Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

lunes, 28 de diciembre de 2015

CREPÚSCULO

Estas fotos las tomé hace un par de días desde mi casa en Centro Habana. No puedo resistir la tentación. Cada cierto tiempo tomo estas vistas del crepúsculo. La primera es hacia el este, la entrada al puerto de La Habana. La segunda, hacia el oeste. Mirando esto durante unos minutos me acerco al centro del misterio. Aunque sabemos que todo es relativo. Es decir, que nunca llegaremos. El misterio seguirá ahí, dentro de nosotros. Quizás es que eso es todo. El misterio sólo guarda un misterio infinito. ¿El vacío Zen?

lunes, 21 de diciembre de 2015

A PLENO SOL, SIN PRISA

Siempre recuerdo el sorprendente final de A pleno sol, con Alain Delon, basada en la novela El talento de Ripley, de Patricia Highsmith. La vi cuando se estrenó, hace más de 40 años, y no se me olvida. En su libro Suspense: cómo se escribe una novela de intriga, ella asegura: "Ningún libro fue para mí más fácil de escribir que El talento de Ripley. A menudo tuve la sensación de que Ripley lo estaba escribiendo y yo meramente estaba mecanografiándolo...Los buenos libros se escriben solos...Si el escritor piensa acerca de su material el tiempo suficiente, hasta que se vuelve parte de su mente y su vida, y se acuesta y se despierta pensando en él, cuando al final se siente a trabajar fluirá con voluntad propia. Un escritor debe sentirse en sintonía con su libro mientras lo escribe, ya le lleve seis semanas, seis meses, un año o más".
Esto conecta con el famoso consejo de Hemingway: "Deja de escribir hoy en un punto en que sepas cómo vas a continuar mañana". Lo cual es un consejo sano para evitar algo que aterra a todo escritor: Un bloqueo, no saber cómo continuar el relato.
Creo que esos dos consejos son esenciales: Pensar continuamente en el libro que escribo y dejar la tarea en un punto en que sé lo que sigue a continuación. De ese modo cuando me siento por la mañana a escribir todo fluye sin esfuerzo, con naturalidad. Y sobre todo: se logra que lo que uno escribe funcione y sea creíble.
Hace muchos años, en la década de 1980, yo escribía poemas y cuentos intentando aprender  a escribir. Estuve en ese proceso de entrenamiento casi 30 años. Desde 1967 más o menos, cuando al leer Desayuno en Tiffanys, tuve mi primer impulso firme y definitivo hacia la escritura. Veinte años después, en los ´80, yo seguía intentando aprender. Y escribí una serie de cuentos basados en historias que escuché a mineros del cobre en Minas de Matahambre, una zona de montañas, al noroeste de la provincia de Pinar del Río. Yo era periodista y tenía que ir allí con frecuencia a hacer  entrevistas tontas, rutinarias y aburridas. Pero allí había una cantina popular donde vendían cerveza barata. Allá nos íbamos por las tardes y tragando jarras de cerveza ellos me contaban anécdotas de extraños sucesos en las minas.
Por ejemplo, había un tipo con el pelo y la piel muy blancos. Había perdido todo el pigmento. Le sucedió en un derrumbe. Se quedó enterrado, solo, en un rincón mínimo, casi sin oxígeno. Sus compañeros demoraron casi un día en excavar hasta llegar a él. El miedo a morir ahogado arrasó con todo el pigmento de su pelo y su piel. Allí estaba el hombre, que me miró desconcertado. Hizo un gesto enarcando las cejas y nada más. Miró a otro lado. Quería olvidar aquel suceso.
Después escribí un cuento con esa historia. No funcionaba. No era creíble. No convencía y sonaba estúpido.
Escribí toda una serie de cuentos  que se desarrollaban con las historias de los mineros. Nada. Mierda. No funcionaban. Otro de los consejos de Hemingway es que hay que tener siempre conectado el detector de mierda.
¿Por qué no servían aquellos relatos?
No sé. No tengo una respuesta exacta porque hablamos de algo tan escurridizo como es la escritura. Supongo que yo escribía desde fuera. Yo no era minero, no vivía en aquel pueblo, nunca había trabajado jornadas de 8 horas sudando a un kilómetro de profundidad. No conocía el miedo latente a un derrumbe sorpresivo. Y por tanto escribía de un modo superficial. Escribía "desde afuera". Creo que hay que conocer muy a fondo a la gente, las situaciones y el contexto. Y lo otro es que hay que darle tiempo. Mi querida Grace Paley afirmaba que debía transcurrir mucho tiempo entre tener una experiencia y poder escribir sobre el asunto. "Mucho tiempo" pueden ser 20 años.
Si eres un neófito no sabes esto. Los mineros me contaban algo el jueves y yo el sábado me sentaba a escribir. Sin haber interiorizado lo suficiente. Hay que dejar que el subconsciente trabaje y sedimente. Escribir es un proceso intuitivo. "Un escritor dispone sólo de su intuición", decía Hemingway. Bueno, creo que sí es esencial la intuición y algo más. El tiempo de sedimentación. Como el caldo de uvas para hacer vino. Hay que darle su tiempo de maduración. Sin prisa.

REQUIEM, de Fauré

 Hay tormenta. Un frente frío desciende desde el norte y en unos días se disuelve en el Caribe. Apenas refresca. Unos grados menos. Estas fotos las tomé ayer en una playa al este de La  Habana. Se hacía de noche.
En mis oídos resuena el Introito y los Kyries, entre ráfagas de lluvia y el  viento. Aquí se agradecen los días grises y nublados después de todo el año con tanta luz, tanto sol, y calor, humedad, ruido.
Turner amaba las tormentas. Él sabía que la vida es frágil y leve en medio de los huracanes. En pocos minutos sólo puede quedar una tabla flotando en el agua y un golpe de luz entres las nubes oscuras. Es el aprendizaje. Cuando empiezan a morir los amigos alrededor uno también aprende algo sobre la levedad y lo frágil. Y se agradece. Ahora suena el séptimo y último movimiento: In paradisum. El mar ruge.

lunes, 14 de diciembre de 2015

POROSIDAD DE LAS FRONTERAS

Ahora no la encuentro pero tengo una foto en la que aparezco con el pie derecho en USA y el izquierdo en México.  La hicieron unos amigos en un tramo de la frontera donde había un grueso cable de acero trenzado, colocado a escasos 40 centímetros del suelo. Sólo un símbolo de la frontera.
Era el verano de 1990. En Mexicali. Una ciudad pequeña, dividida literalmente a la mitad. La mitad norte se llama Calexico.
Fue una historia extraña. En los años 80 yo tenía muchos amigos en el mundo. Amigos por correspondencia. Hacíamos Arte-correo o Mail-art, que consiste en hacer pequeñas obras de arte y enviarlas por vía postal a los amigos. Como quien intercambia sellos de correo o monedas. Hay un código ético. El Arte-correo no es comercial. No se compra ni se vende. No utiliza galerías ni museos. Se mantiene bien alejado de todas las reglas e instituciones y no se endiosa a un artista ni la obra. Es decir, funciona al margen del sistema. No al dinero, no a la fama, no al éxito, no al renombre, no a la competencia. Es sólo un juego. Un juego absolutamente inocente. Si no reúne estas características se convierte en otra cosa. Lo habitual era enviar sólo la pequeña pieza, sin cartas ni notas adicionales. Pero a veces se producían excepciones. En Calexico vivía Harry , un americano que producía un arte correo muy original. En algún momento quiso editar y publicar un libro sobre el desarrollo de la poesía visual y experimental en USA y América Latina. La experimentación poética está muy relacionada con el Mail-art. Tanto que las fronteras entre ambos territorios con frecuencia se disuelven. En fin, escribí una larga nota sobre poesía visual en Cuba, Harry la publicó en su libro y por ahí más o menos empezó a divorciarse de una bellísima mexicana con la que se había casado unos años atrás.
Fue un divorcio doloroso y paranoico y Harry me escribía largas cartas a modo de catarsis. Tengo cierta vocación de terapeuta así que le contestaba con mucha sinceridad y comprensión, lo cual generó intimidad, como si fuéramos amigos. En el verano de 1990 asistí a la Bienal de Poesía Visula y Experimental de México D.F. Desde 1984 yo era un invitado permanente a esos eventos muy bien organizados por César Espinosa y su grupo. Allí me encontré con Harry. Nos conocimos personalmente y congeniamos como viejos amigos. Entonces me dio las claves para visitar la frontera. Es decir los contactos de amigos para facilitar las cosas. Yo hacía años que quería conocer esos lugares con nombres tan sonoros: Mexicali-Calexico. No tenía ni idea de la frontera ni de la cultura del bordo, nada. Pero un lugar con esos nombres debía ser apasionante. Dicho así suena imbécil y absurdo. Querer ir a un lugar sólo porque me gustaba el nombre. Allá me fui. Apenas con 200 dólares en el bolsillo y una gran sonrisa para aceptar con naturalidad la ayuda de los amigos: cama y comida. Más simple imposible. En autobuses: México D.F.-Guadalajara-Morelia-Culiacán-Mexicali-Tijuana. Un viaje sin prisas. Abundaron los amores y las mujeres. Yo tenía 40 estupendos años y las sirenas cantaban en las escolleras pero yo no las oía y seguía mi camino.
Por las tardes a veces iba a tomar cerveza y tequila con unos amigos que vivían en una casita pequeña y humilde. Calurosa además. Nos sentábamos en la cocina. Tenían un pequeño patio de arena calcinada, rodeado por una cerca de alambre trenzado. Esa era la frontera. Al otro lado estaba el pequeño patio de una casita de americanos, idéntica a la de mis amigos mexicanos. Creo que se caían mal mutuamente porque no se saludaban. Los americanos eran un matrimonio sin hijos. El tipo manejaba un camión enorme y hermoso y ella era flaca y sexy aunque un poco ajada y con grandes ojeras. Sus mejores tiempos ya habían pasado. Se parecía mucho a Jessica Lange en versión pobre y extenuada.
Una noche se formó una gran tormenta de arena. Recordemos que esas ciudades están en el mismo centro del desierto de Sonora, que al cruzar la frontera le llaman desierto de Arizona. La tormenta demoró una hora. Quizás un poco menos. Nos encerramos en la casita. La arena entraba por las rendijas de puertas y ventanas. Al fin cesó. Salimos y había luna llena. Y todo era azul. La luz de la luna se reflejaba en el cuarzo de los granos de arena suspendidos en el aire, y producía luz azul. Un hecho científico que genera un efecto poético. Y allí nos quedamos disfrutando aquella noche azul y bebiendo cerveza con tequila, sal y limón.
Hay un epílogo: En septiembre regresé a La Habana y comencé un divorcio. Paranoico y esquizofrénico como había sido el de Harry. Pero no tuve a nadie cerca con vocación de terapeuta. Mi vida se puso patas arriba. Pero me sentía bien. Y seguí adelante.

jueves, 26 de noviembre de 2015

POESÍA ESCOGIDA

Este libro acaba de salir en estos días, por la editorial Verbum, de Madrid. Tiene unas 270 páginas y es una selección de mis últimos nueve libros de poesía. Es decir, escogí 10-12 poemas de cada libro: Espléndidos peces plateados, Fuego contra los herejes, Yo y una lujuriosa negra vieja, Lulú la perdida, Morir en París, Arrastrando hojas secas hacia la oscuridad, etc. 
Tiene un prólogo muy interesante debido a Rafael Acosta. Y lo único que puedo decir es que hace unas semanas, mientras revisaba las galeradas, comprendí que es como una pequeña y sucinta autobiografía. A medida que yo avanzaba en la lectura era evidente que Pedro Juan iba cambiando. No sé si para peor o para mejor. Pero cambiando seguro. Para mí la poesía es la libertad total. Creo que lo único que no puedo explicar es cómo se escribe un poema. Puedo explicar más o menos cómo se escribe un cuento o una novela, pero la poesía es un misterio. Escribo a ciegas. No entiendo. Escribo el poema a mano, lo paso a máquina. Lo dejo unos días, lo corrijo de nuevo, lo vuelvo a pasar en limpio. Así muchas veces hasta que siento que ya está listo y es mejor olvidarlo. Pasa el tiempo, organizo un libro. Y quizás un año después leo de nuevo todos los poemas y entonces es que el conjunto adquiere algún sentido, alguna coherencia, alguna unidad. Es muy raro pero es así. Así que espero les guste. Es todo lo que puedo decir.

LITERATURA INCÓMODA

Desde niño escucho una frase típica sobre la lectura: "Leer te hace más culto". Nunca creí esa tontería. Yo leía simplemente porque me gustaba. Y me gusta. Y -sobre todo- porque adquirí el hábito de la lectura desde muy niño, con los comics, que leía por toneladas. Después adquirí otros hábitos y vicios: alcohol, tabaco, lujuria desenfrenada, sadismo, furia. Por ahora sigo cultivando el de la lectura intensa, que es un hábito aceptable y conveniente.
En los últimos años hemos temido que la lectura disminuya al mismo ritmo que han disminuido las ventas de libros. Me refiero a España y me refiero concretamente a la lectura de libros. Ya sabemos que las lecturas de textos cortos en internet va in crescendo, pero me refiero a la lectura en profundidad. En España han registrado desde 2007 una baja de las ventas en papel y un alza  en venta de e-books. La consecuencia más evidente y nefasta es que hay una explosión de libros ligeros, para decirlo de algún modo. Libros de entretenimiento. Algunos tan tontos que de inmediato los convierten en telenovelas. Surgen decenas de escritores, más bien artesanos, cuyo único objetivo es vender millones y forrarse y a otra cosa mariposa.  Algunos logran su objetivo. El espíritu de la época es el mercantilismo a ultranza.
Si nos ponemos pesimistas podríamos suponer que de seguir esa tendencia la literatura podría desaparecer. Porque aunque algunos escritores mantengan su capacidad de riesgo y su necesidad de escribir a fondo, los editores no quieren libros "incómodos". Muy pocas editoriales mantienen contra viento y marea su espíritu de aventura y riesgo. Publicando libros "conflictivos" nadie se hace millonario. Ni escritores ni editores. Así que es mejor ser light, descafeinado y cerveza sin alcohol.
En mi caso Jorge Herralde, el boss de Anagrama, me repite cada cierto tiempo: "Bukowski nunca fue un best seller. Tú tampoco. Ustedes son long-sellers, es decir que venden un poco cada mes y así se mantienen durante años". Con ese tipo de ventas un autor vive con holgura económica y ya. Hasta ahí. Para mí es perfecto porque sigo escribiendo lo que me da la gana y me mantengo alejado del bullicio mediático y el stress de los festivales y los aeropuertos y el corre corre de aquí pallá como un loquito postmoderno más.
Ahora he pasado unos días en México D.F. y he comprobado que el síndrome de la gripe española no ha llegado a América Latina. Creo que en nuestro continente muy pocos hablan de e-books. Todos siguen deseando leeer en papel y los libros de entretenimiento puro se mantienen en niveles aceptables y no se han disparado.
Supongo que esta situación se debe a que los latinoamericanos no atravesamos una crisis como la que afecta a España y a otros países europeos desde 2007. Nosotros estamos mucho mejor porque siempre hemos vivido en crisis. Genreación tras generación. Crisis y esperanza de mejorar. Crisis-esperanza- frustración. Y de nuevo: Crisis-esperanza- frustración. Así que ya es costumbre. Y ese es un buen caldo de cultivo para la literatura incómoda y el arte conflictivo. Porque para evitar el desespero y la esquizofrenia, escribimos y por lo menos cuando morimos dejamos atrás nuestra memoria en blanco y negro, que ya es algo. Una escritura nerviosa, una escritura alcóholica, una escritura aterrada, una escritura de crisis permanente. Una escritura llena de dudas y de preguntas sin respuesta. Una escritura nocturna producida por escritores aterrados que controlan su miedo como pueden y siguen escribiendo a pesar de todo.
Por eso en Europa con frecuencia se aterran en las editoriales con nuestros manuscritos y los devuelven, un poco asqueados de haber tocado semejante artefacto. También se asquean a veces con nuestras películas. Es que tienen una sensibilidad más limpia o más fina, o más burguesa, o no sé. No sé. No es que sean frívolos o snobs. Es que no entienden. No quieren entender lo que sucede más allá de la puertecita de sus jardines. Creo que están anestesiados. Y no lo saben. Lo peor es que no lo saben.

martes, 17 de noviembre de 2015

VIRGILIO PIÑERA, PERIODISTA

Virgilio Piñera fue uno de los escritores más cáusticos y corrosivos que han nacido en esta isla. Agudo y venenoso como pocos. Durante algunos años ejerció como periodista, entre 1959 y 1961, en el periódico Revolución y en el suplemento cultural Lunes de Revolución. 
Ediciones Unión, en La Habana, publicó hace unos meses una compilación de todos sus escritos periodísticos de esa época. Un libro muy bien editado, con abundantes notas a pie de página y con un prólogo muy esclarecedor. Es una compilación excelente hecha por dos jóvenes: Dainerys Machado y Ernesto Fundora. Muy oportuno además este libro porque aparece en un momento en que se extingue la especie de los suplementos culturales en papel y también hace años se extinguieron los escritores rebeldes y cáusticos, sustituidos por los sonrientes y agradecidos. 
Creo que es un libro muy útil para quien quiera aproximarse a los vertiginosos y radicales años 60. Aunque es difícil conseguilo. La edición de 3 mil ejemplares se agotó en pocos días. En sus 364 páginas lo mismo encontramos un reportaje sobre la industria del guano de murciélago en Camagüey que una nota preciosa sobre los poetas cubanos del siglo XIX o un atinado comentario sobre la horrible novela Amistad funesta, de José Martí. Además de arengas para que los escritores escriban sobre los tiempos revolucionarios y se olviden del pasado burgués, y que además se incorporen a las milicias. También hay encendidas e incendiarias notas contra el Diario de La Marina y contra esto y aquello y a favor de lo otro y lo de más allá. Posicionamientos en blanco y negro abundan. Eran tiempos en que se exigía a todo el mundo una definición. "No se puede estar en la cerca. Estar en la cerca es estar con el enemigo". Esa frase se repetía cada día hasta el cansancio.
Ahora tenemos el privilegio de leer todo esto 55  años después y nos sonreímos. A mi modo de ver el principal valor que se desprende de su lectura es apreciar la indigencia total en que vivían los escritores cubanos de entonces. No había editoriales. El que se decidía costeaba su propia edición en alguna imprenta. Para tirar 200 ejemplares. 400 ya era un derroche. Y -lógico- con ese panorama los lectores escaseaban. A partir de 1960 se creó la Imprenta Nacional y la situación cambió. También se inició una efectiva y masiva campaña para elevar la educación del pueblo. Entonces otros fueron los problemas. Problemas siempre hay. Diferentes. Para ponernos a prueba. Fue un proceso convulso y complejo que finalmente desembocó en el llamado Decenio negro, de los años 70. En internet se encuentra mucha información, casi toda escrita por los protagonistas, aunque ya sería hora de organizar todo eso minuciosamente en un libro. Creo que no existe aún.
El último número de Lunes de Revolución salió el 6 de noviembre de 1961. El pretexto fue "que no había papel", jejejejeje, he escuchado eso decenas de veces. En 1965 se fundó el Partido Comunista de Cuba y se "fusionaron" los últimos periódicos que quedaban. Desde entonces sólo Granma y Juventud Rebelde.Ya no había espacio para cronistas corrosivos como Virgilio Piñera. No. Era tiempo de héroes, no de gente protestona.
El primer texto que yo publiqué fue precisamente en el periódico Granma, en 1969, sobre los jóvenes del servicio militar que cortábamos caña en Camagüey para la zafra azucarera. Una crónica muy heroica, por supuesto y creo que se titulaba En Mamanantuabo. Que parece una mala palabra pero era el nombre del lugar donde teníamos el campamento, cerca de Morón. Después, en 1973, empecé a trabajar como periodista en una emisora de radio provincial. Había allí un periodista ya viejo, cínico y socarrón, como se ponen todos los periodistas viejos en el mundo entero. Medio en broma me repetía una frase cada vez que podía: "Aplaude que a ti te pagan para que aplaudas". Aquello me sonaba a diversionismo ideológico profundo así que me hacía el bobo y lo ignoraba para no buscarme problemas. Yo era muy joven y soy un poco lento de entendederas. Me llevo más de 20 años entender a fondo aquella frase, que era como un koán del Zen. Al fin la entendí. Entonces empecé a publicar mis libros. Y me alejé del periodismo.

jueves, 12 de noviembre de 2015

UN OLOR A HUMO

Después de toda una vida leyendo, ahora me interesa sobretodo lo que hay detrás de cada libro. Es decir, los autores y sus circunstancias. Quizás por eso leo algunas biografías y libros de memorias y recuerdos de algunos escritores. Como París era una fiesta, de Hemingway, o la última biografía de Salinger publicada en 2014 en español, por Seix Barral. A veces encuentro respuestas a mi curiosidad. Que se concentra en unos pocos autores. No muchos. Por lo general hoy en día los escritores se montan en lo que llaman su "carrera" de escritor. Son esos escritores que necesitan mantener una presencia mediática para que no los olviden, que agradecen a sus editoriales cuando les gestionan algún premio, y que trabajan compulsivamente para publicar un libro cada dos años.
Son esclavos del ego. Pero no lo saben porque suben y bajan desesperadamente de aviones, entran y salen de habitaciones de hotel y se presentan en todos los festivales posibles, mientras fuman y escriben en su ordenador portátil. Escriben con la punta de los dedos en hoteles y aeropuertos. No hay tiempo para digerir. Tienen que escribir rápido porque el editor está esperando. Mercaderes. Sólo eso. Así que no dejan tiempo ni espacio para reflexionar un poco sobre sí mismo y lo que hacen. Y la vida se les escapa entre los dedos. Son víctimas del espíritu de la época: el espíritu mercantil y el vértigo.
Por suerte, a veces surgen escritores de otro tipo. Acabo de releer Todos se van, de Wendy Guerra. Una novela importante y estupenda. Hace unos años ganó el premio Bruguera. Y claro, ante un relato tan fuerte uno se inquieta. Dos veces le he preguntado a Wendy: "¿Todo eso es cierto? Es muy autobiográfica esa novela. O lo parece." La respuesta es un sutil sonrisa de Mona Lisa Extraviada. A buen entendedor con ninguna palabra basta.
En esta afición a indagar en las zonas ocultas de algunos libros he tenido una experiencia espectacular. Con Juan Rulfo. Adoro los dos libros de Juan Rulfo  (por suerte, al morir el escritor sus parientes no publicaron nada, menos mal). Todos adoramos esos dos libros. Ese modo de escribir entre el humo, como quien entra y sale sutil y constantemente del mundo de los muertos.
Hace muchos años, alrededor de 1990, estoy pasando unos días en Morelia, Michoacán, con unos amigos, Mario y Graciela. Un domingo lo dedicamos a recorrer los alrededores del lago de Pátzcuaro. Hay varios pueblecitos y cada uno se dedica a una artesanía específica.: cestería, madera, metales, etc. Uno de esos pueblos, polvorientos y pobres, es Capula. Allí se dedican a la cerámica utilitaria. Hacen y venden platos, pozuelos, jarras, etc. En el pueblo abundan los hornos de leña para cocinar la cerámica. Hay grandes y antiguos caserones, oscuros y desvencijados, con portales alrededor y una atmósfera como de abandono y pobreza eterna.
En algún momento, en pleno mediodía, veo una viejas muy delgadas, vestidas de negro. Dos o tres viejas, que se mueven en medio del humo  y el polvo. A lo lejos. Entran y salen de la oscuridad de aquellos caserones. Hay silencio y no se escuchan ni las pisadas ni el crepitar de la leña en los hornos. Sólo aquellos fantasmas con largos sayos negros moviéndose como si flotaran en el humo. Y ahí estaba todo. Juan Rulfo no apareció pero estaba allí, haciéndome un guiño. Y de pronto ya no era Capula, sino Comala. Entre el humo y el silencio, el mundo de tinieblas y de muertos. Todo inasible. Inexplicable.

lunes, 19 de octubre de 2015

UN AUTÓGRAFO DEL GABO

Alvaro Castillo Granada es un librero de Bogota, conocido y reconocido. Es dueño de San Librario-Libros, un santuario  de libros viejos, antiguos, raros y exquisitos. Viene a Cuba un par de veces al año y cultiva con un cariño especial a sus amistades cubanas. En estos días me contó la verdadera historia del robo de un libro, suceso que lo lanzó a ser durante unos días el librero más famoso del mundo, al menos en el eterno show que montan los medios en internet, y que poco o nada tiene que ver con el periodismo. Es un show de escándalos.
Todo comenzó el sábado 2 de mayo 2015 en la Feria del Libro de Bogotá. Unos ladrones abrieron una vitrina y robaron un libro muy especial: la edición príncipe de Cien años de soledad, editorial Sudamericana, 1967, dedicado por García Márquez a Alvaro. La librería Macondo había solicitado a Alvaro -en préstamo- un total de 32 ediciones príncipe, todas dedicadas  por los autores. Los cacos, no se sabe cómo y nunca se sabrá, abrieron la vitrina, robaron sólo el ejemplar de Cien años de soledad y volvieron a componer todo de tal modo que el robo se descubrió al día siguiente. Cuando percibieron el hurto el diario EL TIEMPO.COM publicó una pequeña nota y en minutos se desató el pandemonium. Desde El País, de España, hasta Le Monde Diplomatique, de París, hasta Radio Manicaragua, de un pueblecito perdido en el centro de Cuba. Todos querían una entrevista exclusiva con Alvaro. Aquella repentina tormenta primero fue entretenida, después se convirtió en una tortura. Alvaro, hombre pacífico, tranquilo hasta la humildad, se sintió rebasado y con los nervios como cuerdas de acero (expresión propia de escritores norteamericanos de los años ´40 pero que me encanta). Pues ahí tenemos la  situación del drama: el show mediático, Alvaro aplastado, el libro sin aparecer. 
En ese punto Alvaro recibe una llamada de un colega, librero también, de Bogotá. Le pide que se encuentren personalmente. Así lo hacen. Con gran misterio, el colega le cuenta que los ladrones le llamaron y le pidieron dos mil 500 dólares para devolver el libro. Una especie de secuestro expres. Alvaro, desconcertado, desconectó del asunto. Los periodistas insistían. Alvaro, con el sueño alterado cada noche y su vida dislocada. Al fin lo llamaron de las oficinas centrales de la policía. El comandante fulano de tal le anunciaba que habían recuperado su libro y se lo devolverían de inmediato. Un carro patrulla ya iba en camino para trasladarlo. Y así fue. El comadante había convocado una conferencia de prensa -si podemos brillar en el show no tenemos por qué quedarnos fuera-. Así que Alvaro recuperó su libro ante la parafernalia de los medios. Y además el señor comandante anunció que el libro valía 60 mil dólares. Alvaro comprendió de golpe que a partir de ese momento se había convertido en una atractiva diana para todos los ladrones de Colombia. En realidad el libro puede valer mucho más. En una subasta en New York, París, Londres, y con vientos a favor, puede rebasar los 200 mil euros. De tal modo Alvaro tomó una decisión radical, generosa y cortante. Se acercó a los micrófonos y anunció: "Muchas gracias a la policía y al comandante. Les anuncio que he tomado la decisión de donar a la Biblioteca Nacional este libro y toda mi colección sobre Gabriel García Márquez, contenida en nueve cajas grandes".
La donación se efectuó unos días después. Desde mayo. Han pasado cinco meses. Aún no ha recibido una elemental carta de agradecimiento. Le hice una pregunta lógica:
-¿Estarán bien protegidos en esa biblioteca? ¿Blindados contra ladrones? ¿Control de humedad y temperatura?
-No tengo ni idea, Pedro Juan. Pero al menos estoy tranquilo.
-¿Y los ladrones? ¿Están presos?
-No. No se sabe cómo la policía recuperó el libro. Todo quedará en el misterio. Pero no quiero saber nada más. Se acabó.

viernes, 2 de octubre de 2015

LA POBLACION NOCTURNA

Marguerite Duras y el alcohol. Y la soledad, y la noche, y el humo de los cigarrillos. En 1958 compró una casa grande y solitaria, en Neauphle, a cierta distancia de París. Había escrito el guión de la película de Alain Resnais  Hiroshima mon amour. Había ganado suficiente dinero y ya quería apartarse del bullicio. Tenía apenas 44 años y murió con 82, en 1996. Así que aquella casa enorme y solitaria sale una y otra vez en  sus libros. Escribió 40 novelas, 12 obras de teatro, además de  unas cuantas películas y documentales. Su obra de más éxito fue El  amante, que vendió más de tres millones de ejemplares. Yo siempre busco sus libros. Es un vicio. El vicio Marguerite Duras. En París, hace años, compré por muy poco en un puesto callejero un libro de fotos. Ella haciendo algunas de sus películas en su caserón. Ahora en Barcelona, en una feria en Paseo de Gracia, he encontrado  un pequeño tomo de notas. La vida material, editado por Plaza y Janés en 1988.  Cuando lo escribió ya tenía más de 70 años y estaba enamorada de Yann, un joven amante que le hacía compañía y la cuidaba en sus momentos de enfermedad. Padecía de enfisema, con graves accesos de  ahogo. En este librito escribe sobre sus temas obsesivos, de un modo breve y magistral. El alcohol, los animales, la soledad,  el amor, los amantes, el sexo, la fotografía, los bosques, la vida cotidiana, la televisión, la infancia en Indochina, la vejez y la enfermedad, Toda su escritura siempre me parece envuelta en niebla, en humo, en la oscuridad y el silencio de la noche, en los fantasmas de sus antepasados. Siempre. En cada palabra, en cada frase siento el sopor y la lejanía de una mujer que escribe como si estuviera siempre escondida y distante. Ningún hombre puede escribir así. Por eso me fascina y leo sus textos una y otra vez. Recuerdo perfectamente que lo primero que leí fue un relato breve: Una tarde de M. Andesmas. Al parecer no pasa nada en ese relato, pero todo está ahí, sin mencionarlo. Increíble. ¿Cómo esta mujer puede escribir así?, me pregunté. Hace 30 o quizás 40 años de esa lectura. Y sigo haciéndome la misma pregunta. ¿Podré escribir así algún día? ¿Puedo intentarlo?
 "He vivido sola con el alcohol durante veranos enteros en Neauphle. La gente venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en la casa, y allí el alcohol adquirió todo su sentido. El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que cualquier otra cosa. Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano". 
La escritura es otro de sus temas obsesivos: "Escribir no es contar historias. Es lo contrario de contar historias. Es contarlo todo a la vez. Es contar una historia y la ausencia de esa historia. Es contar una historia que ocurre por su ausencia".
La nota más brutal y terrible es la última. Se titula La población nocturna. Y cuenta una terrible etapa de locura y de visiones, producidas por el alcohol. Delirium tremens creo que se llama. Narra con detalle los monstruos y todo lo que veía y escuchaba, sobre todo de noche. Y me estremezco. Me duele que el alcohol la destrozara hasta ese punto. Pero es así. Cuando se recuperó un poco, inmediatamente se sentó y lo escribió todo. Es el destino de los escritores. Escribir todo. Todo. Flagelarse.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

ARQUITECTURAS

Aquí estoy, sonriente, frente a la Casa Batlló, hace dos días, en Barcelona. Siempre que sale un nuevo libro mío en Anagrama, la editorial me invita a esa ciudad para una presentación ante la prensa. Ahora cumplí el rito promocional con Fabián y el caos. Y, como siempre, aprovecho los ratos libres para volver a visitar las casas que construyó Gaudí. La Matanzas de mi infancia era como una Barcelona en miniatura. Casas de piedra gris primorosamente labrada, casi siempre de dos o tres pisos, herrajes muy elaborados, mezclas de art noveau con neoclásico, carpintería tallada con exquisitez, zaguanes de entrada para carruajes y caballos, siempre grandes, fríos, oscuros y húmedos, patios interiores amplios y frescos, con vegetación verde, flores abundantes, pozos y fuentes donde se oye caer el agua.
Yo había vivido en otra ciudad, Pinar del Río. Y al llegar a Matanzas, con tres o cuatro años, me impresionó tanto que no olvido jamás aquel momento. Pinar del Río era una ciudad pequeña, pobre, aburrida. Matanzas era grande, tenía un puerto muy activo, tenía playas, teatro, museos, vida cultural, industrias, un barrio de putas grande, con bares y vida nocturna, y miles de emigrantes de todas partes del mundo. Era una ciudad dinámica, en pleno auge. Le llamaban La Atenas de Cuba, debido al intenso desarrollo cultural que registró desde el siglo XVIII.
En Matanzas se me curó el asma para siempre. Es la ciudad de mi infancia y juventud. Primero Matanzas, después La Habana. Cuando visité Barcelona por primera vez, en 1998, encontré -también en Madrid, por supuesto, que es la tercera ciudad de mi vida- las bases de la arquitectura matancera y habanera.  Entonces entendí un poco más.
Cuando aún vivía en Matanzas quería ser arquitecto. Y me dediqué a coleccionar y estudiar todo sobre la arquitectura moderna. Libros, fotos, folletos, todo. Le Corbusier, Gropius, Alvar Alto, Niemeyer, Frank Lloyd Wright, Gaudí. Todo lo guardaba y estudiaba. Vi  diez veces una película francesa sólo porque salía durante unos minutos la capilla de Ronchamp, de Le Corbusier. Pasiones adolescentes. Hasta que trabajé unos años en la construcción -entre los 21 y los 23 años- y comprendí que los arquitectos poco o nada pueden hacer si viven y trabajan en países pobres. Entonces desistí de la arquitectura. Quedó como un hobby, junto a la música, la filatelia, el cine, los kayaks y la natación.
Ahora me emociono con las obras de los grandes, como cualquier mortal. Me emocionan esos edificios tan diferentes. Pensados y construídos  con el objetivo esencial de marcar distancia. Edificios  siempre altivos y arrogantes. Lo cual está muy bien. Entra dentro de esa filosofía que tanto me gusta: Si puedo ser diferente y mejor, siempre seré diferente y mejor. Y no me canso de mirar en Londres, París, New York,en toda Europa, donde quiera que voy. Y también en La Habana, con esos cientos y cientos de edificios hermosos y viejos, todos diferentes. En fin, ese pequeño arquitecto sigue vivo dentro de mí y sigo disfrutando, aunque mi vida cogió otro rumbo cuando en 1972 entré en La Universidad de La Habana para hacer una Licenciatura en Periodismo. Y no me arrepiento. Creo que fue lo mejor que me pudo pasar. En definitiva el gato tiene cuatro patas y puede coger un solo camino.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

FLAMENCO Y HAMBURGUESAS

Era un proyecto  experimental y apasionante. Montamos un performance de 45 minutos para presentarlo en una Bienal de Poesía Visual y Experimental en Ciudad México. Lorna Burdsall era la directora del grupo. Era en La Habana, a principios de 1990. Ninguno de nosotros -nadie- imaginaba la hecatombe que se precipitaría sobre Cuba a partir de 1991. La peor crisis de toda su historia. Por suerte no poseemos la capacidad de anticiparnos. Estupendo vivir al día. 
Los ensayos los hacíamos en casa de Lorna, cerca del Johnny Dream, en la ribera del río Almendares. Eramos apenas cuatro bailarines y un músico. Yo bailaba también y se usaban algunos textos míos. El músico, aunque era un gran pianista,  se situaba en un rincón del escenario y hacía música aleatoria, por tanto siempre cambiaba. A mí me gustaba aquello y me le unía. De aquellos dúos salía algo que podía recordar a John Cage en sus momentos más alegres y menos silenciosos.
Lorna había sido esposa del comandante Manuel Piñeiro, Barbarroja, y, discretamente, tenía relaciones insospechadas. Eso le permitió darnos una sorpresa inolvidable. Ya habíamos entrado en la fase final de montaje. Habíamos desarrollado varios ensayos generales y salieron bien. 45 minutos sin interrupciones y bien fluido. Nos citó para otro ensayo general. Lo preparamos todo, pero Lorna no daba la orden de empezar.  Al fin a eso de las diez de la noche tocaron a la puerta. Y entró Antonio Gades. ¡¡¡Ufff!!! ¡¡¡Gades en persona!!! Sonriente. Con ese aplomo y soltura muy relajada que siempre desprenden los grandes bailarines hombres. Las mujeres bailarinas tienen un aura muy diferente. Nos saludó cortésmente y se sentó. Hicimos el ensayo para él. Primera vez que teníamos público. Fue un jugada genial de Lorna. Una prueba de fuego.
Terminamos y, como niños anhelantes, rodeamos a Gades. Su criterio era esencial. "Está muy bien. Muy interesante" Y agregó alguna otra cortesía de circunstancias que ahora no recuerdo. Claro. Han pasado 25 años y ahora comprendo que a él lo que más le interesaba y de lo que sabía era del flamenco. No la danza moderna. Lógico. Entonces nos relajamos. Lorna sacó botellas de whisky y platillos para picotear y nos pusimos a hablar hasta  las dos o las tres de la madrugada. Gades dijo algo que jamás he olvidado: "Cada cosa en su lugar. Yo aprendí a bailar con los gitanos. Sin proponerme nada y sin aspirar a nada. Para divertirme. Ahora voy a Nueva York, doy clases de flamenco y cuando terminamos los alumnos salen, van a una cafetería al frente del teatro a comer hamburguesas y Coca Cola. Así no. Así no funciona".
                                        *********
Yo le había hecho una larga entrevista a Lorna, que se había publicado a fines de 1989 en la revista Bohemia. La visité muchas veces y fuimos preparando el reportaje lentamente. Sin prisas. Ella había nacido en  Estados Unidos en 1928. En aquel momento tenía 61 años  y se mantenía con un físico y unas condiciones estupendas. Fue, junto con Ramiro Guerra, una pionera de la danza moderna en Cuba. Había estudiado en NYC con los grandes: Martha Graham, José Limón, Anthony Tudor, etc. En La Habana fundó en 1959 el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba y en 1965 la Escuela Nacional de Danza. Lo cual fue esencial para abrir el panorama de la danza en Cuba, dominado totalmente hasta ese momento por el ballet clásico, es decir, el Ballet Nacional de Cuba, dirigido por Alicia Alonso.
Lorna fue la bailarina perfecta de danza moderna. Experimental, innovadora, sin miedo alguno a todo lo nuevo, con un espíritu joven hasta el último día de su vida. Hoy existen numerosos grupos de danza moderna situados en primera línea y muy reconocidos internacionalmente. Pero todo comenzó en aquellos años en que Lorna Burdsall y Ramiro Guerra eran jóvenes y se lanzaron adelante.

viernes, 28 de agosto de 2015

¿QUIERES SER UN GHOST?

Un periodista italiano radicado en La Habana me invitó a una cena en su casa. Una esposa encantadora, una casa acogedora, una cena deliciosa. Velas, serenidad, placidez. Todo tranquilo. Reunió a un reducido grupo de amigos. Una noche más. De las que se olvidan en poco tiempo. Pero   recuerdo con precisión exacta a un personaje. Se presentó como escritor y se apresuró a decirme que había leído mis libros, mencionó el nombre de mi editorial italiana y entornó los ojos como si hablara de oro en barras. Me dio su tarjeta y me obsequió uno de "sus" libros. Era una novelita de espionaje, de quinta categoría, con una mujer casi desnuda en la portada, con una ametralladora en las manos y colores chillones. Imposible hacerlo peor. El tipo era bajito, feo, repelente, con cara de rata. Insistía en hablarme en francés aunque yo entiendo bien el italiano. Me dijo que estaría unos días en La Habana buscando atmósfera para su próxima novela. No le creí aquella estupidez. Iba acompañado por una excitante señora de 40-50 años, más alta que él, y con un decidido charmé de puta por horas. De lejos se veía que no tenían nada que ver uno con el otro, y que era sencillamente una escort girl alquilada por teléfono.  Ahora se notaba cierta tensión entre los dos. La señora usaba un short muy pequeño y demasiado ajustado para el lugar y la hora. Una blusa descotada, pintura muy roja en las uñas de los pies.  Fumaba sin parar y estaba descentrada, mirando hacia otra parte con tal de no ver al renacuajo que le pagaba. 
Alguien cerca quería decirme algo, así que me alejé de ellos. Unos whiskies después el tipo volvió a la revancha. Se acercó,  me agarró por un brazo y me insistió. Quería contarme algo de todos  modos. Hablando muy bajo me dijo que más bien era editor y que publicaba aquellos libritos a un ritmo semanal gracias a unos colaboradores muy rápidos y eficientes.
-Pero todos salen con su nombre.
-Sí, es una marca registrada.
-Ghostwriters?
-Exacto. ¿Le di mi tarjeta? Pues... ya sabe...pago muy bien y rápido...
Hizo un gesto ambivalente como quien dice: "Si algún día necesita dinero me puede llamar".
Lo miré asombrado. Aquella comadreja me proponía ser uno de sus ghostwriters. Hice acopio de humildad, me dije a mí mismo: "Pedrito baja el ego, no pasa nada". Y le sonreí educadamente.  El tipo siguió: 
-Es un gran trabajo. Una gran contribución. Literatura de calidad. Y estoy pensando entrar en el mercado de América. Traducir al inglés y entrar directo a New York. Un gran negocio. Aunque los críticos no me tienen en cuenta. No existo para los señores críticos. Jamás mencionan mis novelas.
-¿Quieres que te reconozcan?
-Sí, sí. Es un asunto de justicia.
Y repitió de nuevo por tercera o cuarta vez:
-Pour ces Messieurs les critiques je n'existe pas. Ils m'ont toujours ignoré.
La putona a su lado ya iba por unos cuantos whiskies y tenía los ojos  marchitos y oscuros como un pequeño demonio. Me miró con una  sonrisa enigmática que se podría traducir: "No le prestes atención, es un imbécil total y un estafador. Me gustaría irme contigo esta noche".
Por suerte el anfitrión se acercó, me preguntó algo y me arrastró a presentarme a un señor de Milano que fabrica mangueras para jardines. Y hablamos sobre flores tropicales, que es un hermoso tema.

lunes, 17 de agosto de 2015

LOS ESCRITORES CALLEJEROS

Esta es una portada de Black Mask la famosa revista pulp que se publicó en Estados Unidos entre 1920 y 1951. Ahí escribieron todos. Raymond Chandler (1888-1949), Dashiell Hammett (1894-1961), y un largo etcétera. Sólo escribían esos cuentos para ganar un dinero y seguir adelante. Sin más pretensiones. Pero el tiempo   es un gran mitificador  y además ayuda a sedimentar. Por ejemplo del otro grande de esa época, James M. Cain (1892-1977)  sólo seguimos leyendo sus dos grandes novelas El cartero siempre llama dos veces y Pacto de sangre. Para mi gusto es mejor olvidar sus otras 21 novelas. Ahora estuve leyendo el ensayo El simple arte de matar (1950), de Raymond Chandler, que me gusta mucho y lo releo cada cierto tiempo. Sobre todo porque -con educación y elegancia- dice que los escritores ingleses de misterio -de aquel momento y anteriores, se entiende- no tenían ni idea de lo que escribían y suponían que los criminales  tienen dentro un mecanismo suizo de relojería y funcionaban como robots. Es decir, no eran creíbles. Para no hablar de sí mismo, dice que fue Hammett el que inició ese nuevo modo "callejero" de escribir: "...Hammett escribió para personas con una actitud decidida y agresiva ante la vida. No les daba miedo el lado turbio de las cosas; vivían en él. La violencia no los consternaba; la tenían en su misma calle. Hammett devolvió el asesinato  a la clase de personas que lo cometen por alguna razón, no sólo para proporcionar un cadáver. Y lo hacen  con los medios que tienen a mano, no con pistolas de duelo labradas a mano, curare o peces tropicales. Los plasmó en el papel tal como eran, y les hizo hablar y pensar en el lenguaje que utilizaban habitualmente."  El ensayo tiene otros momentos muy importantes porque pone las cosas en su lugar en cuanto al relato realista de género negro. Yo voy un poco más allá. A mi modo de ver  el  relato policiaco barato norteamericano se adelantó a los escritores "serios". Como no tenían pretensiones intelectuales no tenían nada que perder. Así que se lanzaron  a escribir del modo más callejero y real posible  y así marcaron pautas que después siguieron Sherwood Anderson, John Dos Passos, Gertrude Stein, Dreisser, y todos los demás realistas  que sobresalieron en  la literatura norteamericana de la primera mitad del siglo XX. Los grandes antecesores eran los realistas rusos y franceses  de fines del siglo XIX.  En Estados Unidos son los escritores "duros" y "baratos" del policiaco los que toman la iniciativa de desencartonar a los personajes, las tramas,  los escenarios y las situaciones. Lo cual era muy coherente con la realidad social que había en la vida diaria de Estados Unidos y que se reflejaba en unos periódicos atiborrados de crímenes reales, mafias, políticos corruptos, y sangre abundante. Estos escritores policiacos tenían mucho material a mano. No tenían que inventar nada. Sólo atreverse y escribir. Claro, han perdurado los que además de decisión tenían talento para desarrollar su arte de un modo verosímil y atractivo. Por eso hoy podemos leer las novelas de Chandler, Hammett y Cain y de unos pocos más, y todavía nos seducen. El tiempo las ha sedimentado. Favorablemente.

jueves, 13 de agosto de 2015

FABIÁN Y EL CAOS

Algunos lectores me han escrito últimamente. Se quejan de que no encuentran mis libros en las librerías. Y tienen razón. Desde hace un par de años se pueden adquirir todos en Amazon.com tanto en papel como en versión digital. He colocado ahí un total de 17 títulos. Es decir, unos 7 de poesía y el resto de prosa. Todos en castellano. 
Ahora, a principios de septiembre 2015, estará en librerías una nueva novela mía, publicada por Anagrama: Fabián y el caos, que se desarrolla en la ciudad de Matanzas, en las décadas de 1960 y 1970. Fabián es un joven pianista obsesionado con su trabajo. También aparece un Pedro Juan adolescente y joven, un poco desesperado y vertiginoso. Es una novela muy autobiográfica,  Y desde el principio voy directo al grano. Creo que es una novela visceral y dura. Ojalá les guste. 
También en septiembre Anagrama publicará nuevas ediciones de bolsillo de Trilogía sucia de  La Habana y de El Rey de La Habana.  En ese mes se estrenará además la película El Rey de La Habana, basada en mi novela y dirigida por el laureado director español Agustí Villaronga. Eso es todo. Por ahora.
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En la contraportada de Fabián y el caos se lee: Cuba en la década de 1960. La revolución  ha triunfado y dos chavales que aparentemente no tienen nada en común se hacen amigos, Pedro Juan, viejo conocido de los lectores de Pedro Juan Gutiérrez, es atlético, fornido y con el tiempo será un seductor amante de las mujeres voluptuosas.
Fabián es todo lo contrario: enclenque, asustadizo y miope, toca el piano, es homosexual y su familia -una madre madrileña y un padre catalán que emigraron a la isla en los años veinte- vivió tiempos mejores en la Cuba prerrevolucionaria.
Esa amistad improbable seguirá a lo largo del tiempo y las vidas de estos dos chicos volverán a cruzarse en los años venideros. Pedro Juan se habrá convertido entonces en un hedonista que disfruta del sexo con mujeres de generosos pechos que no le piden compromiso, incluida una sexagenaria desaforada. Fabián será un artista sin capacidad para enfrentarse a una realidad hostil. Lo han detenido por maricón y, aunque acaba saliendo airoso, el miedo se apoderará de él y vivirá cada vez más encerrado en sí mismo. Ambos se reencontrarán en una fábrica de enlatado de carne donde trabajan los parias de la nueva sociedad revolucionaria pero sus destinos serán irremediablemente dispares.
Basada en hechos reales, esta es una novela de contrastes: de luces y sombras, de vitalismo y desesperación, de goce y represión.
Escrita con el habitual tono directo y visceral del autor, y con el telón de fondo de una Cuba efervescente y sórdida, narra la amistad imposible entre dos  parias de la revolución, entre dos jóvenes que viven de espaldas a las proclamas y mentiras oficiales y buscan sus espacios de libertad con destino dispar. Fabián y el caos es una nueva muestra del arrebatador talento de esa suerte de Bukowski caribeño que es Pedro Juan Gutiérrez y está repleta, como toda su obra, de sexo y desolación, de vigor y pesimismo.

martes, 11 de agosto de 2015

HEMINGWAY

Hace casi 55 años que Ernest Hemingway murió, el domingo 2 de julio 1961, y todavía su obra y personalidad sigue emocionando a millones de lectores. Con criterios muy dispares y contrapuestos, claro, como debe ser. El año pasado pregunté a unos cuantos profesores de literatura e investigadores de varias universidades norteamericanas qué les parecía la obra de Hemingway vista ahora a buena distancia. Ninguno me contestó de modo tajante. Todos respondieron con evasivas. No fue una gran encuesta. Sólo pregunté a unas 8 o 9 personas, casi todos amigos  o conocidos. Fue más bien un sondeo, como dicen los periodistas.
Cuando yo tenía 19 años quería ser más o menos como Hemingway. Macho, aventurero, viajador, mujeriego, divertido, testosterona pura. Y escribir como Truman Capote.  Yo había pasado  cuatro años y medio en el ejército y sabía que no era un tipo cruel ni sanguinario. No me interesaba matar nada. Ni leones ni ratones, ni ir a guerras ni a ver matar toros en España. No me gustaban ni las peleas de gallos aunque iba los fines de semana a la valla de gallos de Matanzas, sólo a vender helados. Me parecía  un abuso de gente estúpida contra  esas aves.Tampoco quería ser famoso a toda costa, ni millonario, ni vivir siempre rodeado de gente bebiendo y comiendo a mi cuenta. No quería esclavizarme a las posesiones ni al derroche. Todo lo contrario. Quería ser libre, sin propiedades, sin amarres sociales ni políticos ni emocionales. En esa época, alrededor de 1970, iba mucho a San Francisco de Paula -un pueblecito en las afueras de La Habana- porque durante algunos años tuve allí un romance con una hermosa muchacha  que vivía en ese pueblo. Algo de eso cuento al final de  El nido de la serpiente. Ella se llamaba Mignón y yo a veces a media mañana iba caminando hasta la finca La Vigía, donde había vivido Hemingway durante muchos años.  Funcionaba como casa-museo. Pero siempre estaba desierta. A nadie le interesaba. De vez en cuando iba una "delegación soviética". Parece que en la URSS tenía muchos admiradores, y editaban sus libros en tiradas gigantescas aunque nunca le pagaron ni un kopek. Habitualmente había sólo unos pocos  empleados que limpiaban y mantenían presentables los jardines. Hay unas escenas muy buenas de esa casa en la película Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea. Había un investigador que no investigaba nada porque era Licenciado en Lengua y Literatura Francesa y no sabía inglés ni le interesaba la literatura norteamericana, pero le dieron aquel empleo y allí andaba, aburrido como una ostra.
Sobre una butaca y un sofá descansaban infinidad de rollos de periódicos con algunos cientos de crónicas que Hemingway publicó sobre todo como corresponsal de guerra. Años después Norberto Fuentes sí se dedicó con seriedad a investigar y publicó un libro muy interesante: Hemingway en Cuba. Y después organizó traducciones de algunas de aquellas crónicas y las reunió -en español- en Un corresponsal llamado Hemingway. Ambos libros fueron publicados en los '80 por la editorial Letras Cubanas y jamás reimpresos. Después el señor Fuentes se fue de Cuba y no ha pasado nada más en ese campo de investigación.
Hemingway tuvo relaciones sentimentales especiales con Cuba, España y Africa. Aunque a mí me parece que en Cuba y España fue más curiosidad folklórica que otra cosa. Y en Africa lo que quería era cazar y matar todo lo que le pasara por delante, desde elefantes hasta pajaritos. Edmundo Desnoes, en un lúcido ensayo que publicó en Cuba en los años '60 (en un librito de la colección Cocuyo cuyo título no recuerdo) destruye el mito del amor de Hemingway por Cuba y  escribe tranquilamente (cito de memoria): "Vivía en Cuba porque era barato y estaba a dos pasos de su país, además disfrutaba de un buen clima y tenía el Caribe con buena pesca al alcance de la mano. Pero no sentía nada por los cubanos ni por su cultura, ni intentó jamás conocer algo, ni siquiera la música". Ese ensayo cayó muy mal porque en esa época en Cuba muchos reverenciaban a Míster Hemingway. Su viuda, en una última visita a la isla, pidió permiso al gobierno cubano para llevarse unos cuantos cuadros, los más valiosos -Picasso, Juan Gris, etc-. Se lo dieron y donó la casa con todas las pertenencias adentro. Hasta las fotos, toda la ropa y la biblioteca. Siempre me ha impresionado el tamaño de sus mocasines. Calzaba por lo menos el 50, quizás el 52. Nunca he visto zapatos tan grandes. Estoy de acuerdo con Desnoes y al mismo tiempo reconozco el derecho de cada quien a vivir donde le plazca y donde le convenga por razones económicas o lo que sea. En Cuba escribió El Viejo y el mar, sobre un pescador de Cojímar que le contó la historia y después él la noveló. Para mi gusto (sólo para mi gusto personal) creo que esa novela y sus cuentos es lo mejor que escribió. Sus cuentos son absolutamente magistrales y hay que leerlos  de nuevo cada cierto tiempo. En sus novelas, para mi gusto, hay demasiada palabrería inútil y recovecos desatinados sobre los seres humanos y sus motivos para vivir. Y el valor. Estuvo siempre traumatizado con el tema de la valentía y la cobardía. El fue ante todo un periodista. Un periodista que escribía libros de ficción. Y su escritura tuvo siempre la dinámica del periodista así que no le convenía ponerse a filosofar. Le salía mal.
Supongo que escribió esos novelones gruesos por lo mismo que lo hacen muchos escritores. Los editores les dicen: "Escribe novelas. No quiero libros de cuentos porque no se venden. Y  la poesía ya ni te cuento. ¡Novelones de 500 páginas es lo que quiero! y además, trata de ampliar tu diapasón porque los lectores se aburren si sigues con tus mismos temas siempre". Y allá va el disciplinado y obediente escritor, necesitado de dinero además, a escribir los novelones. Hemingway dijo a varios periodistas: "Tengo una finca, un yate, una esposa, familia, vacas. perros, animales, posesiones de todo tipo, y encima los impuestos que son abusivos,  y eso me está arruinando".
Otro de sus libros que releo siempre con gusto es París era una fiesta. Es un librito delicioso donde habla con sarcasmo y un poco de cinismo de sus amigos. Pero eso es inevitable cuando escribes memorias.  Creo que respeta todo lo que hay que respetar. Está muy bien ese libro. Muy bien escrito. Me encanta.
Hace muchos años que no voy a San Francisco de Paula y a la finca "La Vigía". Guardo el hermoso recuerdo de aquellos años, 1970 y alrededores, cuando en invierno paseaba por allí con Mignón, felices y contentos, yo rebosante de  testosterona y con una chaqueta de cuero -que todavía uso- y que tiene grabado en la espalda: Born to be free.

viernes, 7 de agosto de 2015

EL GALLEGO

El Gallego vivía en un cuarto pequeño y oscuro, en el interior de este solar.  Este lugar está en Centro Habana, cerca de mi casa. El Gallego tenía ya 80 y pico de años cuando nos conocimos. Era un hombre apacible y sonriente. Me gustaba hablar con él porque trasmitía paz y sosiego. No era un tipo acelerao. Todo lo contrario. Yo fui a vivir en Centro Habana en 1986. A veces me sentaba un rato en un parquecito que había en Campanario y Malecón. Muchas veces El Gallego también estaba por allí, tranquilo, refrescando con la brisa del mar. Y, como todos los ancianos, me contaba historias de su vida. Había ido a Cuba muy jovencito y trabajó siempre de mensajero en la bodega de un tío, en la esquina de San Lázaro y Perseverancia. Así que pasó casi toda su vida en el mismo barrio. A lo largo de varios años me contó tantas historias que podría escribir una novela. Pero eso ya lo hizo Miguel Barnet en su novela Gallego. Y segundas partes nunca fueron buenas. 
Cuando lo conocí yo tenía 36 años y para mí lo más importante del mundo era el sexo. Sin dudas. Era lo más importante. Así que nunca pude comprenderlo cuando me  contó que su mujer -también de Galicia, eran del mismo pueblo los dos-  trabajaba de criada en una casa "de gente rica" en El Vedado. Tenía que estar siempre disponible y sólo le permitían salir los domingos de 4 a 9 de la tarde. Y yo:
-Gallego, pero no tenían tiempo para nada.
-Sí, como no. Nos sobraba.
-Pero quiero decir... el sexo.
-Ah, los cubanos siempre... hombre, el sexo son cinco minutos. Y ya, listo.
-Cómo que 5 minutos, ¿tú estás loco? ¡Horas y horas! ¿Tú terminabas en 5 minutos? No lo puedo creer.
-Es que ustedes son muy exageraos. Se pasan. Siempre se pasan.
Otro día señaló a la azotea donde vivo y me dijo:
-¿Tú vives allá arriba?
-Sí.
-Ahí vivió muchos años un americano de la embajada de Estados Unidos. Sólo comía jamón, aceitunas y whisky. No comía otra cosa.
-¿Por qué tú sabes eso?
-Porque yo era el mensajero de la bodega y todas las semanas le subía una caja con eso.
-Gallego, no seas bruto. Él comería en un restaurante. Y eso sería para brindarle a los amigos, a las visitas.
-No, no. ¿A quién se le ocurre comer todos los días en un restaurante? Vivía de  aceitunas y jamón, y a veces unas galleticas de soda. Era muy delgado.
Había que dejarlo porque era más obstinado que un mulo. Cuando decía algo no daba marcha atrás. No había manera de hacerlo cambiar de opinión. Pero sonreía siempre. Creo que no guardaba rencores y lo recuerdo siempre como un hombre apacible y tranquilo. Un día dejé de verlo en el parque. Fui al solar donde vivía, muy cerca del parquecito. Y los vecinos me dijeron que se había muerto de noche, durmiendo. Me quedé tranquilo. Era un hombre bueno y tuvo una muerte apacible.

lunes, 27 de julio de 2015

EL REY DE LA HABANA

La novela EL  REY  DE  LA  HABANA  la escribí en 57 días, medio enloquecido, en el verano de 1998, en mi casa en Centro Habana. Yo había terminado Trilogía sucia de La Habana después de tres años de escritura, entre 1994 y 1997. Y se me quedaron dos personajes dando vueltas. Pero ya Trilogía  tenía 60 relatos, organizados, o desorganizados, dentro de tres libros así que no quería escribir ni una palabra más sobre el tema. Trilogía me había dejado demasiado extenuado. Interiormente quiero decir. Me sentía  agotado. No obstante Reinaldo y Magdalena seguían dando vueltas a mi alrededor. Eran dos personas de carne y hueso a las que veía casi a diario, con quienes hablaba y, además, yo tenía adentro toda la historia. De algún modo dentro de Reinaldo había muchos Reinalditos y dentro de Magdalena muchas Magdalenitas. Quiero decir, eran personajes-símbolo. Representaban o encarnaban a mucha gente parecidos a ellos. Con vidas trágicas, marcadas   por la miseria.
Una mañana, decidí empezar a escribir. Pensé que sería un cuento de 7 páginas. Casi todos mis cuentos  los escribo en 7 hojas de papel. No sé por qué. La mayoría llegan a 7 hojas. Que es mucho para un cuento. Cuando estoy más en forma los dejo en 4 ó 5 páginas y  quedan  mejor. Pero este relato empezó a extenderse. Fue en julio y agosto de 1998. Así que escribía tomando café, té y aspirinas y agua. El calor me resta fuerzas y me aplasta. Pero fui enloqueciendo. Dejé de bañarme, no me cambiaba de ropa, no comía. Sólo bebía ron y fumaba uno o dos tabacos por la tarde. Por la mañana me levantaba temprano, tomaba café solo y me sentaba a escribir a mano, después pasaba a máquina y sobre las dos de la tarde  cogía un tubo de pasta de dientes y me iba al mercado de Cuatro Caminos a sentarme por allí con los viejos vendedores, con las mujeres que venden jabitas de nylon, con las jovencitas putas recién llegadas de la zona oriental. Y allí, conversando con ellos y tratando de vender el tubo de pasta de dientes se me iba la tarde. Al final compraba una botella de ron, casi siempre había algún encuentro furtivo con alguna de aquellas muchachas y, ya medio en nota, regresaba a mi casa. La mujer que era mi pareja entonces no entendía qué me pasaba. Estuve semanas sucio, sin bañarme, casi sin comer, apestoso a rayo, bebiendo como un loco, arisco, no quería hablar con nadie. Me sentía furioso como un demonio y confundido, pero con una energía enorme. Seguía bebiendo hasta terminar la botella y me acostaba a dormir. A veces mi mujer lograba que comiera unos plátanos fritos o unas croquetas,  algo así, muy ligero. Me dormía a medianoche. Pesadillas toda la noche y al día siguiente, temprano tomaba café, revisaba lo que había escrito el día antes, y seguía escribiendo sin parar. 
Así día tras día. Ya les dije, en 57 días escribí la novela. Los últimos cuatro o cinco días estuve escribiendo y llorando porque quería cambiarlo todo. Pero no había remedio. No había forma de cambiar nada. Como en las tragedias griegas. El héroe tiene un destino y no hay modo humano de cambiar ese destino. Cuando puse el punto final hice una sola revisión de todo el material, pasé en limpio a máquina toda la novela y la di por terminada. En unos pocos días recuperé la cordura, me bañé, me puse ropa limpia, y mi cabeza cambió. Anagrama la publicó en octubre de 1999, un año después de haber publicado Trilogía sucia de La Habana, que ya tenía 11 ediciones y se estaba traduciendo en unos cuantos países. En fin. Las novelas siempre me ponen mal. Siempre. Me trastornan. Recuerdo muy bien cómo me sentía cuando escribía cada una de mis novelas. Eso no me sucede con los poemas y los cuentos. Sólo las novelas tienen ese poder destructivo. Pero  ninguna me ha trastornado tanto como El Rey de La Habana.
Ahora el director Agustí Villaronga está terminando una película basada en la novela. La estrenarán en cines de España el  viernes 25 de septiembre. En Cuba el instituto oficial de cine no le permitió rodar ni un plano, así que tuvieron que hacerla en República Dominicana. En Facebook pueden buscar detalles de  la producción y el rodaje:
https://www.facebook.com/elreydelahabana?fref=ts


viernes, 24 de julio de 2015

BOXEO

Yo era un niño de seis o siete años. Fueron los tiempos de más pobreza en mi familia. De 1955 a 1957 más o menos.Ya a fines de 1958 mi padre vendía más helados y la situación había mejorado un poco. Al menos pudimos dejar atrás una pequeña habitación en un solar situado en la calle Velarde, en uno de los peores barrios de Matanzas. Ahora vivíamos en un pequeño apartamento frente al mar. En un primer piso con un balcón desde donde veíamos toda la bahía de Matanzas.Fueron años felices para mi hermano y para mí. Teníamos muchos amigos de nuestra edad, podíamos pescar, volar cometas, jugar con los patines, cogíamos jaibas y se las vendíamos a una fonda china. Y mucho más. Estuvo bien. Creo que mis padres no eran  tan felices como nosotros.  Sobre todo en 1959 y 1960 cuando la revolución "nacionalizó" todos los negocios y en una sola noche nos quedamos en cero. Cero absoluto. Pero eso es otra historia. En los bajos de nuestro apartamento vivía Concha, una persona muy humana y excepcional. Tenía un amante, Pepe, que sólo la visitaba unas horas cada noche. Ya eran dos personas mayores, de unos 50 años más o menos.Yo bajaba cada noche, a eso de las 8, a ver el boxeo. Me encantaba. Cuba fue el primer país de América Latina con televisión. Desde 1950 o algo así -poco después que en USA-  y muy pocas personas tenían un aparato en casa. Concha tenía el único en todo el barrio.
A veces era el boxeo  nacional. Pero casi siempre era la transmisión desde el Madison Square Garden, de Nueva York. Un niño de seis o siete años se concentra mucho en su pequeño mundo. Yo no percibía que a Pepe le molestaba mi presencia. Lógico. Le restaba intimidad con su amante. Y allí estaba yo, inocente, entusiasmado con el box. Ignorante de las malas vibraciones a mi alrededor. Eran combates a 10 asaltos. Profesionales y sanguinarios. Había muchísimo dinero en juego y la mayoría de las peleas se convertían en una masacre. Yo, fascinado por aquella brutalidad primitiva, me concentraba totalmente hasta que a eso de las 10 Concha me echaba cariñosamente: "Bueno, Pedrito, ya son las diez vete a dormir que mañana tienes escuela".
Creo que aquello fue decisivo. A los 17 años practiqué boxeo un buen tiempo. Un año y pico. Era fuerte y pegaba bien pero muy malo en la técnica. Me dieron un guantazo en la oreja izquierda que me dejó sordo unos días y abandoné. Seguí con otros deportes menos dañinos.
Y me quedé siempre con esa idea de ir personalmente al Madison. Estar allí, sentarme,  quizás ver unas peleas. Cuando al fin llegué allí ya era tarde. El edificio que yo veía  en la TV lo derrumbaron en 1968 y construyeron este edificio moderno, que al parecer es el cuarto. Existió uno de 1879 a 1890. Otro de 1890 a 1925. El tercero -que yo veía en la TV- de 1925 a 1968. Y este de ahora desde 1968. En una ciudad tan dinámica como New York City es de esperar que sucedan estas cosas así que no pasa nada, a otra cosa mariposa.

martes, 21 de julio de 2015

OBJETOS DESAPARECIDOS

Decía Borges que ordenar bibliotecas es un ejercicio de escritura. Bueno, esa frase la utilizó muchas veces y siempre -borgianamente- le cambiaba el final. "Ordenar bibliotecas es un ejercicio de selección". Y otras más.  Me encanta cada cierto tiempo reorganizar mis bibliotecas. Tengo dos, una americana y otra europea. Pequeñitas, mínimas, precisas. Más que reorganizar reduzco y disminuyo a lo elemental. Alguna vez, en los años '90, llegué a tener unos 6 mil ejemplares. Y no tenía espacio.  No todos podemos dedicar una habitación grande sólo a biblioteca. Algunos apenas somos humildes siervos de la Literatura. Después de ese tope empecé a eliminar por áreas: Arquitectura, Filosofía, Historia del Arte, Teoría de la Literatura, Poesía, Narrativa de Europa del Este. Y así, gradualmente, en unos cuantos años me quedé con 2 mil en la americana y unos mil en la europea. Además de una pequeña colección de libros antiguos, con algunas joyas del siglo XVII. Y por ahí estoy. Pero no soy tan equilibrado. A veces encuentro en librerías de uso algún libro que una vez regalé y ahora de nuevo me atrae. Así recupero pequeñas obras que no me interesaban hace 20 años, pero ahora quiero releer. Con algunos libros tengo historias personales. Por ejemplo, en 1990 compré en Tijuana por unos centavos (o me robé, no recuerdo bien) Los hombres duros no bailan, de Norman Mailer (Planeta, 1984). Un libro no memorable en sí pero asociado a los meses totalmente locos y trepidantes que viví en Tijuana. Después de leerlo lo dejé por ahí tirado y ahora lo recuperé de nuevo. Quizás no puedo releerlo pero es un asunto sentimental.
Lo más emocionante es encontrar libros ya olvidados. Por ejemplo acabo de sacar de un rincón oscuro La Galaxia Gutenberg, de Marshall McLuhan, libro que estremeció al mundo académico en 1962. Tengo una hermosa edición en español (Galaxia Gutenberg, 1993) y estoy releyendo algunos fragmentos. Por ejemplo "La tipografía quebró las voces del silencio", lo leo despacio y comprendo que todo es una extensión de nuestro campo visual, una dinámica y continua  prolongación de las ideas. Y a pesar de las apariencias no hay retroceso a los tiempos en que sólo funcionamos con imágenes.
En fin. Estas ideas pueden ser un poco complicadas para un blog. También acabo de encontrar un libro delicioso que compré hace años en el Museo Magritte, de Bruselas: Le catalogue des Objets Disparus. Son imágenes tomadas de los primeros catálogos de venta por correo en los inicios del siglo XX.  Aquí les dejo algunas. Arriba hay una máquina de escribir y un señor estupendo. Y aquí, de  arriba a abajo: sillas de playa, una prensa manual de tiro y retiro, un carrito para vender leche en la calle, y un cañón para cazar patos.





sábado, 18 de julio de 2015

AMY WINEHOUSE

El documental AMY se acaba de estrenar en España el viernes 17 de julio. Lo vi en el primer pase. Es impresionante. Deja un sabor amargo  aunque Asif Kapadia, el director, intenta ser objetivo y elude la morbosidad y la crueldad. De todos modos, Amy Winehouse llevó una vida tan exageradamente desorbitada que  es imposible tomar distancia. La cantante de jazz falleció el 23 de julio de 2011, con 27 años. Apenas había producido dos CD: Frank  (2003) y Back to Black (2007). Póstumamente han salido otros dos. De golpe se convirtió en una celebridad. Ganó los premios más importantes. Se dice que cobraba un millón de libras por cada concierto. Y en los últimos cuatro años de su vida fue asediada incesantemente por los paparazi y la salvaje prensa sensacionalista londinense. Es decir, una jauría de lobos estaba al tanto cada minuto de todos sus movimientos.
Era una simple chica de barrio, pero con un talento y una sensibilidad superior. Sólo aspiraba a expresarse con honradez. Nació en un barrio humilde de Londres, en una familia pobre, su padre los abandonó cuando ella era una niña. Amy salió rebelde. No le interesaban los estudios y dejó la escuela. Tatuajes, piercings, tabaco, novios. Empezó a cantar en jam sessions de jazz en pequeños clubes. Componía canciones crudas, viscerales y muy duras. Y las interpretaba con una fuerza inusual. Apenas tenía 19 años cuando la contrata una gran productora musical y le pagan 250 mil libras. Sale corriendo y se compra un apartamento en Camden, un barrio de artistas, bullicioso y muy especial, al norte de Londres. Y allí tuvo unos cuantos años de felicidad: drogas de todo tipo, sexo, alcohol, novios y más sexo, amores, desengaños, locuras, furias, borracheras incesantes, y junto con todo eso -o gracias a todo eso- compone canciones, hace giras, gana más dinero y se hace famosa. Más aún: se convierte en una leyenda. Cada vez hay más presión sobre ella. Una cantante de jazz necesita intimidad. Un pequeño club con 40 personas entendidas y atentas y no un stadium con 100 mil personas delirando y aullando como lobos. Se sintió mal por toda aquella locura que la rebasaba. En el documental su padre y su esposo salen muy mal parados, pero por supuesto, hubo otros muchos aprovechados que también sacaban su porción. Siempre es así cuando hay un artista de talento excepcional. A su alrededor enseguida aparecen los satélites que sólo quieren sacar su tajada del pastel. 
Logró escapar unos meses a una isla en el Caribe. Intento rehabilitarse en un sanatorio. Pero pudo más su temperamento insaciable, emocional, inestable y vertiginoso. Era una artista de verdad. Sólo quería componer y cantar con todo su corazón. Sólo eso. Una noche bebió vodka sin parar y su guardaespaldas la encontró muerta. Nunca se sabrá si fue un suicidio o un descuido. Ya había cruzado la línea oscura. Esa frontera invisible que nunca debemos pisar porque al otro lado sólo hay un abismo infinito y eterno. Si perdemos el leve mecanismo de alerta, o se nos descompone, estamos perdidos. Amy ya estaba en esa posición de "Me da igual, no me importa nada, piérdanse. No quiero ver a nadie".  ¿Una pena su muerte? ¿Hay que lamentar que se fue demasiado joven? No. Creo que no hay que lamentar nada. Está bien así. Nos dejó un puñado de canciones estupendas. Sobre todo oigo con frecuencia el CD Back to Black. Es muy diferente a todo lo demás. En un mundo donde lo que prolifera es la frialdad tecnológica y el  valor del dinero, es importante que aparezca gente así de vez en cuando. Gente humana, que se entrega locamente, que vive al límite sin miedo. Y se van. Dicen adios cuando no lo esperamos y ya: "Me voy. No lloren. No se termina nada. Seguimos siempre porque no hay principio ni final". 

jueves, 9 de julio de 2015

SOBRE EL ASOMBRO Y LOS MANGOS

Esta foto la hice en una azotea de Centro Habana. Han querido denigrarla, pero no han podido. Es de hierro duro y mantiene su dignidad, enhiesta y altiva, como debe ser. Una silla asombrosa. Los escritores nada podemos hacer sin el asombro. Todos mis libros han nacido del asombro. Gente, lugares, situaciones, que me asombran y entonces se me meten dentro hasta que los saco en forma de relatos o poemas. Supongo que lo contrario del asombro es el aburrimiento. Acabo de leer una novela de James Salter (Todo lo que hay, Salamandra, 2014). La publicó en su país en 2013 y murió hace poco, con 90 años. Para algunos es un escritor extraordinario. Para mí es aburrido. Con oficio, es decir maneja la parte artesanal del asunto. Pero no tiene nada que decir. Y, como afirmaba mi admirado Truman Capote, de la artesanía al verdadero arte el trecho es muy largo y pocos lo pueden saltar. Capote añadía algo sobre cierto látigo que Dios te da para que te flageles. Volviendo a Salter: además, se le van cada párrafos rosados que parecen sacados de Corín Tellado o Sidney Sheldon. Es así. Hay gente que tienen vidas rutinarias, grises  aburridas y repetitivas. Y si encima escriben con miedo a ofender, a molestar y a ser incorrectos y quieren guardar siempre los buenos modales, pues no hay nada que hacer, mejor que se dediquen a otra cosa y no nos hagan perder el tiempo.
Siempre recuerdo la respuesta que Dulce María Loynaz (1902-1997) dio a una joven periodista de TV. La Loynaz iba a recibir el premio Cervantes en 1992, después de muchas décadas de olvido y censura, apartada en su arruinado caserón en el centro de El Vedado, en La Habana. Así que la entrevistan. Ella -con 90 años-  está ya muy viejita y desencantada. La joven le pregunta sonriente:
-¿Y qué escribe ahora?
La Loynaz, apesadumbrada,con voz muy  baja, mirando al suelo, le responde:
-Nada, hija, nada. Para escribir hay que estar entusiasmada con la vida. Asombrarse. Un mango maduro que se estremece con la brisa y cae al suelo entre la hojarasca del jardín. Y lo oigo caer. Y me asombro porque es todo un misterio. Ya no. Ya no oigo los mangos.
A mí el asombro todavía me estremece continuamente. Hay que seguir oyendo los mangos maduros cuando chocan en el suelo y revuelven la hojarasca. Ayer voy por la calle. Delante de mí, en una esquina hay una policía. Mujer. La miro con curiosidad malsana. Nunca me he acostado con una policía. Pero me gustaría. Sobre todo si es un poco andrógina. Sin maquillaje. Seducirla. Quitarle el cinturón con la pistola y ponerlo aparte. Y después seguir despacio hasta dejarla desnuda. Y seguir. Todo en mi mente. Un señor de 65 años puede ser más loco que un jovencito de 40. Después seguí caminando. Entré a una tienda a comprar unas sandalias para este verano tan brutal. No me servían. Llevo el 45. Quedaron en pedirlas y me aseguraron que en dos días las tendrían. Sigo caminando hacia el gimnasio. Voy entretenido. Pienso aún en la policía y en las sandalias. Doy un mal paso en el borde de la acera. Se me dobla el tobillo derecho y caigo al piso. Me golpeo además la rodilla izquierda. Y en medio de la confusión veo delante de mí, bien doblado en cuatro, un billete de 5 euros. Lo recojo y lo guardo en el bolsillo. Dos personas se han acercado para ayudarme. Me preguntan si me siento bien. Sí, estoy bien, les digo. Giro el tobillo en varias direcciones. Y sigo hacia el gimnasio. Así de golpe viene a mi mente el Swami Nirmalananda, indio, uno de mis guías espirituales. El otro es un negro africano yoruba, cimarrón del monte, un poco bruto y violento pero nos queremos muchísimo. Me cuesta tenerlo bajo control. Creo que el Swami, que es muy filosófico y sonriente, me ha querido dar una lección: Te das un golpe fuerte y encuentras dinero. Que no es nada material. Cinco euros no es dinero real es sólo un símbolo del dinero. Pero no entiendo la lección. En los próximos días el Swami intentará aclarar su mensaje. En los próximos días o en los próximos años, quién sabe. El Swami en vida fue siempre muy jocoso y la base de su filosofía era: Ríe. Sólo eso. Siempre sonríe.
En fin, por la tarde tengo el tobillo derecho hinchado y me duele la rodilla izquierda, sobre la que cayeron los 87 kilos de mi cuerpecito. Voy a un herbolario y compro un trozo de grasa de camello. Se calienta un poco y se aplica para desinflamar las articulaciones y los músculos. El pedazo de grasa costó 5 euros. Pagué con el mismo billete que me encontré en la calle. 
Empecé hablando sobre los escritores aburridos,  el asombro y los mangos. No sé si todo esto de la caída y el billete es asombroso. Al menos es cierto. Si finalmente llego a entender la lección del Swami volveré sobre el tema.

lunes, 6 de julio de 2015

LA BALADA DE LA CÁRCEL DE READING

                         












  Salimos de la estación de Paddington, en Londres. En 16 minutos llegamos a Slough. Bajamos para quedarnos un par de días en el cercano Windsor con unos parientes de mi mujer. Al día siguiente fuimos a Reading, a medio camino entre Windsor y Oxford. La famosa cárcel hoy está en ruinas. En la foto una esquina de uno de los patios abandonados. También hay un curioso monumento a Oscar Wilde, que estuvo allí, condenado a dos años de trabajos forzados. Wilde había nacido en Dublín en 1854. Se casó. Tuvo dos hijos. Escribió novelas, poemas, obras de teatro memorables. El retrato de Dorian Grey y La importancia de llamarse Ernesto son quizás las más conocidas. Dictó conferencias en las que exponía el concepto del arte por el arte, que fue la base del "dandismo". Cuando estaba en el pináculo de su carrera el marqués de Queenberry desató una furiosa arremetida contra él en diarios y revistas. Lo acusaba de homosexual. Wilde fue juzgado de acuerdo a la Criminal Amendement Act por graves actos de indecencia y condenado a dos años de trabajos forzados. Importantes círculos literarios europeos pidieron clemencia, pero no fueron escuchados. Cumplió en Reading. Su mujer, Constance, se asustó ante el escándalo, le dio la espalda y huyó a  Génova con sus dos hijos, que también lo rechazaron tajantemente. Al salir de la cárcel se fue a vivir a París y cambió de nombre. Ahora se llamaba Sebastian Melmoth. Duró poco. Mala salud, alcohol y la indigencia total. Murió en París en 1900, tres años después de salir de la cárcel. Tenía apenas 46 años. Su última obra es un poema largo y deprimente  titulado La balada de la cárcel de Reading. Sólo años después de su muerte volvieron a publicarse sus libros y con el paso de los años su obra se tradujo a numerosos idiomas. Una vida malograda sólo por sus inclinaciones sexuales.
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Traigo a Oscar Wilde a colación porque mi visita a Reading, hace unos días, coincidió con las celebraciones en muchas ciudades de los desfiles por el Día del Orgullo Gay. Ya hay más de  20 países donde es legal el matrimonio gay: Argentina-Bélgica-Brasil-Canadá-Dinamarca-Eslovenia-España-USA-Francia-Irlanda-Islandia-Luxemburgo-México-Noruega-Nueva Zelandia-Países Bajos-Portugal-Sudáfrica-Suecia-Uruguay y Reino Unido. Y poco a poco este derecho se extiende a otros países. Las noticias de otros lugares son decepcionantes. En estos días dieron tremendas palizas a gays que intentaron manifestarse en público en Marruecos y Turquía. En muchos países gente retrógrada y salvaje controla la situación. En algunos países da la casualidad que los más salvajes son los policías y los políticos que los mandan.
La historia de estos desfiles gay empezó el sábado 28 de junio de 1969 con los disturbios que duraron tres días a consecuencia de una brutal redada policial en el bar gay Stonewall Inn, en 43 Christopher St. en el Greenwich Village de NYC. Al año siguiente, el 28 de junio de 1970, se realizó el primer desfile para recordar aquel hecho histórico. Y todo evolucionó hasta el actual movimiento mundial LGBT por los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y trans. Todo cambia.En Cuba ya quedaron atrás los años '60 y '70 cuando encerraban a los homosexuales en las UMAP y los despojaban de sus derechos ciudadanos. Desde hace unos años Mariela Castro dirige con eficiencia el Centro Nacional de Salud Sexual, que da un apoyo efectivo, con un enfoque humanista, a los gays y lesbianas. Es importante la labor de Mariela y su equipo, que también difunde ideas renovadoras en un país tradicionalmente machista. Cada cierto tiempo se habla de una posible ley para legalizar el matrimonio gay. Ojalá. Hay que dar la bienvenida a todo lo que huela a libertad y a respeto a los derechos humanos.

jueves, 2 de julio de 2015

EL HOMBRE INVISIBLE

Aquí tenemos a mi querida Grace Paley (1922-2007), cuando era joven y bonita, con una expresión inteligente y sexy. No sé por qué los editores ahora siempre escogen fotos de ella ya viejita para poner en las solapas de sus libros. Alguna vez -hace ya muchos años- descubrí los cuentos de esta mujer. Conseguí su dirección, en NYC o en Vermont, no recuerdo, y le escribí 3 veces. Y 3 veces ella no me contestó. Yo no le pedía nada. Nunca fui pesado con eso de enviar mis poemas y cuentos a un escritor reconocido para que me diera su opinión. Eso es una pesadez que demuestra muy poco tacto para vivir. Y muy poca filosofía personal porque es como si le preguntaras a alguien: ¿Cree usted que debo creer en Buda o en Dios o en Mahoma o en ninguno? ¡Señor, por favor! Elabore usted su propia filosofía de vida. No se pide ayudas para esto, como no se pide ayudas para enamorar a una mujer. Pues escribí a Grace Paley porque, de lejos y actualizados, me recordaba a Chejov, a Guy de Maupassant y a Sherwood Anderson. Que ya es como para agradecer profundamente. 
Después Herralde, el boss de Anagrama, donde publicaba ella en español, y donde en 1998 empecé yo, me contó que visitó a Grace. Vivía en una pequeña granja en Vermont, era vegetariana, tenía un pequeño huerto y se mantenía apartada por completo del mundanal ruido. Entonces entendí su silencio. Después, de Farrar Strauss and Giroux me enviaron de regalo su Poesía Completa (en inglés, of course) y fui un hombre feliz. Grace Paley había decidido escribir poco y maravillosamente y después guardar silencio y alejarse. Ser una mujer invisible. También lo hicieron en su momento Salinger, Harper Lee y otros pocos. No muchos. La mayoría de los escritores que logran algún éxito se confunden y creen que son estrellas de rock. Son adictos al ruido, a producir ruido, quiero decir. Fama, aplausos, dinero, medallas, premios, viajes continuos, locura, salir todos los días en los periódicos y hasta salir en la portada del HOLA haciendo el ridículo lamentable  de viejo verde al lado de Isabel Preisler. Es que cuando el ego se dispara no recordamos donde está el freno y seguimos cada vez a mayor velocidad por ese camino disparatado. 
Todos los días recibo numerosas cartas de lectores de mis libros y de este blog. Las leo y agradezco mucho que se tomen el trabajo de escribirme y de  hacer comentarios tan estimulantes. Pero nunca contesto. Es que tengo que hacer un gran esfuerzo emocional cada vez que debo presentarme ante mis lectores. Ahora, a principios de septiembre, se presentará una nueva novela mía (Fabián y el caos) en Barcelona, Madrid y México DF. He intentado reducir al mínimo todo eso porque me quedo sin energía. Es extenuante escribir una novela (no me sucede con los cuentos y la poesía, sólo con las novelas que me desangran a lo largo de 2-3 años de escritura) y si encima hay que comentarla ya me desplomo.
Un escritor debe ser invisible. Vivir como un monje. Que nadie lo conozca. Ya lo decía el genial Cyrill Connolly en La tumba inquieta: "Incluso en las comunidades más socializadas, siempre ha de haber unos pocos que prestan su mejor servicio si permanecen aislados y solitarios. El artista, como el místico, el naturalista, el matemático o el líder, realiza su contribución a partir de su soledad... Un personaje público  nunca puede ser un artista, y ningún artista debería jamás convertirse en uno a menos que su obra ya esté realizada y opte por retirarse a la vida pública".
Lie Tse, un sabio del Tao que supuestamente vivió en el siglo IV antes de Cristo, va más allá: "A la mayoría de las personas les gusta ser elogiadas. Se sienten bien cuando sus logros son reconocidos. Sin embargo, pienso que nos sentiríamos mejor si estuviéramos vacíos de apegos y no aprisionados por el reconocimiento, la aprobación y la desaprobación. A largo plazo, tendríamos menos cosas de las que preocuparnos. Por este motivo es por lo que valoro el vacío".