Este selfi lo tomé hace tres o cuatro meses. En Centro Habana, en la esquina de Galiano y Laguna, en los portales, quedaban seis o siete de estos teléfonos públicos. De monedas. Ya no funcionaban. Nadie los miraba. No existían.
Tomé el selfi sólo para guardar un recuerdo. Pensé que esos aparatos se quedarían allí como dinosaurios, durante años y años. Ingénuo.
En pocos días desaparecieron. Alguien descubrió que son objetos vintage. Y se los robaron en unas cuantas noches. Para venderlos, obvio.
Cada día por la mañana faltaba uno. Y otro y otro. Ya se acabaron. Ahora servirán de objeto decorativo en algún bar, en algún restaurante. Sacados de contexto pueden ser bonitos, como sabe todo el mundo.
Creo que eran los últimos que quedaban en toda La Habana. No sé. Al menos yo no he visto más en ninguna parte.
Se acabaron los teléfonos públicos. Y poco a poco se acabarán los teléfonos fijos. Por ahora subsisten. Los utilizan en sus casas miles de viejitos sobre todo. Siguen subsidiados. Es decir, son muy baratos. Y prestan un servicio necesario, sobre todo a las personas con ingresos muy bajos.
Mientras tanto, el móvil sigue su ascenso indetenible, a pesar del reciente subidón brusco de las tarifas. La modernidad se impone. La comodidad.