Mi casa

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© Héctor Garrido

jueves, 26 de noviembre de 2015

POESÍA ESCOGIDA

Este libro acaba de salir en estos días, por la editorial Verbum, de Madrid. Tiene unas 270 páginas y es una selección de mis últimos nueve libros de poesía. Es decir, escogí 10-12 poemas de cada libro: Espléndidos peces plateados, Fuego contra los herejes, Yo y una lujuriosa negra vieja, Lulú la perdida, Morir en París, Arrastrando hojas secas hacia la oscuridad, etc. 
Tiene un prólogo muy interesante debido a Rafael Acosta. Y lo único que puedo decir es que hace unas semanas, mientras revisaba las galeradas, comprendí que es como una pequeña y sucinta autobiografía. A medida que yo avanzaba en la lectura era evidente que Pedro Juan iba cambiando. No sé si para peor o para mejor. Pero cambiando seguro. Para mí la poesía es la libertad total. Creo que lo único que no puedo explicar es cómo se escribe un poema. Puedo explicar más o menos cómo se escribe un cuento o una novela, pero la poesía es un misterio. Escribo a ciegas. No entiendo. Escribo el poema a mano, lo paso a máquina. Lo dejo unos días, lo corrijo de nuevo, lo vuelvo a pasar en limpio. Así muchas veces hasta que siento que ya está listo y es mejor olvidarlo. Pasa el tiempo, organizo un libro. Y quizás un año después leo de nuevo todos los poemas y entonces es que el conjunto adquiere algún sentido, alguna coherencia, alguna unidad. Es muy raro pero es así. Así que espero les guste. Es todo lo que puedo decir.

LITERATURA INCÓMODA

Desde niño escucho una frase típica sobre la lectura: "Leer te hace más culto". Nunca creí esa tontería. Yo leía simplemente porque me gustaba. Y me gusta. Y -sobre todo- porque adquirí el hábito de la lectura desde muy niño, con los comics, que leía por toneladas. Después adquirí otros hábitos y vicios: alcohol, tabaco, lujuria desenfrenada, sadismo, furia. Por ahora sigo cultivando el de la lectura intensa, que es un hábito aceptable y conveniente.
En los últimos años hemos temido que la lectura disminuya al mismo ritmo que han disminuido las ventas de libros. Me refiero a España y me refiero concretamente a la lectura de libros. Ya sabemos que las lecturas de textos cortos en internet va in crescendo, pero me refiero a la lectura en profundidad. En España han registrado desde 2007 una baja de las ventas en papel y un alza  en venta de e-books. La consecuencia más evidente y nefasta es que hay una explosión de libros ligeros, para decirlo de algún modo. Libros de entretenimiento. Algunos tan tontos que de inmediato los convierten en telenovelas. Surgen decenas de escritores, más bien artesanos, cuyo único objetivo es vender millones y forrarse y a otra cosa mariposa.  Algunos logran su objetivo. El espíritu de la época es el mercantilismo a ultranza.
Si nos ponemos pesimistas podríamos suponer que de seguir esa tendencia la literatura podría desaparecer. Porque aunque algunos escritores mantengan su capacidad de riesgo y su necesidad de escribir a fondo, los editores no quieren libros "incómodos". Muy pocas editoriales mantienen contra viento y marea su espíritu de aventura y riesgo. Publicando libros "conflictivos" nadie se hace millonario. Ni escritores ni editores. Así que es mejor ser light, descafeinado y cerveza sin alcohol.
En mi caso Jorge Herralde, el boss de Anagrama, me repite cada cierto tiempo: "Bukowski nunca fue un best seller. Tú tampoco. Ustedes son long-sellers, es decir que venden un poco cada mes y así se mantienen durante años". Con ese tipo de ventas un autor vive con holgura económica y ya. Hasta ahí. Para mí es perfecto porque sigo escribiendo lo que me da la gana y me mantengo alejado del bullicio mediático y el stress de los festivales y los aeropuertos y el corre corre de aquí pallá como un loquito postmoderno más.
Ahora he pasado unos días en México D.F. y he comprobado que el síndrome de la gripe española no ha llegado a América Latina. Creo que en nuestro continente muy pocos hablan de e-books. Todos siguen deseando leeer en papel y los libros de entretenimiento puro se mantienen en niveles aceptables y no se han disparado.
Supongo que esta situación se debe a que los latinoamericanos no atravesamos una crisis como la que afecta a España y a otros países europeos desde 2007. Nosotros estamos mucho mejor porque siempre hemos vivido en crisis. Genreación tras generación. Crisis y esperanza de mejorar. Crisis-esperanza- frustración. Y de nuevo: Crisis-esperanza- frustración. Así que ya es costumbre. Y ese es un buen caldo de cultivo para la literatura incómoda y el arte conflictivo. Porque para evitar el desespero y la esquizofrenia, escribimos y por lo menos cuando morimos dejamos atrás nuestra memoria en blanco y negro, que ya es algo. Una escritura nerviosa, una escritura alcóholica, una escritura aterrada, una escritura de crisis permanente. Una escritura llena de dudas y de preguntas sin respuesta. Una escritura nocturna producida por escritores aterrados que controlan su miedo como pueden y siguen escribiendo a pesar de todo.
Por eso en Europa con frecuencia se aterran en las editoriales con nuestros manuscritos y los devuelven, un poco asqueados de haber tocado semejante artefacto. También se asquean a veces con nuestras películas. Es que tienen una sensibilidad más limpia o más fina, o más burguesa, o no sé. No sé. No es que sean frívolos o snobs. Es que no entienden. No quieren entender lo que sucede más allá de la puertecita de sus jardines. Creo que están anestesiados. Y no lo saben. Lo peor es que no lo saben.

martes, 17 de noviembre de 2015

VIRGILIO PIÑERA, PERIODISTA

Virgilio Piñera fue uno de los escritores más cáusticos y corrosivos que han nacido en esta isla. Agudo y venenoso como pocos. Durante algunos años ejerció como periodista, entre 1959 y 1961, en el periódico Revolución y en el suplemento cultural Lunes de Revolución. 
Ediciones Unión, en La Habana, publicó hace unos meses una compilación de todos sus escritos periodísticos de esa época. Un libro muy bien editado, con abundantes notas a pie de página y con un prólogo muy esclarecedor. Es una compilación excelente hecha por dos jóvenes: Dainerys Machado y Ernesto Fundora. Muy oportuno además este libro porque aparece en un momento en que se extingue la especie de los suplementos culturales en papel y también hace años se extinguieron los escritores rebeldes y cáusticos, sustituidos por los sonrientes y agradecidos. 
Creo que es un libro muy útil para quien quiera aproximarse a los vertiginosos y radicales años 60. Aunque es difícil conseguilo. La edición de 3 mil ejemplares se agotó en pocos días. En sus 364 páginas lo mismo encontramos un reportaje sobre la industria del guano de murciélago en Camagüey que una nota preciosa sobre los poetas cubanos del siglo XIX o un atinado comentario sobre la horrible novela Amistad funesta, de José Martí. Además de arengas para que los escritores escriban sobre los tiempos revolucionarios y se olviden del pasado burgués, y que además se incorporen a las milicias. También hay encendidas e incendiarias notas contra el Diario de La Marina y contra esto y aquello y a favor de lo otro y lo de más allá. Posicionamientos en blanco y negro abundan. Eran tiempos en que se exigía a todo el mundo una definición. "No se puede estar en la cerca. Estar en la cerca es estar con el enemigo". Esa frase se repetía cada día hasta el cansancio.
Ahora tenemos el privilegio de leer todo esto 55  años después y nos sonreímos. A mi modo de ver el principal valor que se desprende de su lectura es apreciar la indigencia total en que vivían los escritores cubanos de entonces. No había editoriales. El que se decidía costeaba su propia edición en alguna imprenta. Para tirar 200 ejemplares. 400 ya era un derroche. Y -lógico- con ese panorama los lectores escaseaban. A partir de 1960 se creó la Imprenta Nacional y la situación cambió. También se inició una efectiva y masiva campaña para elevar la educación del pueblo. Entonces otros fueron los problemas. Problemas siempre hay. Diferentes. Para ponernos a prueba. Fue un proceso convulso y complejo que finalmente desembocó en el llamado Decenio negro, de los años 70. En internet se encuentra mucha información, casi toda escrita por los protagonistas, aunque ya sería hora de organizar todo eso minuciosamente en un libro. Creo que no existe aún.
El último número de Lunes de Revolución salió el 6 de noviembre de 1961. El pretexto fue "que no había papel", jejejejeje, he escuchado eso decenas de veces. En 1965 se fundó el Partido Comunista de Cuba y se "fusionaron" los últimos periódicos que quedaban. Desde entonces sólo Granma y Juventud Rebelde.Ya no había espacio para cronistas corrosivos como Virgilio Piñera. No. Era tiempo de héroes, no de gente protestona.
El primer texto que yo publiqué fue precisamente en el periódico Granma, en 1969, sobre los jóvenes del servicio militar que cortábamos caña en Camagüey para la zafra azucarera. Una crónica muy heroica, por supuesto y creo que se titulaba En Mamanantuabo. Que parece una mala palabra pero era el nombre del lugar donde teníamos el campamento, cerca de Morón. Después, en 1973, empecé a trabajar como periodista en una emisora de radio provincial. Había allí un periodista ya viejo, cínico y socarrón, como se ponen todos los periodistas viejos en el mundo entero. Medio en broma me repetía una frase cada vez que podía: "Aplaude que a ti te pagan para que aplaudas". Aquello me sonaba a diversionismo ideológico profundo así que me hacía el bobo y lo ignoraba para no buscarme problemas. Yo era muy joven y soy un poco lento de entendederas. Me llevo más de 20 años entender a fondo aquella frase, que era como un koán del Zen. Al fin la entendí. Entonces empecé a publicar mis libros. Y me alejé del periodismo.

jueves, 12 de noviembre de 2015

UN OLOR A HUMO

Después de toda una vida leyendo, ahora me interesa sobretodo lo que hay detrás de cada libro. Es decir, los autores y sus circunstancias. Quizás por eso leo algunas biografías y libros de memorias y recuerdos de algunos escritores. Como París era una fiesta, de Hemingway, o la última biografía de Salinger publicada en 2014 en español, por Seix Barral. A veces encuentro respuestas a mi curiosidad. Que se concentra en unos pocos autores. No muchos. Por lo general hoy en día los escritores se montan en lo que llaman su "carrera" de escritor. Son esos escritores que necesitan mantener una presencia mediática para que no los olviden, que agradecen a sus editoriales cuando les gestionan algún premio, y que trabajan compulsivamente para publicar un libro cada dos años.
Son esclavos del ego. Pero no lo saben porque suben y bajan desesperadamente de aviones, entran y salen de habitaciones de hotel y se presentan en todos los festivales posibles, mientras fuman y escriben en su ordenador portátil. Escriben con la punta de los dedos en hoteles y aeropuertos. No hay tiempo para digerir. Tienen que escribir rápido porque el editor está esperando. Mercaderes. Sólo eso. Así que no dejan tiempo ni espacio para reflexionar un poco sobre sí mismo y lo que hacen. Y la vida se les escapa entre los dedos. Son víctimas del espíritu de la época: el espíritu mercantil y el vértigo.
Por suerte, a veces surgen escritores de otro tipo. Acabo de releer Todos se van, de Wendy Guerra. Una novela importante y estupenda. Hace unos años ganó el premio Bruguera. Y claro, ante un relato tan fuerte uno se inquieta. Dos veces le he preguntado a Wendy: "¿Todo eso es cierto? Es muy autobiográfica esa novela. O lo parece." La respuesta es un sutil sonrisa de Mona Lisa Extraviada. A buen entendedor con ninguna palabra basta.
En esta afición a indagar en las zonas ocultas de algunos libros he tenido una experiencia espectacular. Con Juan Rulfo. Adoro los dos libros de Juan Rulfo  (por suerte, al morir el escritor sus parientes no publicaron nada, menos mal). Todos adoramos esos dos libros. Ese modo de escribir entre el humo, como quien entra y sale sutil y constantemente del mundo de los muertos.
Hace muchos años, alrededor de 1990, estoy pasando unos días en Morelia, Michoacán, con unos amigos, Mario y Graciela. Un domingo lo dedicamos a recorrer los alrededores del lago de Pátzcuaro. Hay varios pueblecitos y cada uno se dedica a una artesanía específica.: cestería, madera, metales, etc. Uno de esos pueblos, polvorientos y pobres, es Capula. Allí se dedican a la cerámica utilitaria. Hacen y venden platos, pozuelos, jarras, etc. En el pueblo abundan los hornos de leña para cocinar la cerámica. Hay grandes y antiguos caserones, oscuros y desvencijados, con portales alrededor y una atmósfera como de abandono y pobreza eterna.
En algún momento, en pleno mediodía, veo una viejas muy delgadas, vestidas de negro. Dos o tres viejas, que se mueven en medio del humo  y el polvo. A lo lejos. Entran y salen de la oscuridad de aquellos caserones. Hay silencio y no se escuchan ni las pisadas ni el crepitar de la leña en los hornos. Sólo aquellos fantasmas con largos sayos negros moviéndose como si flotaran en el humo. Y ahí estaba todo. Juan Rulfo no apareció pero estaba allí, haciéndome un guiño. Y de pronto ya no era Capula, sino Comala. Entre el humo y el silencio, el mundo de tinieblas y de muertos. Todo inasible. Inexplicable.