Mi casa

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© Héctor Garrido

jueves, 1 de mayo de 2014

SECUESTRADO EN BELLEVILLE

Me descuidé. Tengo que reconocerlo. Un descuido delicioso. Yo era un  escritor caribeño en un festival de literatura en Vincennes, al sureste de París. En 2005 más o menos. Yo tenía 54 ó 55 años.  Era un jovencito  impetuoso  y me lanzaba sin pensar. Una muchacha de Belleville me secuestró. Me asedió en cada conferencia, en cada firma de libros, en cada ronda de copas, en cada sesión de prensa. Un asedio a full. Primero empezamos en mi hotel. Después nos fuimos a su barrio.  Estuvimos tres días en su apartamento. Ella de pronto había decidido que era hora de tener un hijo porque ya se acercaba a esa edad  tope que tienen las mujeres para parir. Era hermosa, simpática, alegre. Y no le costó mucho convencerme. Quería un hijo  mestizo. Ella es árabe-francesa y yo cubano. Así que saldría un mulatico o mulatica muy interesante. Estuve de acuerdo. Yo rebosaba de testosteronas y de energía, por tanto era un placer poder ser útil y generoso en algo tan loable. En los ratos de ocio que nos dejaba nuestro quehacer principal bajábamos a pasear un poco por Belleville. Es horrible  ese barrio. Son unos edificios enormes, oscuros, gigantescos, feos, abandonados, habitados por emigrantes. A veces me asomaba por las ventanas del apartamento y el paisaje era aún más deprimente.Menos mal que finalmente aquella hermosa mujer no salió preñada. Porque el niño presiento que habría salido infeliz, triste y desangelado , con oscuras tendencias.

He recordado  aquellos días en Belleville porque acabo de leer algo del famoso arquitecto americano Luis H. Sullivan, quien proyectó y levantó grandes edificios en Chicago: "Sus edificios son como ustedes. Y ustedes son como sus edificios. Ustedes y su arquitectura son la misma cosa. Lo uno es el retrato fiel de lo otro".
Al parecer todos los arquitectos lo saben bien. En marzo pasado, en el programa Hurón Azul, de la TV Cubana, los arquitectos Mario Coyula y Patricia Guerrero comentaron sobre la deplorable situación arquitectónica de La Habana. Con tino y educación se refirieron a todo lo que se ha restaurado y a todo lo que falta por hacer. Los dos insistieron en que vivimos inmersos en el entorno arquitectónico y en que la calidad y estética de ese entorno influye en nuestra psiquis y en nuestro ánimo. Si a nuestro alrededor sólo vemos edificios maltrechos y  con amenazas de derrumbe, nos pondremos agresivos, violentos, irascibles, desencantados. El tema da para unos cuantos estudios antropológicos en profundidad pero lo dejamos aquí por ahora.

Hace unos meses me sucedió algo brutal. Voy caminando por Escobar hacia Malecón. Llegando a San Lázaro cayó de repente una de las gárgolas que hay debajo de los balcones. Son unos masacotes decorativos, de cemento.  Aquello se desprendió sorpresivamente y cayó un metro delante de una señora que caminaba dos metros delante de mí. Le dio un ataque de histeria y se echó a llorar. Yo -que estuve un poco más lejos del punto cero- muy positivo: "Señora, no llore que usted ha nacido hoy. Tranquilícese. Tiene que dar gracias". La pobre mujer no me  escuchaba. No es para  menos. La vida es muy peligrosa. Y a veces sabe a estricnina. Así que Belleville y Centro Habana. Alamar lo dejo pa otro día porque no quiero ponerme pesa o.

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