Flagstaff es un pueblo pequeño de Arizona, cerca del Gran Cañón del Colorado. Por un extremo del pueblo pasan más de 70 trenes de carga cada día. La Universidad de Arizona tiene allí una sede con unos 15 mil estudiantes y un gran observatorio astronómico desde dónde descubrieron el planeta Plutón (creo que ahora está en dudas si realmente es o no un planeta) en los años 20 del siglo pasado. En octubre de 2001 estuve allí una semana, invitado por la universidad, que por cierto tiene una biblioteca muy amplia de literatura en español y específicamente cubana. Detalle que me asombró.
En aquella semana no tenía mucho que hacer. Di una conferencia para presentar la edición norteamericana, en Farrar Straus and Giroux, de Havana Dirty Trilogy. Asistí a un par de clases para hablar de literatura y escritura con los alumnos. Y ya. Dediqué un día a visitar el Gran Cañón. Otro día a visitar Sedona donde hay mucha gente de la New Age porque se supone que uno de los 7 vórtices de energía del planeta está allí (no puedo explicar más sobre el asunto, lo siento). Otro día visité algunas ruinas de asentamientos indígenas y de reservas de indios. Esto último consistió en llegar apenas a la entrada de la reserva y comprar alguna artesanía. El genocidio de los nativos a manos de los anglosajones fue perfecto. Mucho más perfecto de lo que imaginamos. ¿Qué más? Alguna cena y algún encuentro con profesores, copas abundantes por el medio. Una mañana caminaba aburrido por el centro del pueblo y veo un tugurio de strip-tease: Twin Peaks (metáfora por Dos Tetas). Happy hour: 5 pm.
Ya de entrada sospeché que había gato encerrado. Esa hora no es adecuada para un club de sexo pagado. No obstante, esa tarde fui al Twin Peaks, con un amigo, profesor de la universidad, que quiso acompañarme. Todo vacío. Pedimos cervezas. Budweiser. Sabe a química pero en fin, da igual. No recuerdo si pagamos admisión en la puerta pero de todos modos una chica subió a la plataforma. Pusieron música y ella se meneó un poco para nosotros. Con desgano, somnolienta, aburrida. Nunca se quitó los ajustadores ni el panty. Mi amigo me dijo que las leyes de Arizona prohiben hacer el strip-tease completo. Le dije: "Esto es una estafa". Pedí un whisky doble. Bourbon. La chica, aún más desganada, hacía lo que podía en el escenario. Yo cada vez más frustrado y aburrido. Con un impulso repentino me levanté y le puse un billete de cinco dólares dentro del panty, al menos para tocarle la piel y de paso animarla para que sonriera. Un gorila que estaba al acecho saltó sobre mí, me agarró por los hombros con tenazas de acero y me llevó de regreso a mi silla. Lo hizo tan rápido, tan fácil y tan perfecto que no me dio tiempo ni a protestar.
El gorila me obligó a sentarme. ¿Qué cojones pasa aquí? Mi amigo yanqui de nuevo me explicó: "Si quieres darle propina tienes que tirar el billete al piso y ella lo recoge pero no puedes tocarla".
-¡Mierda! ¡Esto es una mierda y una estafa, vamos! -y me tragué el whisky de un golpe.
-No, espérate, paciencia. Ya que estoy aquí...
Él tenía sus planes. Cuando la chica terminó él la llamó (creo que era la única. Al menos no vimos otras). Ella le hizo un table dance (más barato y más separado que el lap dance). Y él tuvo tremenda erección sólo por aquella tontería. Era evidente que tenía un atraso de meses sin ver un instrumento femenino. A mí todo aquello me enfrió. Pensé que mi amigo se iría con la striper a las habitaciones al fondo. No. No hay habitaciones. Las striper no son putas, sólo son stripers. No entiendo a los anglosajones. No los entiendo. Están a mucha distancia de la vida normal. Al fin nos fuimos. Él para su casa. Yo entré en una tienda, compré una pinta de Jack Daniels. Me metí en mi cuarto del hotel y puse música de Credence: Born on the Bayou. Cuando se acabó la música me quedé dormido y soñé con la soledad del corredor de fondo.
Pasaron los años y hace unos meses me visitó en La Habana un profesor de literatura de una universidad del suroeste de USA. Quiere estudiar algunos aspectos de mi obra pero en los manuscritos. De paso me comentó algo que me impresionó: "De todos modos, no puedo comentar sobre sus libros a mis alumnos porque la universidad está en el llamado Cinturón de la Biblia, que abarca varios estados del suroeste". (me los enumeró pero ya se me olvidaron). Y yo recordé toda aquella historia de Flagstaff y pensé que todo pudo ser peor en Arizona.
No es difícil imaginar que en el Bible Belt tu obra está censurada, pero paradójicamente en ciudades lleno de "progresistas" tampoco escaparás del acoso y la corrección política de las feministas. What a time to be alive!
ResponderEliminarUn saludo desde Barcelona