Desde niño escucho una frase típica sobre la lectura: "Leer te hace más culto". Nunca creí esa tontería. Yo leía simplemente porque me gustaba. Y me gusta. Y -sobre todo- porque adquirí el hábito de la lectura desde muy niño, con los comics, que leía por toneladas. Después adquirí otros hábitos y vicios: alcohol, tabaco, lujuria desenfrenada, sadismo, furia. Por ahora sigo cultivando el de la lectura intensa, que es un hábito aceptable y conveniente.
En los últimos años hemos temido que la lectura disminuya al mismo ritmo que han disminuido las ventas de libros. Me refiero a España y me refiero concretamente a la lectura de libros. Ya sabemos que las lecturas de textos cortos en internet va in crescendo, pero me refiero a la lectura en profundidad. En España han registrado desde 2007 una baja de las ventas en papel y un alza en venta de e-books. La consecuencia más evidente y nefasta es que hay una explosión de libros ligeros, para decirlo de algún modo. Libros de entretenimiento. Algunos tan tontos que de inmediato los convierten en telenovelas. Surgen decenas de escritores, más bien artesanos, cuyo único objetivo es vender millones y forrarse y a otra cosa mariposa. Algunos logran su objetivo. El espíritu de la época es el mercantilismo a ultranza.
Si nos ponemos pesimistas podríamos suponer que de seguir esa tendencia la literatura podría desaparecer. Porque aunque algunos escritores mantengan su capacidad de riesgo y su necesidad de escribir a fondo, los editores no quieren libros "incómodos". Muy pocas editoriales mantienen contra viento y marea su espíritu de aventura y riesgo. Publicando libros "conflictivos" nadie se hace millonario. Ni escritores ni editores. Así que es mejor ser light, descafeinado y cerveza sin alcohol.
En mi caso Jorge Herralde, el boss de Anagrama, me repite cada cierto tiempo: "Bukowski nunca fue un best seller. Tú tampoco. Ustedes son long-sellers, es decir que venden un poco cada mes y así se mantienen durante años". Con ese tipo de ventas un autor vive con holgura económica y ya. Hasta ahí. Para mí es perfecto porque sigo escribiendo lo que me da la gana y me mantengo alejado del bullicio mediático y el stress de los festivales y los aeropuertos y el corre corre de aquí pallá como un loquito postmoderno más.
Ahora he pasado unos días en México D.F. y he comprobado que el síndrome de la gripe española no ha llegado a América Latina. Creo que en nuestro continente muy pocos hablan de e-books. Todos siguen deseando leeer en papel y los libros de entretenimiento puro se mantienen en niveles aceptables y no se han disparado.
Supongo que esta situación se debe a que los latinoamericanos no atravesamos una crisis como la que afecta a España y a otros países europeos desde 2007. Nosotros estamos mucho mejor porque siempre hemos vivido en crisis. Genreación tras generación. Crisis y esperanza de mejorar. Crisis-esperanza- frustración. Y de nuevo: Crisis-esperanza- frustración. Así que ya es costumbre. Y ese es un buen caldo de cultivo para la literatura incómoda y el arte conflictivo. Porque para evitar el desespero y la esquizofrenia, escribimos y por lo menos cuando morimos dejamos atrás nuestra memoria en blanco y negro, que ya es algo. Una escritura nerviosa, una escritura alcóholica, una escritura aterrada, una escritura de crisis permanente. Una escritura llena de dudas y de preguntas sin respuesta. Una escritura nocturna producida por escritores aterrados que controlan su miedo como pueden y siguen escribiendo a pesar de todo.
Por eso en Europa con frecuencia se aterran en las editoriales con nuestros manuscritos y los devuelven, un poco asqueados de haber tocado semejante artefacto. También se asquean a veces con nuestras películas. Es que tienen una sensibilidad más limpia o más fina, o más burguesa, o no sé. No sé. No es que sean frívolos o snobs. Es que no entienden. No quieren entender lo que sucede más allá de la puertecita de sus jardines. Creo que están anestesiados. Y no lo saben. Lo peor es que no lo saben.