. Es casi millonario. En un ambiente de puritanismo estéril es rentable ser puritano y reprimir lo que tenemos que escribir en aras de ganar dinero. Y de ese  modo entramos en la censura global. El tiempo de la mediocridad puritana. La mentalidad aldeana que conduce directamente al tedio, a la grisura, a la rutina, al estancamiento. Eso por un lado y por el otro lo que ya sabemos: cada día tenemos más entretenimiento al alcance de la mano, por internet sobre todo, y por tanto menos tiempo para leer libros.
Es una combinación mortal para la literatura. Más entretenimiento conduce a menos tiempo de lectura y a no entrenar los procesos de pensamiento que se requieren para leer libros. Y si añadimos esta mordaza que las editoriales ponen a los escritores, ¿qué nos queda? Escribir tonterías. Novelitas previsibles y respetuosas con las buenas costumbres. Es decir que lo que le sucedió a Flaubert en 1857 cuando publicó Madame Bovary, podría repetirse ahora. Recordemos que fue llevado a tribunales por atentar contra la moral. Se salvó porque contó con un avezado abogado y porque soltó su famosa frase: "Madame Bovary c'est moi". Una pena. Ya sé que siempre ha sido así. La historia de la literatura está saturada de censuras. represiones y persecuciones contra escritores. Pero me parece que ahora estamos peor que antes. Y no sólo en USA. En España, mi amiga Wendy Guerra. Su novela Negra fue rechazada por una gran editorial española. Le dijeron que desde el título ya era racista y que adentro estaba conformada por supersticiones y más racismo. Claro se desarrolla entre personajes que practican la santería afrocubana, no puede ser de otra manera. Por suerte la editorial Anagrama la publicó. Anagrama se mantiene como un reducto de la incorrección y la libertad de expresión. 
Quizás es prematuro decir tajantemente que la literatura está herida de muerte y que su mejor tiempo ya quedó atrás. No sé. Lo que sí es seguro es que está herida  y va dejando un rastro de sangre. Se debilita. La debilitan quienes debieran arriesgar y defenderla. Los editores. Pero así están las cosas. Quieren una sociedad de robots. Y dinero seguro y rápido. Y lo están logrando. De ese modo logran que la gente no proteste, no hable en voz alta, no tenga ideas propias. Uniformidad y silencio. No habrá más Bukowski, ni más Celine, ni más Marqués de Sade, ni más Reinaldo Arenas ni más disidentes. Disculpen por sonar tan pesimista pero eso es lo que veo acercarse. La tormenta del silencio.

lunes, 6 de marzo de 2017

MAPA DIBUJADO POR UN ESPÍA

Cada escritor, cuando muere,  deja siempre algún libro a medio hacer. O escondido por algún rincón porque no le apetece o no puede terminarlo. De ese modo se han perdido definitivamente muchos libros. Hay otros que son rescatados, casi siempre por las viudas, o los viudos, como Ted Hughes que rescató casi todos los poemas y cartas de Silvia Plath y se ocupó con eficacia de editarlas y publicarlas.
El caso más notable y reciente es el de Aurora Bernárdez, primera esposa de Julio Cortázar, que publicó dos o tres libros importantes de Julio bastante después de la muerte del escritor en 1984. El más atractivo para mí es Clases de Literatura en Berkeley, 1980. Notable también la obra rescatada por la viuda de Roberto Bolaños. Y qué decir de los libros de Hemingway, publicados sobre todo por Mary Welsh, su última esposa, y por alguno de sus hijos. El mejor sin dudas es París era una fiesta.
Entre estos rescates recientes tenemos Mapa dibujado por un espía, de Guillermo Cabrera Infante y editado en 2013 por Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, en Barcelona. Es un relato salvado por su viuda Miriam Gómez. Antes la misma editorial había publicado otros dos rescates: La ninfa inconstante (2009) y Cuerpos divinos (2011).
Mapa... lo escribió GCI en 1973. Según su biógrafo Raymond L. Souza en Guillermo Cabrera Infante. Two Island, Many Worlds (1996) dice: "Escrito en 1973, cuando volvió a trabajar después de una grave depresión, el libro le ayudó a reconstruir y exorcizar recuerdos del pasado".
Los hechos que GCI narra en Mapa... ocurren en La Habana en 1965. Como sabemos GCI fue director del magazine cultural Lunes de Revolución, que cerraron en 1961. A él y a otros intelectuales con demasiadas ideas propias los alejaron de La Habana. Eran peligrosos en medio de aquella eclosión de autoritarismo piramidal. Había que salvarlos de sí mismos. GCI va de diplomático a la embajada cubana en  Bruselas. En 1965 viaja a La Habana para visitar a Zoila, su madre, gravemente enferma. Cuando llega ya asiste a su entierro. Unos días después va al aeropuerto para regresar a Bruselas. Un emisario le hace regresar a su casa con el pretexto de que al día siguiente tendría una entrevista con el Ministro de Relaciones Exteriores. Era una mentira. Nunca se reunió con Raúl Roa. Ahí empezó una pesadilla kafkiana que lo retiene por más de cuatro meses en La Habana. Este es un libro electrizante a pesar de que GCI nunca lo publicó en vida porque, "No estoy contento con la narración del libro. Quiero cambiarlo. Pero la pregunta es cuándo. ¿Cómo comprar tiempo?", según le dijo a un periodista.
Creo que es un libro triste e imprescindible, en el sentido que es una memoria de los años 60-70, años especialmente convulsos en Cuba. La literatura es la gran memoria de un pueblo. Lo que no aparece en la prensa ni en los libros de historia debe aparecer en la literatura, que de algún modo es un archivo profundo de cada pueblo.
Yo por mi parte tengo unos cuantos libros de cuentos y poemas y dos o tres novela escondidos por ahí. No me gustan. Viendo cómo están las cosas con la viudas pragmáticas y los hijos eficientes creo que debo decidirme y arrojarlas al fuego. Darles candela diríamos en Cuba. Sí. Creo que es lo mejor. 
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