Mi casa

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© Héctor Garrido

domingo, 27 de octubre de 2019

BANKSY Y EL DESCONCIERTO

Los críticos y eruditos no saben qué pensar sobre Banksy. ¿Es un artista genial o un simple mercader que sabe cómo manejar el marketing en cada momento? Yo creo que el 5 de octubre de 2018 pasó ya a la historia del arte contemporáneo.
Ese fue el día en que en la casa de subastas Sotheby's, en Londres, el dibujo Niña con globo se autodestruyó en el momento en que el subastador dio el macetazo  para vender la obra en 1 millón 180 mil euros. Un mecanismo con cuchillas, que Banksy había ocultado dentro del marco cortó en tiras la obra. Según explicó el artista, al día siguiente en Instagram, el mecanismo se trabó y sólo cortó un pedazo del dibujo pero la idea era  destruirla totalmente. La casa subastadora no sabía nada y todos quedaron sorprendidos, vendedores y compradores. Banksy citó a Picasso para comentar su action painting: "La necesidad de destruir es también una necesidad creativa".
¿Épater á la bourgeoise? Si. De eso se trata. Asombrar, molestar, impresionar, confundir, desconcertar, engañar a  los burgueses. Ir a la contra. Burlarse de ellos que se lo toman todo tan en serio. Y si encima les puedes quitar un poco de dinero, mucho mejor. 
Es lo que debe hacer siempre un artista. Idear algo nuevo, no repetir cómodamente una y otra vez. Y si además lo haces con sentido del humor desacralizas un emporio, un templo convertidor del arte  en dinero, como es la famosa casa de subastas londinense. 
Ahora, un año después de su performance en Sotheby´s, Banksy volvió a la carga en septiembre con una subasta de 44 de sus obras. Y el pasado 3 de octubre 2019, también en Sotheby´s uno de sus óleos de gran formato que muestra la Cámara de los Comunes británica repleta de chimpancés se vendió por 11 millones de euros en una subasta. La casa lo había tasado en un máximo de 2 millones 250 mil euros. Sólo que en este caso el cuadro había sido adquirido directamente del artista en 2011 por un coleccionista.
Así que este joven de 45 años, nacido en Bristol, anónimo, seguirá  divirtiéndose  y ganando mucho dinero. Y los eruditos que intentan ponerle una etiqueta seguirán sin saber qué hacer.

miércoles, 23 de octubre de 2019

DIARIOSDE JOHN CHEEVER (2)

John Cheever (1912 - 1982) tuvo una vida atormentada e infernal hasta el último minuto. Es la conclusión inevitable cuando se leen sus diarios.  El diario original tiene 4300 páginas, en 28 volúmenes. Abarca desde fines de los años '40 hasta 1982. Su viuda y los tres hijos lo vendieron en 1990 a la Biblioteca Houghton, de Harvard.  Un año después vendieron los derechos a Random House, con un anticipo de un millón 200  mil dólares. La selección publicada es de unas 500 páginas. Su viuda declaró que no podía leer todo eso. Sólo leyó unas pocas páginas "...porque es él, no yo. Todo eso es él". Ella es tratada con especial dureza y odio visceral cada unas pocas páginas. La edición en español se beneficia por unas atinadas notas al pie y una cronología, escritas por Rodrigo Fresán. Son amplias y nos ubican muy bien en el contexto espacial y temporal del infeliz Cheever.
Lo mejor es que nunca tuvo piedad consigo mismo. Aquí está todo. Una noche de alcohol y sexo homosexual y al día siguiente arrepentido y pensando que debe ir a rezar y a pedir perdón en la iglesia. Ama a su esposa pero en cuanto ella le pone cara avinagrada, lo que sucedía continuamente,  quiere irse y dejarlo todo atrás. No se atreve. No tiene valor y sigue aguantando. Quiere ser millonario y famoso y sueña con los discursos que dirá cuando gane tal o más cual premio. Odia a Salinger, a Saul Bellow, a Mailer y a todos. Lee una novela de Mailer "para quemarla cuando termine", los envidia en secreto, pero en público hace como si nada. En la página 58: "No nací en una verdadera clase social, y desde muy pronto tomé la decisión de infiltrarme en la clase media como un espía para poder atacar desde una posición ventajosa, solo que a veces me parece que he olvidado mi misión y tomo mis disfraces demasiado en serio". Y se inventó una alcurnia que nunca tuvieron sus antepasados.  Y así con todo. Alcohol, tabaco, sexo homosexual, vida conyugal y familiar, todo. Quiero y no quiero.
Una vida marcada por la incertidumbre, la insatisfacción, la vanidad, la indecisión, la carencia total de seguridad y confianza en sí mismo.  A lo largo de su vida fue atendido por varios siquiatras. Se casó en 1940 con Mary y se soportaron hasta 1982 cuando el escritor falleció. En 1966 una siquiatra lo clasifica como  narcicista, neurótico, egocéntrico, sin amigos y que además, para justificarse se ha inventado una esposa maníaco-depresiva. Después en 1973, comenzó a tener eventos de delirium tremens debido a su alcoholismo incontrolado. Estuvo internado en hospitales varias veces por este motivo.
Cheever escribió este diario a lo largo de toda su vida, con la intención de publicarlo, pero nunca se decidió. Me gustan los diarios, memorias y autobiografías de escritores. Son aleccionadores.  Sólo que habitualmente hay que leer entre líneas porque nadie  entrega sus secretos más íntimos fácilmente, como hace aqui Mr. Cheever. Muy bien. Ahora comprendo mejor sus cuentos y novelas. Pobre hombre.

viernes, 18 de octubre de 2019

DIARIOS DE JOHN CHEEVER (1)

Hace un par de días entré en el micro Fnac de Marbella (Andalucía) para curiosear un poco y de paso comprobar si tienen a la vista mi última novela, publicada en Anagrama en junio pasado. Este chequeo medio neurótico lo hacemos todos los escritores aunque, claro, ninguno lo reconozca en público.  Bueno, pues Estoico y frugal no estaba a la vista. Volví a mirar en todos  los estantes y no.  Sólo tenían la Trilogía sucia de La Habana y El Rey de La Habana. Muy serio le pregunté a un empleado que sacaba libros de unas enormes cajas plásticas y las colocaba en los estantes. Y su respuesta fue con una gran sonrisa (esto parece un spot publicitario pero fue así como sucedió): "Sí, aquí está. Se nos ha agotado dos veces y lo pedí de nuevo". Y sacó diez o doce ejemplares y los colocó en el estante. "Ah, bien, muchas gracias", le contesté, ya tranquilizado. Y es que he recibido en estos  días dos quejas de lectores mexicanos del DF que han buscado la novela en Ghandi y en la librería del Fondo de Cultura Económica y no la tienen. Así que entré al pequeño FNAC andaluz inyectado con ácido en la yugular. Pero tuve un  "Final feliz" como en los masajes que me dan las filipinas en el centro de masajes aquí al frente. Todo bien.
Entonces fijé la vista en una nueva edición de los Diarios de John Cheever. Cuando salió en español por primera vez, creo que en 1993, no la compré porque en ese momento estaba aburrido de Mr. Cheever. Había intentado leer sus cuentos y no podía. Para mi gusto demasiado clase media alta. Yo tengo muy arraigado el concepto de que la literatura es un asunto de la clase media. Escritores, lectores, traductores, críticos (sólo los editores y distribuidores llegan inevitablemente a millonarios), los demás, incluidos los libreros pequeños, somos clase media. Y cuidado, porque si pierdes el sexto sentido puedes caer a ser un adulto mayor de renta baja o muy baja. Y además, un escritor serio lo único que puede hacer es escribir sobre aquello que más conoce, es decir, sobre sí mismo y sus alrededores. También puede, si se ve muy apretado, escribir una novela policiaca y venderla a una editorial grande y comercial. Y después aguanta lo que viene. "Aguanta el marrón" dicen en España.
Pero a pesar de tener claros estos conceptos me jodía ese regodeo mezquino de Cheever con los privilegios  que le proporcionaba el contexto en que había nacido. Y jamás salía de ese pequeño y retorcido mundo. Sospecho que  en el fondo de mi alma unas gotas de envidia (no sana sino agresiva) oscurecían mi visión sobre el tema y hacía que me cayera mal el Mr. Cheever, apodado "El Chejov" de los suburbios.
Después, con los años y la vida, perdí esa inflexibilidad e intolerancia, y comprendí que Cheever no podía hacer otra cosa y estaba bien lo que hacía. Además escribía cuentos para ganarse la vida y publicarlos en The New Yorker, una revista muy bien diseñada para agradar a la clase media americana que, como The Paris Review, y lo digo por experiencia propia, exigen al escritor que cumpla determinadas reglas de corrección política, como si uno fuera un aséptico escritor de guiones de telenovelas. Así que ahora me leo a Cheever en diminutas micro dosis porque sigo sin soportarlo con 400 páginas de un golpe. 
Es que escribía sus cuentos con la fórmula New Yorker donde dos más dos tiene que dar cuatro  obligatoriamente. Si al escritor le conviene que esa suma de cero o siete no puede ser. Tiene que aguantarse y escribir algo previsible, académico, convencional y dentro de la correción política más  dañina y encaminada a recibir premios y aplausos.
Entonces, decía, cogí el libro, leí unas cuantas líneas ad libitum y me gustó. Me pareció que era otra cosa. Lo compré y lo estoy leyendo. Y sí. Es otra cosa. Muy interesante. Creo que lo comentaré en la próxima nota en este blog.