Esta foto la tomé ayer en el Barrio Chino de La Habana. Es el Parque Confucio (551 a.C - 479 a.C.), con una estatua de bronce del gran pensador chino. Lo curioso es que el modesto parque lo hicieron en el pedazo de terreno que ocupó hasta los años '60 del siglo pasado el mítico Cine Teatro Shangay. Está en la esquina de las calles Zanja y Campanario. Era un teatro porno y un antro de vicio y perversión. Quizás por eso atraía a todos, desde simples chinos que entraban a pajearse hasta Ava Gardner y muchos otros famosos de la época. No hay nada o casi nada escrito sobre este lugar. Es una memoria urbana que se disuelve en el tiempo. Al parecer el teatro fue creado por los chinos del barrio a fines del siglo XIX para exhibir obras del teatro cantonés. Después hacia la segunda década del siglo XX fue comprado por un cubano y convertido en algo más comercial, divertido y libertino, como correspondía al ambiente habanero de aquella época. Empezó con variedades musicales y muy rápido subió de tono. En esa época cientos de mujeres francesas venían a La Habana para trabajar directamente de prostitutas, lo cual también, convenientemente, han olvidado nuestros remilgados historiadores. Asi que las francesas aportaron algo del picante del Moulin Rouge. Lo cierto es que me molesta esa actitud burguesa y elitista de los historiadores cubanos. ¿Realmente piensan que un país sólo está construído por héroes y guerreros de machete en mano? ¿Y la gente humilde dónde la dejan? ¿No tienen historia las putas, los fracasados, los ludópatas, los locos?
Hace más de diez años estuve buscando información sobre este teatro. La necesitaba para mi novela Nuestro GG en La Habana. No hay libros, ni artículos, nada que entre en detalles. Finalmente un viejito de mi barrio, Centro Habana, me dijo algo concreto sobre los horarios, los precios, cómo funcionaba con películas porno toda la tarde y ya por la noche, después de las once, comenzaba el show porno. Mientras pasaban películas y la sala estaba oscura pululaban por allí muchachas muy jóvenes con un rollo de papel sanitario en la axila. Eso indicaba que por diez centavos podían masturbar a cualquiera. Nicolás, así se llamaba el viejito, me contó cómo era el show de Supermán y muchos más detalles. No tuvo reparos en contarme sus experiencias en aquel lugar. Pero tres días después murió de un ictus cerebral. Así que mi fuente de investigación antropológica me duró poco tiempo. Ahora en internet se encuentran retazos, pero nada realmente sólido ni bien documentado.
Más recientemente Sinesio Rodríguez, también vecino, y ya con ochenta y tantos años, me contó su experiencia allí, recién llegado a La Habana desde Santiago de Cuba, alrededor de 1950, encontró trabajo en la orquesta del teatro. Sinesio era saxofonista. Me dijo: "Yo era muy joven e impetuoso. Lo que más me gustaba eran los stripteases, que eran completos. En esa época las mujeres no se rasuraban el pubis. Hacían una sesión de desnudos titulada "Un viaje alrededor del Mundo". Salía sucesivamente una china, una cubana blanca y una negra, una americana y una india, que en realidad era mexicana pero pasaba por hindú. A mí se me iba la vista y casi no miraba la partitura. Figúrate, los músicos, en el foso frente al escenario, estábamos en primera línea, a dos metros de cada mujer. Yo primera vez que veía algo parecido. En fin, que en una tarde me aprendí todas las partituras de memoria. Y ya. Resuelto el problema. Inolvidable. La que más me gustaba era la americana con sus pelos rubios, uff, qué belleza".
Hoy una frase de Confucio pintada en la pared del parque resume filosóficamente: "Cada cosa tiene su belleza, aunque no todos pueden verla".
De todos modos, insisto con los historiadores cubanos. Si alguno se decide a investigar el tema a fondo y escribir sin tapujos puede usar este título propio para un best seller: Vicio y perversión en el Shangay. Con ese título venderá libros como churros. Ahí lo dejo. Es un regalo. Pero tienen que darse prisa porque los viejitos y viejitas se están muriendo apresuradamente.
Aunque, quizás, y pensándolo mejor, a quien toca ese trabajo de registrar en los bajos fondos y en la suciedad de las alcantarillas, corresponde más a los escritores que a los historiadores. Sospecho que es tarea más de escritores y en todo caso de antropólogos y sociólogos. En definitiva, la literatura es ante todo una maravillosa y perfecta memoria de cada pueblo. Por eso un país que se precie debe tener y cuidar a sus escritores audaces, que se atrevan, sin miedo. En fin, quien sea, pero lo cierto es que no hay ni una buena y profunda investigación sobre el apasionante barrio chino habanero, lo cual incluiría, claro, el teatro Shangay. Ya es hora de que algún audaz lo intente.
Aunque, quizás, y pensándolo mejor, a quien toca ese trabajo de registrar en los bajos fondos y en la suciedad de las alcantarillas, corresponde más a los escritores que a los historiadores. Sospecho que es tarea más de escritores y en todo caso de antropólogos y sociólogos. En definitiva, la literatura es ante todo una maravillosa y perfecta memoria de cada pueblo. Por eso un país que se precie debe tener y cuidar a sus escritores audaces, que se atrevan, sin miedo. En fin, quien sea, pero lo cierto es que no hay ni una buena y profunda investigación sobre el apasionante barrio chino habanero, lo cual incluiría, claro, el teatro Shangay. Ya es hora de que algún audaz lo intente.