Mi casa

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© Héctor Garrido

martes, 11 de mayo de 2021

ESCRIBIR DESPACIO

Graham Greene tenía un método infalible para escribir controladamente, sin excesos ni defectos: Escribía 500 palabras cada día, unas 50 líneas, lo cual significaba poco más de una hora de trabajo. Ni mucho ni poco. Así le quedaba tiempo para vivir. Y él era un buen vividor, en el sentido más amplio del término. Cuando se hizo mayor redujo a 300 palabras al día. Escribía de lunes a viernes, siempre a ese ritmo. De ese modo hizo 30 novelas, cinco libros de cuentos, además de biografías, ensayos, teatro y hasta libros para niños. Además de viajar mucho y ser un bon vivant.
Alejo Carpentier aconsejaba algo parecido: él decía que si cada día escribes una cuartilla de 30 líneas (unas 300 - 320 palabras) en un año tendrás 350 cuartillas.
Creo que estas medidas están vinculadas al temperamento del escritor. Si eres más joven te comportarás con más ímpetu, desespero y energía, no sólo para escribir sino en todos los aspectos de la vida. Los jóvenes lo quieren todo ahora mismo.
Después, con los años, ya no hay tanto ímpetu. Todo va más despacio. Ya no hay necesidad de apresurarse. Recuerdo que Julio Cortázar contaba en una entrevista con Elena Poniatowska  que escribió Rayuela en un estado de desespero tal que casi no podía levantarse de la silla ni para comer. Después, con más de 60 años, ya iba mucho más lento. Y le costaba decidirse a empezar.
Lo importante es mantener un nexo con el texto que escribimos. Si lo dejamos mucho tiempo perdemos ese contacto y será muy difícil, o imposible, continuar la escritura. Hay que obligarse a la disciplina diaria. Al menos de lunes a viernes y una hora por lo menos. 
Yo no cuento palabras. Lo hacía siempre en el periodismo porque tenía que escribir de acuerdo al espacio disponible. Pero ya eso pasó, por suerte, hace mucho. Lo que sí respeto, cuando escribo una novela, que requiere continuidad, es una disciplina de escribir de dos a cuatro horas cada día. Y releer, corregir, ampliar, modificar y volver 500 veces sobre lo escrito. Ya sin prisas. El Rey de La Habana lo escribí desesperado en 57 días de julio y agosto de 1998. Fue algo enfermizo y casi sobrenatural. No entro en detalles. Hoy sería incapaz de semejante proeza. Hoy soy mucho más lento. Y me cuido  de no caer en excesos de locura como en aquellos tiempos atroces.
Y lo otro esencial en este proceso es la desconexión, el descanso. Es decir, si escribí tres horas y ya estoy cansado, cierro y a otra cosa, sobre todo caminar, nadar, hacer algo físico y olvidarme del texto. Olvidarlo y no preocuparme. Está fluyendo y va a seguir fluyendo en su momento. Seguro. No hay la más mínima duda. Hay que descansar y olvidar hasta mañana. Esencial es escribir descansado, por eso la mañana es preferible. Y también la soledad y el silencio. Nada de distracciones. Esto último a veces es imposible. Chejov escribió siempre en una esquina de la mesa del comedor, en una casa llena de niños, mujeres, y hasta cuñados siempre medio borrachos, entre discusiones, gritos y conversaciones.
Claro, a veces uno despierta a las 3 de la mañana, va al baño a orinar, y sin saber cómo, la mente está pensando en lo que le ha sucedido al personaje principal. Entonces tengo que coger una libreta que siempre está a mano, para escibir un boceto de esa idea. Y de nuevo a la cama, tranquilo, a dormir unas horas más. 
Es así. No creo que Graham Green, por muy british que fuera, pudiera desconectar totalmente de sus personajes.  Cuando están vivos al lado de uno se ponen pesaditos y quieren que uno siempre esté hablando con ellos. Son egoístas. No quieren quedarse encerrados en casa y en silencio. No. Quieren hablarnos todo el tiempo y decirnos cosas de su vida. Aprovechan que uno les presta atención para hablar y hablar y hablar. No paran de hablar.