Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 31 de octubre de 2016

CORRECCION GRAMATICAL

Hace unos días de nuevo sucedió: me pidieron un texto para un coffe table book y yo he preparado un relato en primera persona sobre algunos sucesos recientes en La Habana.  Sucesos personales que de algún modo conforman una historia breve y curiosa. A los pocos días la editora me devuelve el texto con unas cuantas alertas. Inconscientemente he mezclado los tiempo verbales. Es decir, uso presente y pretérito alternativa y desordenadamente, lo que provoca un vaivén que me gusta mucho. Una cierta musicalidad y rapidez de lectura. Es decir, suficientes beneficios sólo por olvidarme del rigor gramatical, rigor mortis. Así que debo seguir alegre con esa perversa costumbre.
Los correctores de estilo en las editoriales siempre me alertan con unas marcas amarillas. Yo me limito a pedirles que lo dejen así. Pero siempre, en el fondo,  me queda un leve cargo de conciencia. Una sensación turbadora, como un niño maldito atrapado in fraganti. Niño que se arrepiente de sus travesuras. Ahora he curado esa sensación. Y me ha curado nada más y nada menos que Julio Cortázar. Acabo de leer en Clases de literatura, Berkeley, 1980. (Ed. Penguin Random House, Barcelona, 2016), que a él le sucedía algo parecido, pero con el uso de las comas. En la Quinta clase, sobre musicalidad y humor en la literatura: "...cada vez que recibo pruebas de imprenta de un libro de cuentos mío hay siempre en la editorial ese señor que se llama "El corrector de estilo" que lo primero que hace es ponerme comas por todos lados. Me acuerdo que en el último libro de cuentos que se imprimió en Madrid (y en otro que me había llegado de Buenos Aires, pero el de Madrid batió el récord) en una de las páginas me habían agregado treinta y siete comas, ¡en una sola página! lo cual mostraba que el corrector de estilo tenía perfecta razón desde un punto de vista gramatical y sintáctico; las comas separaban, modulaban las frases para que lo que se estaba diciendo pasara sin ningún inconveniente; pero yo no quería que pasara así, necesitaba que pasara de otra manera, que con otro ritmo y otra cadencia se convirtiera en otra cosa que, siendo la misma, viniera con esa atmósfera, con esa especie de luces exterior o interior que puede dar lo musical tal como lo entiendo dentro de la prosa. Tuve que devolver esas página de pruebas sacando flechas para todos lados y suprimiendo treinta y siete comas, lo que convirtió la prueba en algo que se parecía a esos pictogramas donde los indios describen una batalla y hay flechas por todos lados. Eso sin duda produce sorpresa en los profesionales que saben perfectamente dónde hay que colocar una coma y dónde es todavía mejor un punto y coma que una coma. Sucede que mi manera de colocarlas es diferente, no porque ignore dónde deberían ir en cierto tipo de prosa sino que la supresión de esa coma, como muchos otros cambios internos, con -y esto es lo difícil de transmitir- mi obediencia a una especie de pulsación, a una especie de latido que hay mientras escribo y que hace que las frases me lleguen como dentro de un balanceo, dentro de un movimiento absolutamente implacable contra el cual no puedo hacer nada: tengo que dejarlo salir así porque justamente es así que estoy acercándome a lo que quería decir y es la única manera en que puedo decirlo."

1 comentario:

  1. Mmm. Fascinante su artículo Pedro Juan. El sentimiento de pulsación es diferente. Alterno. Y, al mismo tiempo, majestuoso. Impecable, quizá. Siempre disfruto leerlo.

    ¡Saludos desde El Pulgarcito de América!

    J.A.R.D.

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