Ahora no la encuentro pero tengo una foto en la que aparezco con el pie derecho en USA y el izquierdo en México. La hicieron unos amigos en un tramo de la frontera donde había un grueso cable de acero trenzado, colocado a escasos 40 centímetros del suelo. Sólo un símbolo de la frontera.
Era el verano de 1990. En Mexicali. Una ciudad pequeña, dividida literalmente a la mitad. La mitad norte se llama Calexico.
Fue una historia extraña. En los años 80 yo tenía muchos amigos en el mundo. Amigos por correspondencia. Hacíamos Arte-correo o Mail-art, que consiste en hacer pequeñas obras de arte y enviarlas por vía postal a los amigos. Como quien intercambia sellos de correo o monedas. Hay un código ético. El Arte-correo no es comercial. No se compra ni se vende. No utiliza galerías ni museos. Se mantiene bien alejado de todas las reglas e instituciones y no se endiosa a un artista ni la obra. Es decir, funciona al margen del sistema. No al dinero, no a la fama, no al éxito, no al renombre, no a la competencia. Es sólo un juego. Un juego absolutamente inocente. Si no reúne estas características se convierte en otra cosa. Lo habitual era enviar sólo la pequeña pieza, sin cartas ni notas adicionales. Pero a veces se producían excepciones. En Calexico vivía Harry , un americano que producía un arte correo muy original. En algún momento quiso editar y publicar un libro sobre el desarrollo de la poesía visual y experimental en USA y América Latina. La experimentación poética está muy relacionada con el Mail-art. Tanto que las fronteras entre ambos territorios con frecuencia se disuelven. En fin, escribí una larga nota sobre poesía visual en Cuba, Harry la publicó en su libro y por ahí más o menos empezó a divorciarse de una bellísima mexicana con la que se había casado unos años atrás.
Fue un divorcio doloroso y paranoico y Harry me escribía largas cartas a modo de catarsis. Tengo cierta vocación de terapeuta así que le contestaba con mucha sinceridad y comprensión, lo cual generó intimidad, como si fuéramos amigos. En el verano de 1990 asistí a la Bienal de Poesía Visula y Experimental de México D.F. Desde 1984 yo era un invitado permanente a esos eventos muy bien organizados por César Espinosa y su grupo. Allí me encontré con Harry. Nos conocimos personalmente y congeniamos como viejos amigos. Entonces me dio las claves para visitar la frontera. Es decir los contactos de amigos para facilitar las cosas. Yo hacía años que quería conocer esos lugares con nombres tan sonoros: Mexicali-Calexico. No tenía ni idea de la frontera ni de la cultura del bordo, nada. Pero un lugar con esos nombres debía ser apasionante. Dicho así suena imbécil y absurdo. Querer ir a un lugar sólo porque me gustaba el nombre. Allá me fui. Apenas con 200 dólares en el bolsillo y una gran sonrisa para aceptar con naturalidad la ayuda de los amigos: cama y comida. Más simple imposible. En autobuses: México D.F.-Guadalajara-Morelia-Culiacán-Mexicali-Tijuana. Un viaje sin prisas. Abundaron los amores y las mujeres. Yo tenía 40 estupendos años y las sirenas cantaban en las escolleras pero yo no las oía y seguía mi camino.
Por las tardes a veces iba a tomar cerveza y tequila con unos amigos que vivían en una casita pequeña y humilde. Calurosa además. Nos sentábamos en la cocina. Tenían un pequeño patio de arena calcinada, rodeado por una cerca de alambre trenzado. Esa era la frontera. Al otro lado estaba el pequeño patio de una casita de americanos, idéntica a la de mis amigos mexicanos. Creo que se caían mal mutuamente porque no se saludaban. Los americanos eran un matrimonio sin hijos. El tipo manejaba un camión enorme y hermoso y ella era flaca y sexy aunque un poco ajada y con grandes ojeras. Sus mejores tiempos ya habían pasado. Se parecía mucho a Jessica Lange en versión pobre y extenuada.
Una noche se formó una gran tormenta de arena. Recordemos que esas ciudades están en el mismo centro del desierto de Sonora, que al cruzar la frontera le llaman desierto de Arizona. La tormenta demoró una hora. Quizás un poco menos. Nos encerramos en la casita. La arena entraba por las rendijas de puertas y ventanas. Al fin cesó. Salimos y había luna llena. Y todo era azul. La luz de la luna se reflejaba en el cuarzo de los granos de arena suspendidos en el aire, y producía luz azul. Un hecho científico que genera un efecto poético. Y allí nos quedamos disfrutando aquella noche azul y bebiendo cerveza con tequila, sal y limón.
Hay un epílogo: En septiembre regresé a La Habana y comencé un divorcio. Paranoico y esquizofrénico como había sido el de Harry. Pero no tuve a nadie cerca con vocación de terapeuta. Mi vida se puso patas arriba. Pero me sentía bien. Y seguí adelante.
Un gusto leerte como siempre. El ambiente que describes me suena muy familiar, ya que tengo tios y primos en Mexicali y con frecuencia viajo al lugar. Tengo un par de anecdotas de cantina fronteriza muy divertidas, pero ya habrá tiempo de narrarlas en otro lado. Vale, un saludo y una felicitación por Fabian y el caos, me agrado bastante.
ResponderEliminarEstoy atrapada por la adaptación de El rey de la Habana al cine. ¿Existe en verdad el personaje de Yunis? ¿O es una de las muchas Yunis que podrían existir? La abrazaría fuerte, fuerte.
ResponderEliminarPedro regrese el lunes pasado de la habana con tres libros suyos, ayerv lei carne de perro, me encanto, me sigo con el insaciable hombre araña y nos saludamos de nuevo. saludos desde mexicali B.C.
ResponderEliminarQue bueno es tener la possibilidad de leer sus textos aqui.
ResponderEliminarQue lindo. Tengo un divorcio paranoico y ezquizofrenico... De pin...m
ResponderEliminarQue lindo. Tengo un divorcio paranoico y ezquizofrenico... De pin...m
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