Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

viernes, 28 de agosto de 2015

¿QUIERES SER UN GHOST?

Un periodista italiano radicado en La Habana me invitó a una cena en su casa. Una esposa encantadora, una casa acogedora, una cena deliciosa. Velas, serenidad, placidez. Todo tranquilo. Reunió a un reducido grupo de amigos. Una noche más. De las que se olvidan en poco tiempo. Pero   recuerdo con precisión exacta a un personaje. Se presentó como escritor y se apresuró a decirme que había leído mis libros, mencionó el nombre de mi editorial italiana y entornó los ojos como si hablara de oro en barras. Me dio su tarjeta y me obsequió uno de "sus" libros. Era una novelita de espionaje, de quinta categoría, con una mujer casi desnuda en la portada, con una ametralladora en las manos y colores chillones. Imposible hacerlo peor. El tipo era bajito, feo, repelente, con cara de rata. Insistía en hablarme en francés aunque yo entiendo bien el italiano. Me dijo que estaría unos días en La Habana buscando atmósfera para su próxima novela. No le creí aquella estupidez. Iba acompañado por una excitante señora de 40-50 años, más alta que él, y con un decidido charmé de puta por horas. De lejos se veía que no tenían nada que ver uno con el otro, y que era sencillamente una escort girl alquilada por teléfono.  Ahora se notaba cierta tensión entre los dos. La señora usaba un short muy pequeño y demasiado ajustado para el lugar y la hora. Una blusa descotada, pintura muy roja en las uñas de los pies.  Fumaba sin parar y estaba descentrada, mirando hacia otra parte con tal de no ver al renacuajo que le pagaba. 
Alguien cerca quería decirme algo, así que me alejé de ellos. Unos whiskies después el tipo volvió a la revancha. Se acercó,  me agarró por un brazo y me insistió. Quería contarme algo de todos  modos. Hablando muy bajo me dijo que más bien era editor y que publicaba aquellos libritos a un ritmo semanal gracias a unos colaboradores muy rápidos y eficientes.
-Pero todos salen con su nombre.
-Sí, es una marca registrada.
-Ghostwriters?
-Exacto. ¿Le di mi tarjeta? Pues... ya sabe...pago muy bien y rápido...
Hizo un gesto ambivalente como quien dice: "Si algún día necesita dinero me puede llamar".
Lo miré asombrado. Aquella comadreja me proponía ser uno de sus ghostwriters. Hice acopio de humildad, me dije a mí mismo: "Pedrito baja el ego, no pasa nada". Y le sonreí educadamente.  El tipo siguió: 
-Es un gran trabajo. Una gran contribución. Literatura de calidad. Y estoy pensando entrar en el mercado de América. Traducir al inglés y entrar directo a New York. Un gran negocio. Aunque los críticos no me tienen en cuenta. No existo para los señores críticos. Jamás mencionan mis novelas.
-¿Quieres que te reconozcan?
-Sí, sí. Es un asunto de justicia.
Y repitió de nuevo por tercera o cuarta vez:
-Pour ces Messieurs les critiques je n'existe pas. Ils m'ont toujours ignoré.
La putona a su lado ya iba por unos cuantos whiskies y tenía los ojos  marchitos y oscuros como un pequeño demonio. Me miró con una  sonrisa enigmática que se podría traducir: "No le prestes atención, es un imbécil total y un estafador. Me gustaría irme contigo esta noche".
Por suerte el anfitrión se acercó, me preguntó algo y me arrastró a presentarme a un señor de Milano que fabrica mangueras para jardines. Y hablamos sobre flores tropicales, que es un hermoso tema.

lunes, 17 de agosto de 2015

LOS ESCRITORES CALLEJEROS

Esta es una portada de Black Mask la famosa revista pulp que se publicó en Estados Unidos entre 1920 y 1951. Ahí escribieron todos. Raymond Chandler (1888-1949), Dashiell Hammett (1894-1961), y un largo etcétera. Sólo escribían esos cuentos para ganar un dinero y seguir adelante. Sin más pretensiones. Pero el tiempo   es un gran mitificador  y además ayuda a sedimentar. Por ejemplo del otro grande de esa época, James M. Cain (1892-1977)  sólo seguimos leyendo sus dos grandes novelas El cartero siempre llama dos veces y Pacto de sangre. Para mi gusto es mejor olvidar sus otras 21 novelas. Ahora estuve leyendo el ensayo El simple arte de matar (1950), de Raymond Chandler, que me gusta mucho y lo releo cada cierto tiempo. Sobre todo porque -con educación y elegancia- dice que los escritores ingleses de misterio -de aquel momento y anteriores, se entiende- no tenían ni idea de lo que escribían y suponían que los criminales  tienen dentro un mecanismo suizo de relojería y funcionaban como robots. Es decir, no eran creíbles. Para no hablar de sí mismo, dice que fue Hammett el que inició ese nuevo modo "callejero" de escribir: "...Hammett escribió para personas con una actitud decidida y agresiva ante la vida. No les daba miedo el lado turbio de las cosas; vivían en él. La violencia no los consternaba; la tenían en su misma calle. Hammett devolvió el asesinato  a la clase de personas que lo cometen por alguna razón, no sólo para proporcionar un cadáver. Y lo hacen  con los medios que tienen a mano, no con pistolas de duelo labradas a mano, curare o peces tropicales. Los plasmó en el papel tal como eran, y les hizo hablar y pensar en el lenguaje que utilizaban habitualmente."  El ensayo tiene otros momentos muy importantes porque pone las cosas en su lugar en cuanto al relato realista de género negro. Yo voy un poco más allá. A mi modo de ver  el  relato policiaco barato norteamericano se adelantó a los escritores "serios". Como no tenían pretensiones intelectuales no tenían nada que perder. Así que se lanzaron  a escribir del modo más callejero y real posible  y así marcaron pautas que después siguieron Sherwood Anderson, John Dos Passos, Gertrude Stein, Dreisser, y todos los demás realistas  que sobresalieron en  la literatura norteamericana de la primera mitad del siglo XX. Los grandes antecesores eran los realistas rusos y franceses  de fines del siglo XIX.  En Estados Unidos son los escritores "duros" y "baratos" del policiaco los que toman la iniciativa de desencartonar a los personajes, las tramas,  los escenarios y las situaciones. Lo cual era muy coherente con la realidad social que había en la vida diaria de Estados Unidos y que se reflejaba en unos periódicos atiborrados de crímenes reales, mafias, políticos corruptos, y sangre abundante. Estos escritores policiacos tenían mucho material a mano. No tenían que inventar nada. Sólo atreverse y escribir. Claro, han perdurado los que además de decisión tenían talento para desarrollar su arte de un modo verosímil y atractivo. Por eso hoy podemos leer las novelas de Chandler, Hammett y Cain y de unos pocos más, y todavía nos seducen. El tiempo las ha sedimentado. Favorablemente.

jueves, 13 de agosto de 2015

FABIÁN Y EL CAOS

Algunos lectores me han escrito últimamente. Se quejan de que no encuentran mis libros en las librerías. Y tienen razón. Desde hace un par de años se pueden adquirir todos en Amazon.com tanto en papel como en versión digital. He colocado ahí un total de 17 títulos. Es decir, unos 7 de poesía y el resto de prosa. Todos en castellano. 
Ahora, a principios de septiembre 2015, estará en librerías una nueva novela mía, publicada por Anagrama: Fabián y el caos, que se desarrolla en la ciudad de Matanzas, en las décadas de 1960 y 1970. Fabián es un joven pianista obsesionado con su trabajo. También aparece un Pedro Juan adolescente y joven, un poco desesperado y vertiginoso. Es una novela muy autobiográfica,  Y desde el principio voy directo al grano. Creo que es una novela visceral y dura. Ojalá les guste. 
También en septiembre Anagrama publicará nuevas ediciones de bolsillo de Trilogía sucia de  La Habana y de El Rey de La Habana.  En ese mes se estrenará además la película El Rey de La Habana, basada en mi novela y dirigida por el laureado director español Agustí Villaronga. Eso es todo. Por ahora.
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En la contraportada de Fabián y el caos se lee: Cuba en la década de 1960. La revolución  ha triunfado y dos chavales que aparentemente no tienen nada en común se hacen amigos, Pedro Juan, viejo conocido de los lectores de Pedro Juan Gutiérrez, es atlético, fornido y con el tiempo será un seductor amante de las mujeres voluptuosas.
Fabián es todo lo contrario: enclenque, asustadizo y miope, toca el piano, es homosexual y su familia -una madre madrileña y un padre catalán que emigraron a la isla en los años veinte- vivió tiempos mejores en la Cuba prerrevolucionaria.
Esa amistad improbable seguirá a lo largo del tiempo y las vidas de estos dos chicos volverán a cruzarse en los años venideros. Pedro Juan se habrá convertido entonces en un hedonista que disfruta del sexo con mujeres de generosos pechos que no le piden compromiso, incluida una sexagenaria desaforada. Fabián será un artista sin capacidad para enfrentarse a una realidad hostil. Lo han detenido por maricón y, aunque acaba saliendo airoso, el miedo se apoderará de él y vivirá cada vez más encerrado en sí mismo. Ambos se reencontrarán en una fábrica de enlatado de carne donde trabajan los parias de la nueva sociedad revolucionaria pero sus destinos serán irremediablemente dispares.
Basada en hechos reales, esta es una novela de contrastes: de luces y sombras, de vitalismo y desesperación, de goce y represión.
Escrita con el habitual tono directo y visceral del autor, y con el telón de fondo de una Cuba efervescente y sórdida, narra la amistad imposible entre dos  parias de la revolución, entre dos jóvenes que viven de espaldas a las proclamas y mentiras oficiales y buscan sus espacios de libertad con destino dispar. Fabián y el caos es una nueva muestra del arrebatador talento de esa suerte de Bukowski caribeño que es Pedro Juan Gutiérrez y está repleta, como toda su obra, de sexo y desolación, de vigor y pesimismo.

martes, 11 de agosto de 2015

HEMINGWAY

Hace casi 55 años que Ernest Hemingway murió, el domingo 2 de julio 1961, y todavía su obra y personalidad sigue emocionando a millones de lectores. Con criterios muy dispares y contrapuestos, claro, como debe ser. El año pasado pregunté a unos cuantos profesores de literatura e investigadores de varias universidades norteamericanas qué les parecía la obra de Hemingway vista ahora a buena distancia. Ninguno me contestó de modo tajante. Todos respondieron con evasivas. No fue una gran encuesta. Sólo pregunté a unas 8 o 9 personas, casi todos amigos  o conocidos. Fue más bien un sondeo, como dicen los periodistas.
Cuando yo tenía 19 años quería ser más o menos como Hemingway. Macho, aventurero, viajador, mujeriego, divertido, testosterona pura. Y escribir como Truman Capote.  Yo había pasado  cuatro años y medio en el ejército y sabía que no era un tipo cruel ni sanguinario. No me interesaba matar nada. Ni leones ni ratones, ni ir a guerras ni a ver matar toros en España. No me gustaban ni las peleas de gallos aunque iba los fines de semana a la valla de gallos de Matanzas, sólo a vender helados. Me parecía  un abuso de gente estúpida contra  esas aves.Tampoco quería ser famoso a toda costa, ni millonario, ni vivir siempre rodeado de gente bebiendo y comiendo a mi cuenta. No quería esclavizarme a las posesiones ni al derroche. Todo lo contrario. Quería ser libre, sin propiedades, sin amarres sociales ni políticos ni emocionales. En esa época, alrededor de 1970, iba mucho a San Francisco de Paula -un pueblecito en las afueras de La Habana- porque durante algunos años tuve allí un romance con una hermosa muchacha  que vivía en ese pueblo. Algo de eso cuento al final de  El nido de la serpiente. Ella se llamaba Mignón y yo a veces a media mañana iba caminando hasta la finca La Vigía, donde había vivido Hemingway durante muchos años.  Funcionaba como casa-museo. Pero siempre estaba desierta. A nadie le interesaba. De vez en cuando iba una "delegación soviética". Parece que en la URSS tenía muchos admiradores, y editaban sus libros en tiradas gigantescas aunque nunca le pagaron ni un kopek. Habitualmente había sólo unos pocos  empleados que limpiaban y mantenían presentables los jardines. Hay unas escenas muy buenas de esa casa en la película Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea. Había un investigador que no investigaba nada porque era Licenciado en Lengua y Literatura Francesa y no sabía inglés ni le interesaba la literatura norteamericana, pero le dieron aquel empleo y allí andaba, aburrido como una ostra.
Sobre una butaca y un sofá descansaban infinidad de rollos de periódicos con algunos cientos de crónicas que Hemingway publicó sobre todo como corresponsal de guerra. Años después Norberto Fuentes sí se dedicó con seriedad a investigar y publicó un libro muy interesante: Hemingway en Cuba. Y después organizó traducciones de algunas de aquellas crónicas y las reunió -en español- en Un corresponsal llamado Hemingway. Ambos libros fueron publicados en los '80 por la editorial Letras Cubanas y jamás reimpresos. Después el señor Fuentes se fue de Cuba y no ha pasado nada más en ese campo de investigación.
Hemingway tuvo relaciones sentimentales especiales con Cuba, España y Africa. Aunque a mí me parece que en Cuba y España fue más curiosidad folklórica que otra cosa. Y en Africa lo que quería era cazar y matar todo lo que le pasara por delante, desde elefantes hasta pajaritos. Edmundo Desnoes, en un lúcido ensayo que publicó en Cuba en los años '60 (en un librito de la colección Cocuyo cuyo título no recuerdo) destruye el mito del amor de Hemingway por Cuba y  escribe tranquilamente (cito de memoria): "Vivía en Cuba porque era barato y estaba a dos pasos de su país, además disfrutaba de un buen clima y tenía el Caribe con buena pesca al alcance de la mano. Pero no sentía nada por los cubanos ni por su cultura, ni intentó jamás conocer algo, ni siquiera la música". Ese ensayo cayó muy mal porque en esa época en Cuba muchos reverenciaban a Míster Hemingway. Su viuda, en una última visita a la isla, pidió permiso al gobierno cubano para llevarse unos cuantos cuadros, los más valiosos -Picasso, Juan Gris, etc-. Se lo dieron y donó la casa con todas las pertenencias adentro. Hasta las fotos, toda la ropa y la biblioteca. Siempre me ha impresionado el tamaño de sus mocasines. Calzaba por lo menos el 50, quizás el 52. Nunca he visto zapatos tan grandes. Estoy de acuerdo con Desnoes y al mismo tiempo reconozco el derecho de cada quien a vivir donde le plazca y donde le convenga por razones económicas o lo que sea. En Cuba escribió El Viejo y el mar, sobre un pescador de Cojímar que le contó la historia y después él la noveló. Para mi gusto (sólo para mi gusto personal) creo que esa novela y sus cuentos es lo mejor que escribió. Sus cuentos son absolutamente magistrales y hay que leerlos  de nuevo cada cierto tiempo. En sus novelas, para mi gusto, hay demasiada palabrería inútil y recovecos desatinados sobre los seres humanos y sus motivos para vivir. Y el valor. Estuvo siempre traumatizado con el tema de la valentía y la cobardía. El fue ante todo un periodista. Un periodista que escribía libros de ficción. Y su escritura tuvo siempre la dinámica del periodista así que no le convenía ponerse a filosofar. Le salía mal.
Supongo que escribió esos novelones gruesos por lo mismo que lo hacen muchos escritores. Los editores les dicen: "Escribe novelas. No quiero libros de cuentos porque no se venden. Y  la poesía ya ni te cuento. ¡Novelones de 500 páginas es lo que quiero! y además, trata de ampliar tu diapasón porque los lectores se aburren si sigues con tus mismos temas siempre". Y allá va el disciplinado y obediente escritor, necesitado de dinero además, a escribir los novelones. Hemingway dijo a varios periodistas: "Tengo una finca, un yate, una esposa, familia, vacas. perros, animales, posesiones de todo tipo, y encima los impuestos que son abusivos,  y eso me está arruinando".
Otro de sus libros que releo siempre con gusto es París era una fiesta. Es un librito delicioso donde habla con sarcasmo y un poco de cinismo de sus amigos. Pero eso es inevitable cuando escribes memorias.  Creo que respeta todo lo que hay que respetar. Está muy bien ese libro. Muy bien escrito. Me encanta.
Hace muchos años que no voy a San Francisco de Paula y a la finca "La Vigía". Guardo el hermoso recuerdo de aquellos años, 1970 y alrededores, cuando en invierno paseaba por allí con Mignón, felices y contentos, yo rebosante de  testosterona y con una chaqueta de cuero -que todavía uso- y que tiene grabado en la espalda: Born to be free.

viernes, 7 de agosto de 2015

EL GALLEGO

El Gallego vivía en un cuarto pequeño y oscuro, en el interior de este solar.  Este lugar está en Centro Habana, cerca de mi casa. El Gallego tenía ya 80 y pico de años cuando nos conocimos. Era un hombre apacible y sonriente. Me gustaba hablar con él porque trasmitía paz y sosiego. No era un tipo acelerao. Todo lo contrario. Yo fui a vivir en Centro Habana en 1986. A veces me sentaba un rato en un parquecito que había en Campanario y Malecón. Muchas veces El Gallego también estaba por allí, tranquilo, refrescando con la brisa del mar. Y, como todos los ancianos, me contaba historias de su vida. Había ido a Cuba muy jovencito y trabajó siempre de mensajero en la bodega de un tío, en la esquina de San Lázaro y Perseverancia. Así que pasó casi toda su vida en el mismo barrio. A lo largo de varios años me contó tantas historias que podría escribir una novela. Pero eso ya lo hizo Miguel Barnet en su novela Gallego. Y segundas partes nunca fueron buenas. 
Cuando lo conocí yo tenía 36 años y para mí lo más importante del mundo era el sexo. Sin dudas. Era lo más importante. Así que nunca pude comprenderlo cuando me  contó que su mujer -también de Galicia, eran del mismo pueblo los dos-  trabajaba de criada en una casa "de gente rica" en El Vedado. Tenía que estar siempre disponible y sólo le permitían salir los domingos de 4 a 9 de la tarde. Y yo:
-Gallego, pero no tenían tiempo para nada.
-Sí, como no. Nos sobraba.
-Pero quiero decir... el sexo.
-Ah, los cubanos siempre... hombre, el sexo son cinco minutos. Y ya, listo.
-Cómo que 5 minutos, ¿tú estás loco? ¡Horas y horas! ¿Tú terminabas en 5 minutos? No lo puedo creer.
-Es que ustedes son muy exageraos. Se pasan. Siempre se pasan.
Otro día señaló a la azotea donde vivo y me dijo:
-¿Tú vives allá arriba?
-Sí.
-Ahí vivió muchos años un americano de la embajada de Estados Unidos. Sólo comía jamón, aceitunas y whisky. No comía otra cosa.
-¿Por qué tú sabes eso?
-Porque yo era el mensajero de la bodega y todas las semanas le subía una caja con eso.
-Gallego, no seas bruto. Él comería en un restaurante. Y eso sería para brindarle a los amigos, a las visitas.
-No, no. ¿A quién se le ocurre comer todos los días en un restaurante? Vivía de  aceitunas y jamón, y a veces unas galleticas de soda. Era muy delgado.
Había que dejarlo porque era más obstinado que un mulo. Cuando decía algo no daba marcha atrás. No había manera de hacerlo cambiar de opinión. Pero sonreía siempre. Creo que no guardaba rencores y lo recuerdo siempre como un hombre apacible y tranquilo. Un día dejé de verlo en el parque. Fui al solar donde vivía, muy cerca del parquecito. Y los vecinos me dijeron que se había muerto de noche, durmiendo. Me quedé tranquilo. Era un hombre bueno y tuvo una muerte apacible.