Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

sábado, 17 de septiembre de 2022

PAPELES EN PRINCETON

                                              https://findingaids.princeton.edu/catalog/C1649.




Ese es el link para entrar en la sección de mi papelería, que se conserva  en la biblioteca de la Universidad de Princeton, New Jersey, Estados Unidos.

    No está (ni estará) disponible para acceder por internet, cómodamente desde casa. No.  Hay que visitar físicamente la biblioteca. 

    Se trata de un conjunto de diarios personales, cuadernos y libretas de notas, manuscritos de algunos de mis libros, fotos, periódicos y revistas con entrevistas que me han hecho desde 1998 a la fecha, así como comentarios y reseñas sobre mis libros. También hay una colección de 134 de mis poemas visuales, realizados en diferentes momentos desde 1980 hasta 2020. Y una buena cantidad de mis libros publicados en diferentes idiomas, por ejemplo, la Trilogía sucia de La Habana, en hebreo, editado en Israel, y en islandés, en Islandia, por supuesto.

    Es sólo una parte de mi archivo personal. Falta una buena porción, que aún guardo. 

    Otra sección de mi papelería y libros editados en numerosos idiomas se encuentra en la Biblioteca Nacional José Martí, en La Habana. Los doné el 27 de enero de 2020, en ocasión de un cálido homenaje que organizó Omar Valiño, director de esa institución, por mi 70 cumpleaños.

    Aún queda una buena porción de mi papelería que ya entregaré en los próximos años a cada una de estas instituciones.

    En la colección de la Biblioteca Nacional cubana hay papeles de Lezama Lima, Carpentier, Virgilio Piñera, y muchos otros escritores importantes de Cuba. En la colección de Princeton está la papelería de Vargas Llosa, Carlos Fuentes, y una larga lista de sobresalientes escritores latinoamericanos. Estos archivos, en New Jersey, cuentan con efectivos medios de protección contra incendios, robos y daños por razones climáticas, como humedad, excesiva iluminación, etcétera. En la BNJM también se hicieron inversiones hace algunos años para mejorar y modernizar las condiciones de los archivos, con la ayuda de la Agencia de Cooperación Iberoamericana y la Embajada de España en La Habana.

    Supongo que estos útiles archivos de papelería poco a poco registrarán mermas en sus adquisiciones ya que, como sabemos, cada día más los escritores escriben  directamente en su PC.

    Pocos seguimos usando papel y bolígrafo para la versión inicial. Yo no puedo prescindir de lo que he hecho siempre: escribir un poema, un cuento o una novela a mano, con un boli de tinta negra sobre una libreta. Siempre tinta negra y mejor si el papel es amarillo. Corregir, añadir, mejorar, ampliar  y pasar en limpio a máquina. Ya  sobre el papel mecanografiado puedo corregir y ampliar más hasta que finalmente paso a Word en mi laptop. Soy obsesivo con las correcciones.

    Mi primera laptop me la regaló mi mujer en 2007. Yo tenía 57 años. Ella, muy pragmática, me dijo: "Bueno, mi amor, ya es hora de que empieces con ésto. No le des más largo".  Debo reconocer que me asusta un poquito cada nuevo reto de la tecnología digital. Soy genéticamente analógico. Ya sabemos que es una cuestión generacional.

    En 2002 -más o menos- en Anagrama me dijeron que desde ese momento no aceptarían manuscritos en papel. Había que entregar los libros en diskettes.  Unos diskettes cuadrados que se usaban entonces. Mi solución genial fue encontrar una discreta señora, encantadora, sonriente, educadísima y amable, que vivía sola en un apacible barrio de Marianao, en La Habana, para que pasara en limpio mis libros. Para más inri se llama Dulce.

    Ella tenía una vieja pero eficaz computadora y hacía su trabajo a las mil maravillas. Y así estuvimos unos años de cómplices hasta que, muy lentamente, dominé lo suficiente el Word para hacer yo solo todo el trabajo.

     En la foto estoy con mi querida máquina en los años en que escribía la Trilogía sucia de La Habana, es decir, entre 1994 y 1997.  Hoy en día es difícil conseguir las cintas para la máquina. Yo mismo la limpio, le pongo aceite y la cuido. Le tengo cariño a mi vieja máquina Underwood, de 1927. Que heredé de mi padre. Él no era escritor. Durante algunos años tuvo el bar-restaurante El Camagüey, en Pinar del Río. Y en esa máquina escribía el menú de cada día. Es decir, que es una máquina con una historia plebeya, proletaria y humilde. Pero la quiero mucho. Soy un poco sentimental, qué le vamos a hacer.


jueves, 15 de septiembre de 2022

CONSEJOS DE CHEJOV

 

Anton Chejov (1860 - 1904) nunca escribió ensayos sobre el oficio de escribir, ni dio clases de escritura creativa. No creía en nada de eso. Estaba convencido de que un escritor se hace sólo con su esfuerzo personal, con su talento, con su disciplina y amor por el oficio. No hay otro modo.
Pero siempre hay sorpresas. Ahora Alba editorial, de Barcelona, acaba de publicar un librito editado por Piero Brunello, profesor de Historia en la universidad de Venecia. 
Este señor ha entresacado de las cartas escritas por Chejov, unos 99 apuntes sobre el oficio.
Es como un Vademecum sobre el tema. Por ejemplo: "Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco o no comprendo".
En otra: "Se lamenta usted de que mis personajes sean tan tristes. ¡Ay, no es culpa mía! Me salen así sin querer; cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes..."
Y más adelante; "No pulir, no limar demasiado; hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento".
"Lo he visto todo; no obstante, ahora no se trata de lo que he visto, sino de cómo lo he visto".
Y así podría seguir. Lo curioso es que a medida que leo estos apuntes comprendo que yo también he ido llegando a esas conclusiones. Poco a poco, a lo largo de toda una vida dedicada al oficio de escribir. 
Hay que aprender a escribir, aunque no se puede enseñar a escribir. Parece contradictorio pero no lo es. Uno aprende solo, sin prisa y al final llega a conclusiones como éstas que Chejov expone en algunas de sus cartas. Me ha sorprendido este descubrimiento. De Chejov siempre se aprende. Hay que releerlo.

viernes, 2 de septiembre de 2022

LA NINFA INCONSTANTE

 

Acabo de leer una novela de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005). La ninfa inconstante. Es uno de los tres libros de él publicados post mortem, todos en Galaxia Gutenberg, por su viuda, Miriam Gómez. Éste en 2008. En 2010 Cuerpos divinos. Y en 2013 Mapa dibujado por un espía. Miriam, además, ayudó a preparar los ocho tomos de sus obras completas. Se han publicado los tres primeros. Siempre en Galaxia Gutenberg.
      Es una novela de 230 páginas y el argumento es muy sencillo. Un Don Juan habanero, en el verano de 1957, se encuentra con una muchacha anodina y vulgar en la calle, pero le gusta, la persigue, insiste, ella no se hace rogar aunque es menor de edad. Pierde la virginidad con él. No hay amor ni hay nada y ella, repito, es bastante vulgar. Tienen una relación breve y pésima desde el punto de vista emocional. Y ya. Se disuelve. Muchos años después, ya ella ha fallecido fuera de Cuba, él lo cuenta todo,  en primera persona y se deduce, como en todos sus libros, que él es protagonista y narrador de un hecho real. Autoficción le llaman ahora.
      Lo importante es que al terminar de leer uno tiene la sensación de que realmente ha conocido a Estela, al narrador pedante que juega sin cesar con las palabras y hace malabares con el doble sentido, y que además he estado con ellos en esos recovecos de La Habana que aparecen bien descritos en el texto. Es decir, que una vez más GCI me ha convencido magistralmente y letra por letra de su historia.
      Y eso es lo que vale. Lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Ahí está la clave del asunto. Un escritor mediocre habría hecho una novelita estúpida con el asesinato de la madrastra de Estelita, un poco de terror para hacer desaparecer al cadáver, el comisario fulano detrás de ellos, en fin, una imbecilidad más, y encima en 500 ó 600 páginas pesadas como un plomo. Pero GCI era un artista, un creador, imprevisible, original, diferente, arriesgado, medio loco.
      Pudimos  conocernos en 1998 y los años siguientes. Teníamos la misma agente, radicada en Madrid, y GCI visitaba esa ciudad casi todos los años. Ella quería presentarnos (decía que teníamos muchas cosas en común) pero siempre me negué. GCI era absolutamente intolerante (como todos los de su generación) con los cubanos que vivían en la Isla y ya había montado un show con Jesús Díaz poco antes, en aquella misma oficina, aunque Jesús se había ido de Cuba hacía tiempo y ya dirigía la revista Encuentro de la cultura cubana. Pero para GCI era "un comunista y yo no estoy en la misma habitación donde hay un comunista".
      Yo no estaba para más líos y pesadeces en mi vida. En octubre de 1998 habìa publicado Trilogía sucia de La Habana. El libro tenía mucho éxito pero a mí me atacaban tirios y troyanos. Y yo, en tierra de nadie,  necesitaba un poco de paz y sosiego, no más numeritos de política. Me aburre la política, para decirlo educadamente.
      Los libros de GCI los voy comprando y leyendo poco a poco. Hay que leerlo despacio para evitar una indigestión. Suave. Una lástima que los lectores cubanos no conozcan su obra. Vamos a ver hasta cuándo.