Mi casa

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© Héctor Garrido

jueves, 26 de noviembre de 2015

LITERATURA INCÓMODA

Desde niño escucho una frase típica sobre la lectura: "Leer te hace más culto". Nunca creí esa tontería. Yo leía simplemente porque me gustaba. Y me gusta. Y -sobre todo- porque adquirí el hábito de la lectura desde muy niño, con los comics, que leía por toneladas. Después adquirí otros hábitos y vicios: alcohol, tabaco, lujuria desenfrenada, sadismo, furia. Por ahora sigo cultivando el de la lectura intensa, que es un hábito aceptable y conveniente.
En los últimos años hemos temido que la lectura disminuya al mismo ritmo que han disminuido las ventas de libros. Me refiero a España y me refiero concretamente a la lectura de libros. Ya sabemos que las lecturas de textos cortos en internet va in crescendo, pero me refiero a la lectura en profundidad. En España han registrado desde 2007 una baja de las ventas en papel y un alza  en venta de e-books. La consecuencia más evidente y nefasta es que hay una explosión de libros ligeros, para decirlo de algún modo. Libros de entretenimiento. Algunos tan tontos que de inmediato los convierten en telenovelas. Surgen decenas de escritores, más bien artesanos, cuyo único objetivo es vender millones y forrarse y a otra cosa mariposa.  Algunos logran su objetivo. El espíritu de la época es el mercantilismo a ultranza.
Si nos ponemos pesimistas podríamos suponer que de seguir esa tendencia la literatura podría desaparecer. Porque aunque algunos escritores mantengan su capacidad de riesgo y su necesidad de escribir a fondo, los editores no quieren libros "incómodos". Muy pocas editoriales mantienen contra viento y marea su espíritu de aventura y riesgo. Publicando libros "conflictivos" nadie se hace millonario. Ni escritores ni editores. Así que es mejor ser light, descafeinado y cerveza sin alcohol.
En mi caso Jorge Herralde, el boss de Anagrama, me repite cada cierto tiempo: "Bukowski nunca fue un best seller. Tú tampoco. Ustedes son long-sellers, es decir que venden un poco cada mes y así se mantienen durante años". Con ese tipo de ventas un autor vive con holgura económica y ya. Hasta ahí. Para mí es perfecto porque sigo escribiendo lo que me da la gana y me mantengo alejado del bullicio mediático y el stress de los festivales y los aeropuertos y el corre corre de aquí pallá como un loquito postmoderno más.
Ahora he pasado unos días en México D.F. y he comprobado que el síndrome de la gripe española no ha llegado a América Latina. Creo que en nuestro continente muy pocos hablan de e-books. Todos siguen deseando leeer en papel y los libros de entretenimiento puro se mantienen en niveles aceptables y no se han disparado.
Supongo que esta situación se debe a que los latinoamericanos no atravesamos una crisis como la que afecta a España y a otros países europeos desde 2007. Nosotros estamos mucho mejor porque siempre hemos vivido en crisis. Genreación tras generación. Crisis y esperanza de mejorar. Crisis-esperanza- frustración. Y de nuevo: Crisis-esperanza- frustración. Así que ya es costumbre. Y ese es un buen caldo de cultivo para la literatura incómoda y el arte conflictivo. Porque para evitar el desespero y la esquizofrenia, escribimos y por lo menos cuando morimos dejamos atrás nuestra memoria en blanco y negro, que ya es algo. Una escritura nerviosa, una escritura alcóholica, una escritura aterrada, una escritura de crisis permanente. Una escritura llena de dudas y de preguntas sin respuesta. Una escritura nocturna producida por escritores aterrados que controlan su miedo como pueden y siguen escribiendo a pesar de todo.
Por eso en Europa con frecuencia se aterran en las editoriales con nuestros manuscritos y los devuelven, un poco asqueados de haber tocado semejante artefacto. También se asquean a veces con nuestras películas. Es que tienen una sensibilidad más limpia o más fina, o más burguesa, o no sé. No sé. No es que sean frívolos o snobs. Es que no entienden. No quieren entender lo que sucede más allá de la puertecita de sus jardines. Creo que están anestesiados. Y no lo saben. Lo peor es que no lo saben.

martes, 17 de noviembre de 2015

VIRGILIO PIÑERA, PERIODISTA

Virgilio Piñera fue uno de los escritores más cáusticos y corrosivos que han nacido en esta isla. Agudo y venenoso como pocos. Durante algunos años ejerció como periodista, entre 1959 y 1961, en el periódico Revolución y en el suplemento cultural Lunes de Revolución. 
Ediciones Unión, en La Habana, publicó hace unos meses una compilación de todos sus escritos periodísticos de esa época. Un libro muy bien editado, con abundantes notas a pie de página y con un prólogo muy esclarecedor. Es una compilación excelente hecha por dos jóvenes: Dainerys Machado y Ernesto Fundora. Muy oportuno además este libro porque aparece en un momento en que se extingue la especie de los suplementos culturales en papel y también hace años se extinguieron los escritores rebeldes y cáusticos, sustituidos por los sonrientes y agradecidos. 
Creo que es un libro muy útil para quien quiera aproximarse a los vertiginosos y radicales años 60. Aunque es difícil conseguilo. La edición de 3 mil ejemplares se agotó en pocos días. En sus 364 páginas lo mismo encontramos un reportaje sobre la industria del guano de murciélago en Camagüey que una nota preciosa sobre los poetas cubanos del siglo XIX o un atinado comentario sobre la horrible novela Amistad funesta, de José Martí. Además de arengas para que los escritores escriban sobre los tiempos revolucionarios y se olviden del pasado burgués, y que además se incorporen a las milicias. También hay encendidas e incendiarias notas contra el Diario de La Marina y contra esto y aquello y a favor de lo otro y lo de más allá. Posicionamientos en blanco y negro abundan. Eran tiempos en que se exigía a todo el mundo una definición. "No se puede estar en la cerca. Estar en la cerca es estar con el enemigo". Esa frase se repetía cada día hasta el cansancio.
Ahora tenemos el privilegio de leer todo esto 55  años después y nos sonreímos. A mi modo de ver el principal valor que se desprende de su lectura es apreciar la indigencia total en que vivían los escritores cubanos de entonces. No había editoriales. El que se decidía costeaba su propia edición en alguna imprenta. Para tirar 200 ejemplares. 400 ya era un derroche. Y -lógico- con ese panorama los lectores escaseaban. A partir de 1960 se creó la Imprenta Nacional y la situación cambió. También se inició una efectiva y masiva campaña para elevar la educación del pueblo. Entonces otros fueron los problemas. Problemas siempre hay. Diferentes. Para ponernos a prueba. Fue un proceso convulso y complejo que finalmente desembocó en el llamado Decenio negro, de los años 70. En internet se encuentra mucha información, casi toda escrita por los protagonistas, aunque ya sería hora de organizar todo eso minuciosamente en un libro. Creo que no existe aún.
El último número de Lunes de Revolución salió el 6 de noviembre de 1961. El pretexto fue "que no había papel", jejejejeje, he escuchado eso decenas de veces. En 1965 se fundó el Partido Comunista de Cuba y se "fusionaron" los últimos periódicos que quedaban. Desde entonces sólo Granma y Juventud Rebelde.Ya no había espacio para cronistas corrosivos como Virgilio Piñera. No. Era tiempo de héroes, no de gente protestona.
El primer texto que yo publiqué fue precisamente en el periódico Granma, en 1969, sobre los jóvenes del servicio militar que cortábamos caña en Camagüey para la zafra azucarera. Una crónica muy heroica, por supuesto y creo que se titulaba En Mamanantuabo. Que parece una mala palabra pero era el nombre del lugar donde teníamos el campamento, cerca de Morón. Después, en 1973, empecé a trabajar como periodista en una emisora de radio provincial. Había allí un periodista ya viejo, cínico y socarrón, como se ponen todos los periodistas viejos en el mundo entero. Medio en broma me repetía una frase cada vez que podía: "Aplaude que a ti te pagan para que aplaudas". Aquello me sonaba a diversionismo ideológico profundo así que me hacía el bobo y lo ignoraba para no buscarme problemas. Yo era muy joven y soy un poco lento de entendederas. Me llevo más de 20 años entender a fondo aquella frase, que era como un koán del Zen. Al fin la entendí. Entonces empecé a publicar mis libros. Y me alejé del periodismo.

jueves, 12 de noviembre de 2015

UN OLOR A HUMO

Después de toda una vida leyendo, ahora me interesa sobretodo lo que hay detrás de cada libro. Es decir, los autores y sus circunstancias. Quizás por eso leo algunas biografías y libros de memorias y recuerdos de algunos escritores. Como París era una fiesta, de Hemingway, o la última biografía de Salinger publicada en 2014 en español, por Seix Barral. A veces encuentro respuestas a mi curiosidad. Que se concentra en unos pocos autores. No muchos. Por lo general hoy en día los escritores se montan en lo que llaman su "carrera" de escritor. Son esos escritores que necesitan mantener una presencia mediática para que no los olviden, que agradecen a sus editoriales cuando les gestionan algún premio, y que trabajan compulsivamente para publicar un libro cada dos años.
Son esclavos del ego. Pero no lo saben porque suben y bajan desesperadamente de aviones, entran y salen de habitaciones de hotel y se presentan en todos los festivales posibles, mientras fuman y escriben en su ordenador portátil. Escriben con la punta de los dedos en hoteles y aeropuertos. No hay tiempo para digerir. Tienen que escribir rápido porque el editor está esperando. Mercaderes. Sólo eso. Así que no dejan tiempo ni espacio para reflexionar un poco sobre sí mismo y lo que hacen. Y la vida se les escapa entre los dedos. Son víctimas del espíritu de la época: el espíritu mercantil y el vértigo.
Por suerte, a veces surgen escritores de otro tipo. Acabo de releer Todos se van, de Wendy Guerra. Una novela importante y estupenda. Hace unos años ganó el premio Bruguera. Y claro, ante un relato tan fuerte uno se inquieta. Dos veces le he preguntado a Wendy: "¿Todo eso es cierto? Es muy autobiográfica esa novela. O lo parece." La respuesta es un sutil sonrisa de Mona Lisa Extraviada. A buen entendedor con ninguna palabra basta.
En esta afición a indagar en las zonas ocultas de algunos libros he tenido una experiencia espectacular. Con Juan Rulfo. Adoro los dos libros de Juan Rulfo  (por suerte, al morir el escritor sus parientes no publicaron nada, menos mal). Todos adoramos esos dos libros. Ese modo de escribir entre el humo, como quien entra y sale sutil y constantemente del mundo de los muertos.
Hace muchos años, alrededor de 1990, estoy pasando unos días en Morelia, Michoacán, con unos amigos, Mario y Graciela. Un domingo lo dedicamos a recorrer los alrededores del lago de Pátzcuaro. Hay varios pueblecitos y cada uno se dedica a una artesanía específica.: cestería, madera, metales, etc. Uno de esos pueblos, polvorientos y pobres, es Capula. Allí se dedican a la cerámica utilitaria. Hacen y venden platos, pozuelos, jarras, etc. En el pueblo abundan los hornos de leña para cocinar la cerámica. Hay grandes y antiguos caserones, oscuros y desvencijados, con portales alrededor y una atmósfera como de abandono y pobreza eterna.
En algún momento, en pleno mediodía, veo una viejas muy delgadas, vestidas de negro. Dos o tres viejas, que se mueven en medio del humo  y el polvo. A lo lejos. Entran y salen de la oscuridad de aquellos caserones. Hay silencio y no se escuchan ni las pisadas ni el crepitar de la leña en los hornos. Sólo aquellos fantasmas con largos sayos negros moviéndose como si flotaran en el humo. Y ahí estaba todo. Juan Rulfo no apareció pero estaba allí, haciéndome un guiño. Y de pronto ya no era Capula, sino Comala. Entre el humo y el silencio, el mundo de tinieblas y de muertos. Todo inasible. Inexplicable.

lunes, 19 de octubre de 2015

UN AUTÓGRAFO DEL GABO

Alvaro Castillo Granada es un librero de Bogota, conocido y reconocido. Es dueño de San Librario-Libros, un santuario  de libros viejos, antiguos, raros y exquisitos. Viene a Cuba un par de veces al año y cultiva con un cariño especial a sus amistades cubanas. En estos días me contó la verdadera historia del robo de un libro, suceso que lo lanzó a ser durante unos días el librero más famoso del mundo, al menos en el eterno show que montan los medios en internet, y que poco o nada tiene que ver con el periodismo. Es un show de escándalos.
Todo comenzó el sábado 2 de mayo 2015 en la Feria del Libro de Bogotá. Unos ladrones abrieron una vitrina y robaron un libro muy especial: la edición príncipe de Cien años de soledad, editorial Sudamericana, 1967, dedicado por García Márquez a Alvaro. La librería Macondo había solicitado a Alvaro -en préstamo- un total de 32 ediciones príncipe, todas dedicadas  por los autores. Los cacos, no se sabe cómo y nunca se sabrá, abrieron la vitrina, robaron sólo el ejemplar de Cien años de soledad y volvieron a componer todo de tal modo que el robo se descubrió al día siguiente. Cuando percibieron el hurto el diario EL TIEMPO.COM publicó una pequeña nota y en minutos se desató el pandemonium. Desde El País, de España, hasta Le Monde Diplomatique, de París, hasta Radio Manicaragua, de un pueblecito perdido en el centro de Cuba. Todos querían una entrevista exclusiva con Alvaro. Aquella repentina tormenta primero fue entretenida, después se convirtió en una tortura. Alvaro, hombre pacífico, tranquilo hasta la humildad, se sintió rebasado y con los nervios como cuerdas de acero (expresión propia de escritores norteamericanos de los años ´40 pero que me encanta). Pues ahí tenemos la  situación del drama: el show mediático, Alvaro aplastado, el libro sin aparecer. 
En ese punto Alvaro recibe una llamada de un colega, librero también, de Bogotá. Le pide que se encuentren personalmente. Así lo hacen. Con gran misterio, el colega le cuenta que los ladrones le llamaron y le pidieron dos mil 500 dólares para devolver el libro. Una especie de secuestro expres. Alvaro, desconcertado, desconectó del asunto. Los periodistas insistían. Alvaro, con el sueño alterado cada noche y su vida dislocada. Al fin lo llamaron de las oficinas centrales de la policía. El comandante fulano de tal le anunciaba que habían recuperado su libro y se lo devolverían de inmediato. Un carro patrulla ya iba en camino para trasladarlo. Y así fue. El comadante había convocado una conferencia de prensa -si podemos brillar en el show no tenemos por qué quedarnos fuera-. Así que Alvaro recuperó su libro ante la parafernalia de los medios. Y además el señor comandante anunció que el libro valía 60 mil dólares. Alvaro comprendió de golpe que a partir de ese momento se había convertido en una atractiva diana para todos los ladrones de Colombia. En realidad el libro puede valer mucho más. En una subasta en New York, París, Londres, y con vientos a favor, puede rebasar los 200 mil euros. De tal modo Alvaro tomó una decisión radical, generosa y cortante. Se acercó a los micrófonos y anunció: "Muchas gracias a la policía y al comandante. Les anuncio que he tomado la decisión de donar a la Biblioteca Nacional este libro y toda mi colección sobre Gabriel García Márquez, contenida en nueve cajas grandes".
La donación se efectuó unos días después. Desde mayo. Han pasado cinco meses. Aún no ha recibido una elemental carta de agradecimiento. Le hice una pregunta lógica:
-¿Estarán bien protegidos en esa biblioteca? ¿Blindados contra ladrones? ¿Control de humedad y temperatura?
-No tengo ni idea, Pedro Juan. Pero al menos estoy tranquilo.
-¿Y los ladrones? ¿Están presos?
-No. No se sabe cómo la policía recuperó el libro. Todo quedará en el misterio. Pero no quiero saber nada más. Se acabó.

viernes, 2 de octubre de 2015

LA POBLACION NOCTURNA

Marguerite Duras y el alcohol. Y la soledad, y la noche, y el humo de los cigarrillos. En 1958 compró una casa grande y solitaria, en Neauphle, a cierta distancia de París. Había escrito el guión de la película de Alain Resnais  Hiroshima mon amour. Había ganado suficiente dinero y ya quería apartarse del bullicio. Tenía apenas 44 años y murió con 82, en 1996. Así que aquella casa enorme y solitaria sale una y otra vez en  sus libros. Escribió 40 novelas, 12 obras de teatro, además de  unas cuantas películas y documentales. Su obra de más éxito fue El  amante, que vendió más de tres millones de ejemplares. Yo siempre busco sus libros. Es un vicio. El vicio Marguerite Duras. En París, hace años, compré por muy poco en un puesto callejero un libro de fotos. Ella haciendo algunas de sus películas en su caserón. Ahora en Barcelona, en una feria en Paseo de Gracia, he encontrado  un pequeño tomo de notas. La vida material, editado por Plaza y Janés en 1988.  Cuando lo escribió ya tenía más de 70 años y estaba enamorada de Yann, un joven amante que le hacía compañía y la cuidaba en sus momentos de enfermedad. Padecía de enfisema, con graves accesos de  ahogo. En este librito escribe sobre sus temas obsesivos, de un modo breve y magistral. El alcohol, los animales, la soledad,  el amor, los amantes, el sexo, la fotografía, los bosques, la vida cotidiana, la televisión, la infancia en Indochina, la vejez y la enfermedad, Toda su escritura siempre me parece envuelta en niebla, en humo, en la oscuridad y el silencio de la noche, en los fantasmas de sus antepasados. Siempre. En cada palabra, en cada frase siento el sopor y la lejanía de una mujer que escribe como si estuviera siempre escondida y distante. Ningún hombre puede escribir así. Por eso me fascina y leo sus textos una y otra vez. Recuerdo perfectamente que lo primero que leí fue un relato breve: Una tarde de M. Andesmas. Al parecer no pasa nada en ese relato, pero todo está ahí, sin mencionarlo. Increíble. ¿Cómo esta mujer puede escribir así?, me pregunté. Hace 30 o quizás 40 años de esa lectura. Y sigo haciéndome la misma pregunta. ¿Podré escribir así algún día? ¿Puedo intentarlo?
 "He vivido sola con el alcohol durante veranos enteros en Neauphle. La gente venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en la casa, y allí el alcohol adquirió todo su sentido. El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que cualquier otra cosa. Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano". 
La escritura es otro de sus temas obsesivos: "Escribir no es contar historias. Es lo contrario de contar historias. Es contarlo todo a la vez. Es contar una historia y la ausencia de esa historia. Es contar una historia que ocurre por su ausencia".
La nota más brutal y terrible es la última. Se titula La población nocturna. Y cuenta una terrible etapa de locura y de visiones, producidas por el alcohol. Delirium tremens creo que se llama. Narra con detalle los monstruos y todo lo que veía y escuchaba, sobre todo de noche. Y me estremezco. Me duele que el alcohol la destrozara hasta ese punto. Pero es así. Cuando se recuperó un poco, inmediatamente se sentó y lo escribió todo. Es el destino de los escritores. Escribir todo. Todo. Flagelarse.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

ARQUITECTURAS

Aquí estoy, sonriente, frente a la Casa Batlló, hace dos días, en Barcelona. Siempre que sale un nuevo libro mío en Anagrama, la editorial me invita a esa ciudad para una presentación ante la prensa. Ahora cumplí el rito promocional con Fabián y el caos. Y, como siempre, aprovecho los ratos libres para volver a visitar las casas que construyó Gaudí. La Matanzas de mi infancia era como una Barcelona en miniatura. Casas de piedra gris primorosamente labrada, casi siempre de dos o tres pisos, herrajes muy elaborados, mezclas de art noveau con neoclásico, carpintería tallada con exquisitez, zaguanes de entrada para carruajes y caballos, siempre grandes, fríos, oscuros y húmedos, patios interiores amplios y frescos, con vegetación verde, flores abundantes, pozos y fuentes donde se oye caer el agua.
Yo había vivido en otra ciudad, Pinar del Río. Y al llegar a Matanzas, con tres o cuatro años, me impresionó tanto que no olvido jamás aquel momento. Pinar del Río era una ciudad pequeña, pobre, aburrida. Matanzas era grande, tenía un puerto muy activo, tenía playas, teatro, museos, vida cultural, industrias, un barrio de putas grande, con bares y vida nocturna, y miles de emigrantes de todas partes del mundo. Era una ciudad dinámica, en pleno auge. Le llamaban La Atenas de Cuba, debido al intenso desarrollo cultural que registró desde el siglo XVIII.
En Matanzas se me curó el asma para siempre. Es la ciudad de mi infancia y juventud. Primero Matanzas, después La Habana. Cuando visité Barcelona por primera vez, en 1998, encontré -también en Madrid, por supuesto, que es la tercera ciudad de mi vida- las bases de la arquitectura matancera y habanera.  Entonces entendí un poco más.
Cuando aún vivía en Matanzas quería ser arquitecto. Y me dediqué a coleccionar y estudiar todo sobre la arquitectura moderna. Libros, fotos, folletos, todo. Le Corbusier, Gropius, Alvar Alto, Niemeyer, Frank Lloyd Wright, Gaudí. Todo lo guardaba y estudiaba. Vi  diez veces una película francesa sólo porque salía durante unos minutos la capilla de Ronchamp, de Le Corbusier. Pasiones adolescentes. Hasta que trabajé unos años en la construcción -entre los 21 y los 23 años- y comprendí que los arquitectos poco o nada pueden hacer si viven y trabajan en países pobres. Entonces desistí de la arquitectura. Quedó como un hobby, junto a la música, la filatelia, el cine, los kayaks y la natación.
Ahora me emociono con las obras de los grandes, como cualquier mortal. Me emocionan esos edificios tan diferentes. Pensados y construídos  con el objetivo esencial de marcar distancia. Edificios  siempre altivos y arrogantes. Lo cual está muy bien. Entra dentro de esa filosofía que tanto me gusta: Si puedo ser diferente y mejor, siempre seré diferente y mejor. Y no me canso de mirar en Londres, París, New York,en toda Europa, donde quiera que voy. Y también en La Habana, con esos cientos y cientos de edificios hermosos y viejos, todos diferentes. En fin, ese pequeño arquitecto sigue vivo dentro de mí y sigo disfrutando, aunque mi vida cogió otro rumbo cuando en 1972 entré en La Universidad de La Habana para hacer una Licenciatura en Periodismo. Y no me arrepiento. Creo que fue lo mejor que me pudo pasar. En definitiva el gato tiene cuatro patas y puede coger un solo camino.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

FLAMENCO Y HAMBURGUESAS

Era un proyecto  experimental y apasionante. Montamos un performance de 45 minutos para presentarlo en una Bienal de Poesía Visual y Experimental en Ciudad México. Lorna Burdsall era la directora del grupo. Era en La Habana, a principios de 1990. Ninguno de nosotros -nadie- imaginaba la hecatombe que se precipitaría sobre Cuba a partir de 1991. La peor crisis de toda su historia. Por suerte no poseemos la capacidad de anticiparnos. Estupendo vivir al día. 
Los ensayos los hacíamos en casa de Lorna, cerca del Johnny Dream, en la ribera del río Almendares. Eramos apenas cuatro bailarines y un músico. Yo bailaba también y se usaban algunos textos míos. El músico, aunque era un gran pianista,  se situaba en un rincón del escenario y hacía música aleatoria, por tanto siempre cambiaba. A mí me gustaba aquello y me le unía. De aquellos dúos salía algo que podía recordar a John Cage en sus momentos más alegres y menos silenciosos.
Lorna había sido esposa del comandante Manuel Piñeiro, Barbarroja, y, discretamente, tenía relaciones insospechadas. Eso le permitió darnos una sorpresa inolvidable. Ya habíamos entrado en la fase final de montaje. Habíamos desarrollado varios ensayos generales y salieron bien. 45 minutos sin interrupciones y bien fluido. Nos citó para otro ensayo general. Lo preparamos todo, pero Lorna no daba la orden de empezar.  Al fin a eso de las diez de la noche tocaron a la puerta. Y entró Antonio Gades. ¡¡¡Ufff!!! ¡¡¡Gades en persona!!! Sonriente. Con ese aplomo y soltura muy relajada que siempre desprenden los grandes bailarines hombres. Las mujeres bailarinas tienen un aura muy diferente. Nos saludó cortésmente y se sentó. Hicimos el ensayo para él. Primera vez que teníamos público. Fue un jugada genial de Lorna. Una prueba de fuego.
Terminamos y, como niños anhelantes, rodeamos a Gades. Su criterio era esencial. "Está muy bien. Muy interesante" Y agregó alguna otra cortesía de circunstancias que ahora no recuerdo. Claro. Han pasado 25 años y ahora comprendo que a él lo que más le interesaba y de lo que sabía era del flamenco. No la danza moderna. Lógico. Entonces nos relajamos. Lorna sacó botellas de whisky y platillos para picotear y nos pusimos a hablar hasta  las dos o las tres de la madrugada. Gades dijo algo que jamás he olvidado: "Cada cosa en su lugar. Yo aprendí a bailar con los gitanos. Sin proponerme nada y sin aspirar a nada. Para divertirme. Ahora voy a Nueva York, doy clases de flamenco y cuando terminamos los alumnos salen, van a una cafetería al frente del teatro a comer hamburguesas y Coca Cola. Así no. Así no funciona".
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Yo le había hecho una larga entrevista a Lorna, que se había publicado a fines de 1989 en la revista Bohemia. La visité muchas veces y fuimos preparando el reportaje lentamente. Sin prisas. Ella había nacido en  Estados Unidos en 1928. En aquel momento tenía 61 años  y se mantenía con un físico y unas condiciones estupendas. Fue, junto con Ramiro Guerra, una pionera de la danza moderna en Cuba. Había estudiado en NYC con los grandes: Martha Graham, José Limón, Anthony Tudor, etc. En La Habana fundó en 1959 el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba y en 1965 la Escuela Nacional de Danza. Lo cual fue esencial para abrir el panorama de la danza en Cuba, dominado totalmente hasta ese momento por el ballet clásico, es decir, el Ballet Nacional de Cuba, dirigido por Alicia Alonso.
Lorna fue la bailarina perfecta de danza moderna. Experimental, innovadora, sin miedo alguno a todo lo nuevo, con un espíritu joven hasta el último día de su vida. Hoy existen numerosos grupos de danza moderna situados en primera línea y muy reconocidos internacionalmente. Pero todo comenzó en aquellos años en que Lorna Burdsall y Ramiro Guerra eran jóvenes y se lanzaron adelante.