Mi casa

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© Héctor Garrido

domingo, 23 de julio de 2017

EL DRAGO DE ICOD

Ese árbol extraño y enorme que está al fondo es el drago de Icod de los Vinos, un antiguo pueblo montañoso al norte de Tenerife. Le llaman el drago milenario pero se ha comprobado que tiene unos 800 años. De todos modos, es impresionante.  Le rodea un pequeño parque con especies botánicas autóctonas de las islas. De ese modo regulan además el acceso al árbol. El norte de Tenerife es la zona más antigua de la isla. Hay muchos pueblos pequeños, silenciosos, muy antiguos. Este árbol, por ejemplo, está rodeado de leyendas. Algunas muy eróticas, sobre doncellas canarias perseguidas por los invasores peninsulares  y salvadas al refugiarse en el interior de estos árboles, cuya savia además, es roja como la sangre, lo cual aumenta el dramatismo de las historias. La leyenda más definitiva  cuenta que bajo este árbol se realizó la última reunión de los cuatro últimos menceyes guanches (reyes nativos): Pelicar de Adeje, Romen de Dante, Pelisor de Adeje y Adjoña de Abona, para acordar la paz con el rey de España, con el fin de evitar un baño de sangre para su ya castigado pueblo. 
Recordemos que las siete islas de Canarias servían de base naval de avanzada al reino de España ya en el siglo XV. Y que Cristóbal Colón, y otros muchos navegantes españoles, hacían escala aquí al ir o regresar de "Indias". En La Gomera todavía conservan una casa donde hay un pozo en el patio. Se dice -es la versión oficial-  que de ese pozo abastecieron de agua a las embarcaciones usadas en la conquista de América. Ya hoy el pozo al parecer está seco. En esta zona del norte abundan las personas muy blancas, rubias o pelirrojas, casi siempre con ojos azules o grises muy claros. Según los lugareños  los piratas y corsarios holandeses y del norte de Europa navegaban por aquí, entraban en alguna pequeña rada en busca de agua y alimentos o quizás para negociar contrabando y de paso se refocilaban con el buen vino de la zona, con la comida que es excelente y con las jóvenes mozas. Enseguida partían y ni se enteraban de que dejaban descendencia en esos puertos escondidos  del norte tinerfeño. Eso son las islas ante todo: un cruce de caminos.

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