Mi casa

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© Héctor Garrido

martes, 17 de julio de 2018

EL NEGOCIO SALVAJE DE LOS LIBROS

Acabo de leer El agente confidencial, una pésima novela de Graham Greene, pero que ha tenido decenas y decenas de ediciones en muchas lenguas. En una Introducción que GG escribió en 1971,  explica: "Esta es una novela escrita en seis semanas en 1938". Después sigue diciendo que la guerra se acercaba, él se había anotado como voluntario y no podía irse a la guerra y dejar a su familia en Londres sin recursos. Escribía "lentamente" El poder y la gloria,  novela que él sabía se vendería poco aunque es uno de sus grandes libros. Así que escribió una novelita comercial, rápida, de usar y tirar, para resolver la situación económica de su familia, mientras escribía una gran obra por necesidad intelectual, interior. Esta Introducción es un ensayo excelente y guardo el libro sólo por ese texto ya que me dan deseos de tirarlo por la ventana y desaparecerlo de mi vista.
GG siempre lo tuvo claro, con su magnífico y brillante pragmatismo anglosajón. Tenía los pies bien plantados en la tierra. Sabía hacer libros malos, y algunos peores, como Nuestro Hombre en La Habana, pero comerciales,  que hasta se convertían en películas y le daban un dinero extra. Y libros mucho más elaborados y complejos y por tanto menos vendibles. Él mismo en algún momento hizo dos listas con los títulos que corresponden a cada "sección". Por cierto, él les llamaba "divertimentos", palabra más elegante que "comerciales".
En general, de ese modo ha funcionado hasta ahora el mundo editorial. Un lector bien entrenado sabe lo que va a encontrar en la mesa de Novedades de una librería y en la mesa de best sellers. Los buenos lectores, además, siguen a sus autores preferidos y a sus editoriales preferidas. En España, por ejemplo, y en el mundo iberoamericano, todos sabemos lo que publica Planeta y Plaza Janés, y lo que publica Anagrama, Siruela, Salamandra, Tusquets  y unas cuantas editoriales más. Lamentablemente la gran mayoría de los que compran libros se guían por la publicidad o simplemente no quieren leer libros "complicados". Y por "complicados" o "difíciles" entendemos Milán Kundera y Cortázar. No digamos ya Lezama Lima u Octavio Paz.
Al parecer cada día será peor. Es decir, de acuerdo a como pinta el panorama editorial creo que los libros de calidad se irán perdiendo poco a poco. Se irán arrinconando en un lugar oscuro. El diario "El País" acaba de entrevistar al señor Markus Dohle, consejero delegado del megagrupo Penguin Random House, que compró en estos días a Alfaguara y a Ediciones B. El megagrupo posee en todo el mundo 320 sellos (40 de ellos en España), vende 800 millones de ejemplares al año entre papel, audiobooks y ebooks, en 100 países. El buen señor dice que quiere seguir expandiéndose y que busca incesantemente oportunidades para comprar más y más sellos. Más adelante informa que "América Latina es uno de nuestros mercados emergentes más importantes".
El señor Dohle no habla de calidad. Sólo de cifras, ventas, dinero, números. Eso es todo. Es un hombre de negocios. Cada uno de estos megagrupos cuando compra un sello impone sus reglas, que en realidad es una sola: dinero.
La capacidad de riesgo que tuvieron en su momento  los grandes editores españoles en Anagrama, Tusquets, Seix Barral, Siruela, Salamandra, Lumen, etc, fue lo que permitió disponer hoy de un catálogo inmenso, variado  maravilloso, en nuestro idioma. Sacaban cuentas porque no eran bobos pero también se arriesgaban. 
Un ejemplo, para que me entiendan mejor: Si Julio Cortazar fuera ahora un joven con Rayuela bajo el brazo buscando editor no lo encontraría. Le aconsejarían que convirtiera su novela en un texto "potable" y que se entendiera porque está lleno de defectos e incongruencias que dificultan su lectura. Así de simple. Los grandes negociantes de hoy no son editores. Sólo quieren ganar mucho dinero en poco tiempo. No están para exquisiteces.
Me molesta ser el pájaro negro de las malas noticias pero veo el capitalismo salvaje con sus reglas aplastantes entrando como una aplanadora en el mundo editorial. Creo que no podemos esperar nada bueno en el futuro a mediano y largo plazo. Ojalá me equivoque.

lunes, 9 de julio de 2018

BLOOMSBURY

Estoy  escribiendo unos poemas desde hace más de un año. Y creo que ya puedo empezar a organizar un libro. Creo, no estoy seguro. Les dejo una muestra:

                                                 BLOOMSBURY

Estuve buscando la casa de Virginia Woolf, pero sólo han dejado unas antiguas cabinas rojas de teléfono. Están vacías y muy sucias. Escenografía para turistas. Premoniciones de la intriga. Sucias cabinas donde los dueños de burdeles cercanos (o los encargados o los de marketing, quién sabe) pegan pequeñas stickers con fotos de putas tetonas y provocativas, y las indicaciones para llegar en cinco minutos o llamar y concertar una cita. Me hago una foto y me voy al hotel, muy cerca, en Tavistock Square. Pido un scotch en el bar. Hay una luz mortecina y polvorienta. Un bar con cierto aire deprimente y miserable, para borrachines pobres y solitarios. Saco un recibo que me dieron hoy en alguna tienda y, al dorso, escribo: Atento a las derrotas, a los pequeños percances familiares, a la angustia lacerante, controlo el resplandor para que no disminuya. Oh, qué sonriente, el hombre optimista y sardónico, que se niega a hundirse. A trasmutar en garrapata. Esta noche oscura las pesadillas me hacen despertar asustado y lejos de casa. No sé. Áspero como un tiburón, me sumerjo en aguas profundas y heladas. El whisky es malísimo y este lugar es real pero parece un jodío invento de pésima novela policíaca. ¿Qué hago?

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viernes, 6 de julio de 2018

CHAGALL--LOS AÑOS DECISIVOS--

Hace muchos años, en septiembre de 1966, intenté ingresar en la Escuela Nacional de Arte, en La Habana, para estudiar pintura. No pude porque ya estaba en el Servicio Militar Obligatorio (que en mi caso fue de cuatro años y medio). Así que tuve que seguir otros caminos y olvidar la pintura, que era una de mis pasiones. Las otras eran la arquitectura y la literatura. Pero por azares de la vida conocí y fui amigo de algunos muchachos de mi edad que sí pudieron estudiar en la ENA en esos años. Los años dorados de la ENA, por cierto. Y siempre recuerdo que la gran influencia de todos era Marc Chagall. Nunca Picasso, ni los dos o tres grandes pintores españoles, o los abstractos norteamericanos, o los hiperrealistas. No. Chagall les fascinaba. Y casi todos pintaban cuadros medio locos muy parecidos a los de Chagall. Después cada uno se definió con su  estilo propio: Pedro Pablo Oliva, Ever Fonseca, Nelson Domínguez, Flora Fong, Fabelo, Flavio Garciandía, Humberto Hernández, etc. ¿Por qué esa pasión, casi veneración, por Chagall? No sé. No tengo ni idea. Supongo que los amores y pasiones por el arte son inexplicables. Es la única lógica del amor: Te quiero porque te quiero. Y ya, como en los boleros. Aunque siempre he sospechado que hubo alguna razón muy lógica, marcada por las preferencias estéticas de algunos de los profesores de la ENA en esa época. Algunos tan importantes como Servando Cabrera Moreno y Antonia Eiriz.
Bueno, en fin, han pasado más de 50 años de esa época. Y aquí estoy, hace dos o tres días, en el Guggenheim de Bilbao, viendo Chagall, los años decisivos, 1911 - 1919.  Una exposición de 80 obras realizadas por el maestro en esos años iniciales de su vida.  
Chagall nació en una aldea rusa (Vitebsk), en 1887, en una familia judía muy humilde. En un gueto donde los judíos vivían privados de sus derechos. Un abogado judío le financió una estancia de estudio  en San Petersburgo  y de ahí se fue a París donde se hizo amigo  íntimo de Picasso, Apollinaire, Robert y Sonia Delaunay y otros. No se demoró en tener éxito por su estilo tan original, con un toque naif. Ya en 1914, apenas tenía 27 años, en Berlín le dedican una exposición monográfica con 40 pinturas y 160 dibujos. Decide volver a su pueblo sólo para asistir a la boda de su hermana y se queda allí hasta 1919. Participó e¡como funcionario en la Revolución Bolchevique (1917) pero al fin en 1919, se aleja de Rusia, completamente desencantado del rumbo que tomaban las cosas con la dictadura del proletariado. 
Para Chagall el arte es un estado del alma y su único compromiso es contar la realidad. Fue fiel a este principio hasta el final de su vida, en 1985, cuando murió en Saint Paul-de-Vence, Francia, con 98 años. Una vida intensa y muy productiva que sin dudas marcó definitivamente al arte del siglo XX.