Aquí estoy en 1999, en mi estudio en Centro Habana. Una foto que tomó Marianne Greber. Creo recordar que yo pasaba a máquina Animal tropical. Es una foto excepcional. Nunca me han gustado las fotos de escritores entre libros. Me parece una pedantería exhibicionista retratarse delante de la biblioteca personal. En esa época creía que las lecturas y la cultura personal deben esconderse lo más posible. Todavía lo creo aunque no con tanto radicalismo como en ese entonces. Aquí está mi biblioteca que en esa época tenía más de 6 mil ejemplares. Y por ahí más o menos empecé a reducirla. Marianne había visitado mi casa un par de años antes, con una periodista austriaca que intentaba hacer un reportaje sobre jineteras, lo cual era un fenómeno en Cuba y llamaba la atención. Marianne y yo somos buenos amigos desde entonces. De esos pocos amigos que uno sabe que van a durar toda la vida. Tenemos mucho en común, sobre todo el ansia y la vocación por explorar siempre mundos nuevos y diferentes a los ya conocidos. En cuanto a mi biblioteca puedo decir que ahora está en alrededor de 3 mil ejemplares, que ya es mucho. Y mi lucha no es por añadir más sino por restar.
Dos escritores exquisitos que tenían los libros y las bibliotecas entre sus temas predilectos de disección eran Jorge Luis Borges y Umberto Eco. Siempre atinaban. Otro exquisito que dedicó su vida a los libros fue mi admirado Cyril Connolly, en su ensayo titulado El año del bibliófilo, de 1967, escribe: "Cada vez va a menos. Así es como respondo cuando me preguntan por mi bibliofilia. La necesidad está desapareciendo: la desesperada ansiedad de encerrar a todos mis autores favoritos en el Arca donde pueda regodearme con ellos a mi gusto, incluso mientras ellos se regodean entre sí, es cosa del pasado. La lista de los que busco es cada vez más breve".
Dos escritores exquisitos que tenían los libros y las bibliotecas entre sus temas predilectos de disección eran Jorge Luis Borges y Umberto Eco. Siempre atinaban. Otro exquisito que dedicó su vida a los libros fue mi admirado Cyril Connolly, en su ensayo titulado El año del bibliófilo, de 1967, escribe: "Cada vez va a menos. Así es como respondo cuando me preguntan por mi bibliofilia. La necesidad está desapareciendo: la desesperada ansiedad de encerrar a todos mis autores favoritos en el Arca donde pueda regodearme con ellos a mi gusto, incluso mientras ellos se regodean entre sí, es cosa del pasado. La lista de los que busco es cada vez más breve".
Es así. Las bibliotecas públicas sí deben crecer siempre. Más y más. Hasta reventar las paredes. Tienen que satisfacer todos los gustos. Pero la biblioteca personal debe reducirse siempre. Cuanto menos mejor. Con los años nos ponemos más selectivos. No sólo en las lecturas sino en todo. Yo escojo cuidadosamente los viajes, los autores que quiero conservar, las películas y la música, las comidas, los poemas que escribo, las mujeres que deseo, los amigos. Todo se ve sometido a un proceso de selección. Un filtro que funciona como una destilería. Creo que es lógico. Después de tanto leer y escribir, después de tanta locura y caos vital, uno necesita un poco de silencio. Necesitamos mirar hacia dentro.
Tambien hay algo de edad en este tema de guardar, rodearse en vida y empezar a soltar. Lamentablemente (o no).
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