Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

viernes, 30 de mayo de 2014

LA LUPE MORDÍA

A veces, por las tardes, invito a un vecino. Nos sentamos en la terraza, frente al mar, nos sonamos unos tragos de ron y conversamos. Es Sinesio Rodríguez, saxofonista, pianista, arreglista, santiaguero. Ahora tiene casi 82 años así que vivió los mejores tiempos de la música cubana. Trabajó con la orquesta de Chepín Chovén, en  Tropicana, con Felipe Dulzaides, etc. Todo. Lo vivió todo. Tocó el saxo hasta en el Shangai, que es mucho decir. "Figúrate, yo jovencito, y aquellas mujeres haciendo strip tease delante de mi, a un metro de distancia. Se me iba la vista. En aquella época no se afeitaban. Todo era al natural. Como Dios las trajo al mundo. Me aprendí de memoria todas las partituras en una sola tarde. Y ya. Tocaba  de memoria y miraba el espectáculo". Se queda en silencio un rato, con la mirada perdida,  y me dice nostálgico: "Los años '40 y '50 fueron los mejores para la música cubana. Fueron los años del glamour, de todos los cabarets. La Habana que no dormía. Después, en los '60 empezó a cambiar todo. Y ya no fue lo mismo".
Se mantiene delgado, lúcido, y conserva el toque del tipo luchador y recio que siempre fue. Yo me limito a escucharle. Tiene cuentos de todo el mundo porque trabajó con todo el mundo. Desde Celia Cruz hasta el cuarteto de Los Meme. La mayoría de las anécdotas son impublicables. Demasiado íntimas. Ayer me  habló de La Lupe: "Le gustaba morder a los músicos. En la espalda. Cuando le daba su arrebato mordía al que estuviera más cerca. A mí me mordió una sola vez  porque me cogió de sorpresa. Yo seguí tocando el saxo pero ella apretaba más y no soltaba, hasta que al fin logré zafarme. Y ya.  Todos huíamos. Y ella iba parriba del pianista. Ese pobre no podía huir. Tenía que aguantar lo que viniera.  Y ella se aprovechaba. Se quitaba los zapatos y le entraba a zapatazos y después a mordidas. No sé. Era su estilo. La locura. Aquella mordida me trajo tremenda discusión con mi mujer porque, claro, nunca me creyó que la cantante mordía a todos los músicos. Jamás lo creyó".
Yo era un niño en esa época, pero recuerdo a La Lupe en la TV, se despeinaba, se quitaba los zapatos y los largaba y amenazaba con rasgarse el vestido. Su verdadero nombre era Lupe Victoria Yoli Raymond. Nació en 1936 en Santiago de Cuba y murió en Nueva York en 1992, de un infarto que le sorprendió mientras dormía.  Tenía apenas 56 años. Dejó unos 17 discos e infinidad de programas de TV grabados.  Tuvo una vida tan intensa y caótica que, a mi modo de ver, es una leyenda que crece. Cuando Sinesio me contó lo anterior, puse uno de sus discos.  "Puro teatro. La mala de la película. No me quieras tanto".  Al viejo se le aguaron los ojos. Y seguimos con el ron. 

martes, 27 de mayo de 2014

DOCTOR LIVINGSTONE, I SUPPOSE

Estoy leyendo de nuevo  Through the Dark Continent, de Henry M. Stanley.  Es la edición príncipe, de Harper & Brothers, New York, 1878. Tengo sólo el tomo II y las hojas se deshacen. La humedad destruye todo en este país. Lo rescaté hace muchos años. No creo que fue un robo. Técnicamente no fue un robo. Estaba en un rincón de un caserón enorme en El Vedado, La Habana. Una casa que servía de alojamiento temporal a periodistas. Estuve alojado allí unos días y presentí que aquellos libros viejos  y polvorientos en cualquier momento terminarían su vida en la basura. Así que obedecí a mi intuición y   lo salvé de la muerte.
Tiene momentos poéticos. Pocos. Los busco lentamente. En medio de largas y tediosas descripciones sobre la organización de las tribus que encuentra, la flora exagerada y la fiereza de los animales depredadores africanos. Los grabados y los mapas ayudan. ¿Por qué no tomaba fotos?  Bueno, lo entiendo. El equipo fotográfico en esa  época era pesado, frágil y complejo. Los grabados en cobre son de una belleza extraordinaria. Stanley era un periodista pragmático. Y miedoso. Temía a los negros: "A traveller in these regions, where the people are so superstitious is leable at any moment to be the object of popular fury".
Un popular periódico londinense lo había enviado a localizar al Dr. David Livingstone (1813- 1873), médico, explorador y misionero. Realizó informes muy exactos de astronomía, zoología, botánica y geología. En la Gran Bretaña victoriana era considerado un héroe nacional. Descubrió las cataratas de Victoria, las fuentes del Nilo, etc. Llegó a Africa del Sur en 1841 como ministro de la Sociedad Misionera de Londres. No se supo nada de él durante años. Al fin, Henry Stanley, tras una larguísima y complicada  expedición logró  encontrarlo en 1871 a orillas del lago Tanganica. Stanley -teatral y pomposo- pronunció entonces su famosa frase mientras le extendía la mano: "Doctor Livingstone, I suppose". Exploraron algo más juntos. En marzo de 1872 se separaron y tomaron caminos diferentes. Livingstone se negó a regresar a Inglaterra. Estaba convencido de que su misión era llevar la palabra de Dios a aquellos "salvajes".  Murió el 1 de mayo 1873 debido a la malaria y la disentería. Su cadáver, bien envuelto en sal, fue trasladado a Inglaterra y enterrado con honores en la Abadía de Westminster. Un toque romántico: Aseguran que los africanos enterraron su corazón bajo un árbol. Decían que su corazón estaba en Africa.
Stanley logró regresar sano y salvo a Londres y se tomó casi seis años para escribir este libro que ahora yo hojeo de vez en cuando y forma parte de mi pequeña colección de  libros antiguos. La joya de la corona es un libro  mexicano de oraciones, del siglo XVII. Delicioso. Ya escribiré algo sobre ese pequeño, al que no sé cómo proteger de la humedad corrosiva.

lunes, 26 de mayo de 2014

HAPPY END

Una tarde del verano del 2000 yo estaba en la azotea de mi casa,mirando un aguacero brutal. Serían las seis de la tarde. Se intensificó más y cayeron unos cuantos rayos muy cerca. El que no conozca como llueve en el trópico no entiende.  Nada que ver con las lluvias civilizadas de Europa. A pesar de aquellos latigazos de los rayos y la furia del viento y el agua, no resistí la tentación. Me quité la ropa y entré en el agua. Era una masa de agua. Casi sólida. Me podía partir a la mitad un rayo. No me importaba. Busqué un jabón y me bañé. Y más  agua. Y más rayos. Entonces, en medio del fragor, me pareció que sonaba el timbre de la puerta. Sí. Entré a la casa.Me cubrí con la toalla por la cintura. Y chorreando agua fui a abrir.
Era un tipo joven, de unos 30 años, con el pelo largo y completamente blanco. Italiano. Mezclaba español, italiano y portugués para hacerse entender. Muy serio y petulante. Disfrutaba desplegando cierto aire autoritario. Un poco imperialista, me  pareció. Se presentó: era director de cine, acababa de terminar su primer largometraje, que ganó  premios importantísimos en Cannes y en Berlín, tenía un gran productor norteamericano. Se había leído la Trilogía sucia de La Habana, que le pareció bien y quería que yo le escribiera un guión. Podía esperar por mí un máximo de dos meses. Ni un día más. Así que tenía que vestirme y empezar ya. La idea era un joven habanero muy rebelde, con graves problemas con su padre, se compra un carro americano clásico y hace un recorrido por toda Cuba. Llega hasta Santiago o Guantánamo. Es un road movie, con aventuras de todo tipo. Regresa a La Habana, se reconcilia con su  padre y hay un happy end. "Tiene que haber un happy end", me enfatiza el tipo.
Me quedé mirándolo. Yo no había abierto la boca en todo ese tiempo. Sólo dije "Buenas tardes", y el tipo me soltó aquella perorata. La furia me subió desde los pies hasta el cerebro. Y no pude contenerme. Sólo le dije: "Tú eres un imbécil". Fui hasta la puerta, la abrí y le señalé el pasillo. Abrió los ojos desmesuradamente y se fue apresurado. Creo que  percibió las ganas que tenía de estrangularlo.
Fui hasta el patio. Ya había escampado. Esos aguaceros son así. Claro, si duran horas la isla se  hunde. Ahora es cuando necesitaba mojarme bien para soltar las malas vibraciones que aquel hijo de puta me había trasmitido. Fui hasta la botella de ron. Encendí un tabaco y puse música. Las suites para chelo, de Bach. ¡Menos mal que existe Bach en este mundo! Por Dios. ¿Qué haría yo sin Bach? Y el crepúsculo comenzó. Los crepúsculos de La Habana.

viernes, 23 de mayo de 2014

BELLOW CONTRA HEMINGWAY

Siempre me divierten  los sarcasmos de Saul Bellow  (1915-2005) cuando despotrica contra el  Hemingway frívolo, superficial y glamouroso. Concretamente sobre ese Hemingway tan  guerrero, triunfador y perfecto autorretratado en  París era una fiesta. En un artículo sobre París que Bellow publicó en The New York Times Magazine, (13 marzo 1983) recuerda que fue a París en 1948, en cuanto terminó la guerra, como otros cientos o miles de americanos. En esos años una avalancha de americanos invadieron a la Europa destruida de postguerra: intelectuales, escritores, artistas, negociantes, aventureros, gente aburrida, idealistas, comunistas, espías y agentes de la CIA, millonarias o ricachonas, gays en busca de efebos napolitanos. Había de todo. Algunos han escrito sus memorias. Entre esos estaba Bellow, pero marca la distancia de Hemingway: "Yo no iba a sentarme a los pies de Gertrude Stein. No fantaseaba con el bar del Ritz. No boxearía con Ezra Pound, como habría hecho Hemingway, ni escribiría en los bistros mientras los camareros me traían ostras y vino. Por Hemingway el escritor sentía una admiración sin límites; el personaje de Hemingway me parecía la quintaesencia del turista, convencido de ser el único americano a quien los europeos habían adoptado como a uno de los suyos". Y más adelante en ese mismo texto deja claro que era un tipo frugal y antisistema: "Había decidido que la sociedad mercantilista norteamericana no dictaría mis normas de vida". 
Saul Bellow, judío, procedente de familia emigrante pobre, siempre tuvo más conciencia política y sentido de clase que Hemingway que de joven lo tuvo mucho más fácil. Siempre me ha parecido además que Bellow era un poquito más amargado que el Papa, que era un derrochador y un loco inestable, borracho, arrogante, impetuoso y quizás bastante despreciable, según cuentan algunos de sus biógrafos. Muchos recuerdan que su mamá le vestía de niña hasta  casi los diez años porque la buena señora quería tener una niña de todos modos.  Si  mi madre me hubiera hecho eso, ahora tal vez me daría por salir de chica trasvesti en las noches habaneras. Nadie sabe. Un trauma infantil es del carajo.
Aunque fueron contemporáneos -(Hemingway 1899-1961)- vieron el mundo desde ángulos contrapuestos. Hemingway, por ejemplo, cuidaba al extremo la amenidad y la tensión de sus relatos. Sobre todo en sus cuentos, género en el que fue un maestro extraordinario, por sus novelas no doy ni un centavo cubano, es decir, nada. En cambio Bellow estaba convencido de que podía ser tedioso, aburrido y minucioso a lo largo de 60 páginas y que el pobre lector tenía que soportarlo. Ponía a prueba la paciencia y el estoicismo del lector.
En fin, creo que los escritores casi nunca nos tragamos unos a otros.  Yo tengo muy buenas amigas escritoras. Mujeres. Con ellas todo es maravilloso. Y nos queremos y somos cómplices. Pero entre los hombres tengo que esforzarme mucho para mantener alguna amistad a flote.  Y casi siempre naufraga. Creo que todos queremos ser  el macho alfa de la manada, y no soportamos intromisiones.  Esos roces corrosivos desaparecen como por ensalmo cuando uno  se muere. Ahí está el caso de García Márquez. Se murió y de repente descubrimos que tenía millones de amigos escritores que lo adoraban o aprendieron algo de él o tuvieron un momento de intimidad o se tomaron un vinito en casa de la Balcells, o él les dijo algo al oído. ¡Cojones! El único que no lo conoció fui yo. Soy el único que no he podido escribir mi crónica laudatoria. ¡El único! En los años 80 traté de entrevistarlo para la revista Bohemia pero él no quería -con toda su razón, lo reconozco- que un periodista joven lo molestara con las mismas preguntas y la misma tontería. Cada vez que lo llamaba a su casa en La Habana me salía al teléfono Mercedes Barcha y me decía: "Oh, lo siento, está en la ducha". Cuando me lo dijo tres veces, no aguanté la tentación y le dije: "Coño, se va a desteñir". Me colgó.

viernes, 9 de mayo de 2014

EDICIONES PIRATAS


Hay dos ediciones piratas de mis libros circulando en La Habana. En noviembre 2013 me llamó un amigo, Rolando Pujol, un gran fotógrafo que ha hecho las portadas de algunos de mis libros, y me dice: "Están vendiendo Trilogía sucia de La Habana en la librería de Línea". "¡Imposible, Pujol, no jodas!". "Sí, lo acabo de ver, una edición española". Agarré un almendrón y arranqué pa allá. Sí, en efecto. La edición de bolsillo de la colección Quinteto de 2006, con sucesivas ediciones. Pero a simple vista se veían las chapucerías: algunas páginas borrosas, márgenes mal conformados, encuadernación pésima y sucia con pegamento que salía por el lomo, etc. Compré los dos ejemplares que quedaban y me fui medio encabronao. Los tiré en el baúl de los recuerdos y me olvidé del tema.


No sospechaba que había un segundo capítulo. Un mes después me visita un amigo colombiano, experto en libros. Me traía de regalo la edición pirata de El Rey de La Habana, Ediciones Unión, La Habana, 2009. Igual. Las chapucerías lo delataban. Era un edición ilegal, pero se veía a las claras que no era un asunto de aficionados, por la calidad del papel, y demás detalles. Ambas son ediciones realizadas en imprentas con ciertas condiciones tecnológicas. El colombiano me dice: "Bueno, eres el único escritor del mundo que lo piratean en su propio país, un récord". No me hizo ninguna gracia el chistecito. Es el precio que hay que pagar. Los lectores quieren leer esos libros, no los encuentran, y los delincuentes actuando en las sombras, hacen sus trampas para aprovecharse de la situación y hacer caja a cuenta de uno. Los dos libros se pueden comprar en muchos puntos de La Habana Vieja y de Centro Habana, entre 5 y 25 dólares, según el cliente y según el lugar.



Trilogía sucia de La Habana se publicó por anagrama, en Barcelona, 1998, tiene once ediciones, numerosas en bolsillo, se ha publicado en 22 idiomas, está clasificado entre los "1001 Libros que usted debe leer antes de morir", pero no se ha publicado en Cuba. Y El Rey de La Habana tuvo una edición cubana en 2009 de sólo dos mil ejemplares.

Es una plaga. Es lo mismo que sucede en internet con la música y el cine. La gente se descarga la música y las películas y el artista, el cineasta, el escritor, que viva del aire. Es una estafa y una violación de las leyes de Propiedad Intelectual, vigentes en todos los países del mundo. Por ejemplo todos mis libros, 17 títulos en total, se pueden descargar de internet en muchísimos sitios de descarga gratuita, en español, inglés, francés, todos los idiomas. Un total de 23 lenguas. ¡Hasta en polaco, por dios! No sólo los míos, por supuesto, los de cualquier escritor de cierta demanda.
Si esto sigue los tendré que denunciar. A ver qué pasa. Ya me tienen hasta el gorro.

jueves, 1 de mayo de 2014

SECUESTRADO EN BELLEVILLE

Me descuidé. Tengo que reconocerlo. Un descuido delicioso. Yo era un  escritor caribeño en un festival de literatura en Vincennes, al sureste de París. En 2005 más o menos. Yo tenía 54 ó 55 años.  Era un jovencito  impetuoso  y me lanzaba sin pensar. Una muchacha de Belleville me secuestró. Me asedió en cada conferencia, en cada firma de libros, en cada ronda de copas, en cada sesión de prensa. Un asedio a full. Primero empezamos en mi hotel. Después nos fuimos a su barrio.  Estuvimos tres días en su apartamento. Ella de pronto había decidido que era hora de tener un hijo porque ya se acercaba a esa edad  tope que tienen las mujeres para parir. Era hermosa, simpática, alegre. Y no le costó mucho convencerme. Quería un hijo  mestizo. Ella es árabe-francesa y yo cubano. Así que saldría un mulatico o mulatica muy interesante. Estuve de acuerdo. Yo rebosaba de testosteronas y de energía, por tanto era un placer poder ser útil y generoso en algo tan loable. En los ratos de ocio que nos dejaba nuestro quehacer principal bajábamos a pasear un poco por Belleville. Es horrible  ese barrio. Son unos edificios enormes, oscuros, gigantescos, feos, abandonados, habitados por emigrantes. A veces me asomaba por las ventanas del apartamento y el paisaje era aún más deprimente.Menos mal que finalmente aquella hermosa mujer no salió preñada. Porque el niño presiento que habría salido infeliz, triste y desangelado , con oscuras tendencias.

He recordado  aquellos días en Belleville porque acabo de leer algo del famoso arquitecto americano Luis H. Sullivan, quien proyectó y levantó grandes edificios en Chicago: "Sus edificios son como ustedes. Y ustedes son como sus edificios. Ustedes y su arquitectura son la misma cosa. Lo uno es el retrato fiel de lo otro".
Al parecer todos los arquitectos lo saben bien. En marzo pasado, en el programa Hurón Azul, de la TV Cubana, los arquitectos Mario Coyula y Patricia Guerrero comentaron sobre la deplorable situación arquitectónica de La Habana. Con tino y educación se refirieron a todo lo que se ha restaurado y a todo lo que falta por hacer. Los dos insistieron en que vivimos inmersos en el entorno arquitectónico y en que la calidad y estética de ese entorno influye en nuestra psiquis y en nuestro ánimo. Si a nuestro alrededor sólo vemos edificios maltrechos y  con amenazas de derrumbe, nos pondremos agresivos, violentos, irascibles, desencantados. El tema da para unos cuantos estudios antropológicos en profundidad pero lo dejamos aquí por ahora.

Hace unos meses me sucedió algo brutal. Voy caminando por Escobar hacia Malecón. Llegando a San Lázaro cayó de repente una de las gárgolas que hay debajo de los balcones. Son unos masacotes decorativos, de cemento.  Aquello se desprendió sorpresivamente y cayó un metro delante de una señora que caminaba dos metros delante de mí. Le dio un ataque de histeria y se echó a llorar. Yo -que estuve un poco más lejos del punto cero- muy positivo: "Señora, no llore que usted ha nacido hoy. Tranquilícese. Tiene que dar gracias". La pobre mujer no me  escuchaba. No es para  menos. La vida es muy peligrosa. Y a veces sabe a estricnina. Así que Belleville y Centro Habana. Alamar lo dejo pa otro día porque no quiero ponerme pesa o.