A veces, cuando quiero o necesito, eludir la realidad quemante que me rodea en La Habana, me refugio en algún libro de Sebald. Ahora estoy releyendo Austerlitz. Sebald nació en Wertach, Alemania en 1944 y murió en un accidente de tránsito el 16 de diciembre de 2001. Vivió en Suiza y fue profesor en Norwich, Inglaterra desde 1970. Casi todos sus libros están traducidos al español, la mayoría en Anagrama. Austerlitz es la historia minuciosa, poética, oscura y al mismo tiempo luminosamente profunda, de un hombre que de niño, en la Segunda Guerra Mundial, se queda sin casa, sin patria, sin nombre, sin familia, sin idioma. Y por consiguiente es un solitario enajenado que se mueve entre la lucidez paranoica y la lucidez racional extrema. Un extenso monólogo de casi 300 páginas, escrito magistralmente y que exige, claro, un lector cómplice. Supongo que no muchos pueden leer a Sebald. Mezcla una visión poética del mundo con una aguda y contínua observación filosófica: "...y quién sabe, dijo Austerlitz, quizás sueñan también las polillas o la lechuga del huerto cuando mira de noche la luna". En un texto así todo cabe. Desde disertaciones sobre arquitectura de castillos medievales hasta Wittgenstein, "tan encerrado en la claridad de sus reflexiones lógicas como en la confusión de sus sentimientos".
Descripciones detalladas de paisajes, sentimientos, casas abandonadas, viajes en tren, largos y solitarias excursiones por extraños lugares de Europa. Todo descrito como nadie lo había hecho antes. Con una escritura lenta, microscópica, Sebald nos arrastra y nos lleva de la mano por un mundo laberíntico y neurótico que me recuerda a Sábato. Sólo que el argentino (¡tan europeo!) es, quizás, más rudo, más directo y golpeante. Sebald interpreta a su modo algunos momentos de la historia europea metiéndose siempre en lo profundo de una familia, de un personje, con un dominio extenso de los más diversos campos del conocimiento. Se detiene en detalles y expone puntos de vista que siempre revelan algo nuevo. Creo que es imprescindible para comprender el espíritu europeo contemporáneo. Él no se lo propone. Sólo escribe. No pretende estremecernos. Sólo nos habla en voz baja, quedamente. Lo siento como si me susurrara sus frases en mi oído. Con toda seriedad, sin sentido del humor. Jamás sonríe, con un toque fuerte y permanente de neurosis aguda. Y ya es suficiente. Nos marca para siempre. Y nos sumerge en una atmósfera oscura, asfixiante muchas veces, formada por el silencio y cierto aire absurdo o abstracto quizás. Supongo que gusta a pocos lectores. Yo sólo puedo leerlo en pequeñas dosis. Porque una sobredosis de Sebald puede ser mortal. Hace un rato interrumpí la lectura en la página 160. Austerlitz está en Praga y busca sus orígenes. Ha encontrado una pista porque"como consecuencia de una serie de acontecimientos significativos", llegó a formular la conjetura de que a la edad de cuatro años y medio había dejado la ciudad de Praga en 1939, al inicio de la guerra. Y en efecto, encuentra datos concretos sobre la familia Austerlitz en un archivo estatal en esa ciudad. Y de ese modo localiza a una anciana que era vecina de su casa y a quien le unían lazos estrechos...Pero en ese momento mi vecino pone un disco de Gente de Zona a todo volumen. Reguetón a tope. Cierro el libro. El trópico. El trópico. El trópico.
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