Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 9 de febrero de 2015

SLOPPY JOE´S BAR

Buena parte de mi infancia la pasé en los bares. Mi padre tuvo un bar restaurante de 1949 a 1954. Se llamaba El Camagüey y estaba en un lugar céntrico de la ciudad de Pinar del Río. Nosotros vivíamos atrás, en una pequeña casita con un patio lleno de plantas y flores. Una de mis diversiones preferidas era salir al bar a mirar a la gente, conversar de lo que puede conversar un niño de tres o cuatro años, y bailar porque la victrola no paraba: boleros, mambo, cha cha chá todo el día. Trabajaba una sola camarera: Nena. Muy buena persona y muy eficiente. Pero muy fea y con unas gruesas gafas de miope. Creo que mi padre la escogió para enfatizar sin dejar lugar a dudas de que aquel no era un bar de putas.  Pinar del Río era una pequeña ciudad de provincia, con gente amable y amistosa y poco dinero circulando. Después, en 1954, el negocio quebró, y nos fuimos a Matanzas a vender helados Guarina. Mi padre obtuvo la franquicia de esa marca para toda la provincia. Era un depósito grande, lleno de neveras enormes, carritos de helados y una camioneta con nevera. Había espacio además para dos o tres automóviles usados que mi padre reparaba. Los dejaba como nuevos y los revendía. Era su segundo negocio. Yo tenía que barrer y limpiar todas las tardes aquella nave enorme. Y además secaba y ordenaba los cartuchos de papel grueso en que venían envasados los helados. Cientos de cartuchos cada día que yo reciclaba (término que no se usaba en aquella época). Después los vendía en algunas fruterías cercanas y sacaba un dólar por cada cien cartuchos. Mi padre siempre insistía en inculcarme una disciplina de trabajo.
A una cuadra estaba el Sloppy Joe´s Bar de Matanzas. En la calle Magdalena entre Contreras y Manzano. A media cuadra empezaba La Marina, el barrio de las putas, que se extendía a lo largo de la margen derecha del río Yumurí. Era un bar con mucho swing. Se parecía a El Camagüey. Nada de glamour sofisticado ni decoraciones. Todo lo contrario. Un bar común y corriente pero con un aura muy especial. Con una clientela de marineros de todo el mundo, estibadores del puerto y putas. Más la gente normal del barrio. Era grande, amplio, con una barra larga al fondo y un solo bartender siempre sonriente que se deslizaba ligero y eficaz. Mi padre me llevaba por las tardes. Preparaban unas galletas de soda con jamón español, queso y pepinillos que no cabían en la boca. Eran enormes. En un rincón había un puesto para vender periódicos, revistas y muñequitos (después se llamarían comics). Y ahí encontré mi lugar. Aquellas galleticas "preparadas" más los comics. Fue una gran infancia. En el puesto se podía cambiar comics usados si añadías cinco centavos a cada cuaderno. Era un buen negocio. Yo vendía helados con mi padre, más los cartuchos de papel. Así ganaba algún dinero para invertirlo en comics sobre todo. Creo que leía un promedio de veinte comics diarios.
Después pasaron los años y por las tardes hacía tiempo sentado por allí -ya era uno más del barrio- para mirar y admirar a una mujer bellísima, muy parecida a Anna Magnani, que sobre las cinco de la tarde aparecía, sin prisas, caminando lentamente. Era una belleza de mujer, trigueña, con el pelo negro y largo, un vestido strapple bien apretado,  ojeras negras y profundas y una expresión dura y cansada en el rostro. Supongo que tenía muchos clientes y siempre estaba extenuada. Era atractiva-destructiva. Han pasado más de 50 años y no se me olvida. Cada vez que puedo la menciono. Aparece en muchos de mis textos, como un fantasma que me persigue. En el dedo índice tenía siempre enganchado un aro con la llave de su casa y le daba vueltas ostensiblemente. Gesto muy vulgar pero efectivo para indicar que tenía el cuarto disponible y quizás incluido en el precio.
Yo era un niño de diez años más o menos. Después avanzó la década de los ´60. Cerraron los bares, se aplicó una especie de Ley Seca, se acabaron los comics y las galleticas preparadas. Prohibieron la prostitución y muchas cosas más. Hubo bastante hambre en esa década. La gente se iba masivamente del país. Los tiempos se pusieron frenéticos y ruidosos. Los cambios fueron brutales. En todo. Todo, absolutamente todo, cambió. A mí me llevaron a un largo servicio militar en 1966.
Años después me enteré de que existieron tres Sloppy Joe´s Bar. Uno en Cayo Hueso, Florida, muy famoso, con Hemingway incluido. Otro en La Habana. Y el de Matanzas. El de La Habana lo reabrieron hace poco. Está a unos pasos del Parque Central. Tiene un letrero que asegura que lo inauguraron en 1917 y que es el primero de todos los Sloppy Joe. Ahora tiene unos precios prohibitivos, un aire de grandeza sofisticada y a uno le parece que ha entrado a un escenario teatral y no a un bar. Entran turistas incautos que no saben nada de nada. Nunca segundas partes fueron buenas. Y supongo, más bien espero, que el Sloppy Joe de Matanzas no lo reabran nunca  jamás. Ya no tiene sentido. Sería como si en Pompeya intentaran que la ciudad funcione de nuevo.


2 comentarios:

  1. Gracias primo por traerme esos recuerdos de el Camaguey, y de Nena, en efecto era fea pero dulce, decente y eficiente, recuerdo perfectamente el lugar y la buena comida que alli se servia, con Juan el cocinero y su ayudante que no recuerdo como se llamaba, porque era un bar restaurante y tenia abonados que por una cuota semanal comian todos los dias El ambiente era familiar y acogedor. Tambien recuerdo la joyeria que estaba al lado, con una vidriera en el portal donde se exhibian sortijas, cadenas y brazaletes, el joyero sentado detras, y hasta recuerdo que era un hombre de pequeña y estatura y con bigote. El tio siempre estaba detras de la barra y recuerdo el sonido de la cafeteria, preparando constantemente el humeante café.

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  2. pedro, casi por casualidad encontre este blog tuyo, que bueno! este post del bar me ha dejado un sabor melancolico y muchas ganas de escribir. saludos desde miami, hermano.

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