Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 15 de enero de 2018

IMPÚDICOS Y OBSCENOS

Estoy leyendo en estos días La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) que sin dudas, es uno de los libros más obscenos e impúdicos de la literatura cubana. No lo había leído hasta ahora, aunque siempre he tenido algún ejemplar a mano en mi biblioteca. Es de 1979. La verdad es que -para mi gusto- es demasiado voluminoso y mete miedo: 500 y pico de páginas con letra diminuta y difícil de leer. En cambio he leído varias veces Tres tristes tigres y Mapa dibujado por un espía, mucho más divertidos, por cierto.
GCI se había exiliado en 1965, así que después de 14 años de exilio, casi todos en Londres porque Franco no le dio asilo en España, el escritor se dedica a recordar, con una memoria prodigiosa y con pelos y señales, a cada uno de sus vecinos en Zulueta 408, más bien sus aventuras de adolescente y joven que intenta descubrir el sexo, también en los cines y otros lugares. Obsesionado de un modo enfermizo por el sexo solitario o acompañado y viviendo en una zona de La Habana-Centro especialmente pobre y promiscua. El solar (en Cuba es un edificio con pequeñas habitaciones, baños y cocina colectivos, hacinamiento y pobreza extrema) estaba frente  al Instituto de La Habana ya en los años de 1940 cuando empieza el relato. Ahí se mantiene el sólido edificio del Instituto y sigue en sus funciones de centro educacional. Yo paso por allí con  frecuencia, en alguna gestión. La última vez hace dos semanas. Buscaba cola blanca para pegar papeles. Hago collages (los llamo poemas visuales) y necesitaba el pegamento. No hay. Recorrí unas cuantas tiendas. Al fin apareció en una pequeña tienda cerca de Zulueta 408, donde GCI y su familia vivían  apretujados y pobres paupérrimos pasando hambre y necesidades de todo tipo. El padre y la madre eran comunistas estalinistas. El padre un inútil además, ganaba 40 pesos al mes de linotipista en el periódico de los comunistas de entonces. "Que eran muy comunistas pero aplicaban sin compasión las leyes explotadoras del capitalismo",  escribe GCI en algún momento en el libro. Aquel edificio -el solar- fue derribado. Hoy es la trasera de un gimnasio de boxeo que se llama "Kid Chocolate", cuyo frente da a Prado, al lado del cine Payret.
La Habana... ha recibido muchos elogios pero para mí es un libro aburrido debido a que es innecesariamente minucioso, lento y reiterativo como un elefante viejo y cojo. GCI se recrea en los detalles pero le falta sustancia y chispa. A veces me salto párrafos enteros y hago lectura oblicua saltando de línea en línea. Obscenidad explícita tiene tanta como Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, y Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro. Se acerca peligrosamente a alguno de mis libros, sobre todo a Trilogía sucia de La Habana y a El Rey de La Habana.
LLegados a este punto me pregunto lo esencial: ¿Existe una filosofía de la obscenidad? ¿Tenemos necesidad de lo obsceno? ¿Nos aporta algo? Mucho se ha escrito sobre el tema, ya sabemos. Y nuestra mente enseguida recala en el Marqués de Sade, en Celine, Bukowski, Henry Miller. En idioma español no hay grandes obscenos. Somos más bien pocos porque la Iglesia se ha ocupado durante dos mil años de inyectarnos suficiente culpabilidad. Estamos sobresaturados de culpabilidad. Ahora  respondo mis preguntas: Sí, la obscenidad es necesaria, tan necesaria como el amor, la muerte, el ansia de poder y cualquiera de los grandes temas de la literatura y el arte. La literatura es un instrumento de exploración del ser humano. Un escritor consecuente con su oficio no debe detenerse ante la oscuridad. Luces y sombras. Día y noche. Ying y Yang. Todo hay que conocerlo. Todo hay que decirlo. Oscuridades y tinieblas. Somos un maravillloso amasijo de luces y sombras y toca al escritor experimentar, indagar, exponer...y después asumir las consecuencias por ser provocativo y molesto. Así que en el fondo el problema de este libro de GCI no es su obscenidad extrema sino que es aburridísimo y tan tedioso como una historia clínica.

lunes, 8 de enero de 2018

ENA LUCÍA PORTELA

Ena Lucía Portela (La Habana, 1972), es una narradora y ensayista habanera que ha publicado algunas novelas muy interesantes como Pájaro, pincel y tinta china, de 1998, y Cien botellas en una pared, de 2003. La primera ha sido traducida a nueve idiomas. Ena Lucía escribe desde la reflexión, la poesía y el misterio sutil. Nunca es estridente y en sus mejores momentos me recuerda a Djuna Barnes y a Elfriede Jelinek. Esto es sólo una percepción de lector. No soy un estudioso, Dios me libre. Ahora Ena acaba de publicar un tomo de ensayos titulado Con hambre y sin dinero, en ediciones Unión, de La Habana. Aclaremos  que en Cuba desde principios de los años 60 se ha hecho imposible opinar con criterios propios, por razones obvias. Un pensamiento uniforme, rígido, repetitivo, es un mal caldo de cultivo para la cultura  y las ideas. Ena intenta romper ese molde. Ya hay muchos osados que continuamente lo intentan. Correr la frontera del silencio. Un poquito cada día. En este libro publica un ensayo sobre mi novela El Rey de La Habana. Lo había publicado originalmente en una revista de la universidad de Puebla, en 2003. Ahora, 15 años después, se asombra de que esa novela no haya generado más trabajos críticos. Y subraya: "Nuestra academia, tozuda y arrogante, no da su brazo a torcer en lo referido  a la obra de Pedro Juan. Más yo tampoco. Tiempo al tiempo, compañeritos, que quien ríe último...". Agradezco a Ena por su augurio. Yo también creo que esa novela y Trilogía sucia de La Habana le cambiaron el canon de visión única y estrecha a los compañeritos estudiosos y no se atreven a opinar. No se atreven. No encuentran las etiquetas que debieran pegar a esos libros. jajajajaja, yo me río. Eso es todo. En fin. Tiempo al tiempo, como dice Ena.
A mi modo de ver, hay un ensayo en este libro que merece toda nuestra atención: ella describe  con valor, objetividad y cierta serenidad, el mal de Parkinson que padece desde que tenía 20 años, es decir desde 1992 aproximadamente. Muy valiente y admirable Ena que lleva 25 años conviviendo con esta enfermedad y sigue escribiendo  sin desmayo. Desde aquí toda mi admiración y mis mejores pensamientos, Ena, para acompañarte.