Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 27 de julio de 2015

EL REY DE LA HABANA

La novela EL  REY  DE  LA  HABANA  la escribí en 57 días, medio enloquecido, en el verano de 1998, en mi casa en Centro Habana. Yo había terminado Trilogía sucia de La Habana después de tres años de escritura, entre 1994 y 1997. Y se me quedaron dos personajes dando vueltas. Pero ya Trilogía  tenía 60 relatos, organizados, o desorganizados, dentro de tres libros así que no quería escribir ni una palabra más sobre el tema. Trilogía me había dejado demasiado extenuado. Interiormente quiero decir. Me sentía  agotado. No obstante Reinaldo y Magdalena seguían dando vueltas a mi alrededor. Eran dos personas de carne y hueso a las que veía casi a diario, con quienes hablaba y, además, yo tenía adentro toda la historia. De algún modo dentro de Reinaldo había muchos Reinalditos y dentro de Magdalena muchas Magdalenitas. Quiero decir, eran personajes-símbolo. Representaban o encarnaban a mucha gente parecidos a ellos. Con vidas trágicas, marcadas   por la miseria.
Una mañana, decidí empezar a escribir. Pensé que sería un cuento de 7 páginas. Casi todos mis cuentos  los escribo en 7 hojas de papel. No sé por qué. La mayoría llegan a 7 hojas. Que es mucho para un cuento. Cuando estoy más en forma los dejo en 4 ó 5 páginas y  quedan  mejor. Pero este relato empezó a extenderse. Fue en julio y agosto de 1998. Así que escribía tomando café, té y aspirinas y agua. El calor me resta fuerzas y me aplasta. Pero fui enloqueciendo. Dejé de bañarme, no me cambiaba de ropa, no comía. Sólo bebía ron y fumaba uno o dos tabacos por la tarde. Por la mañana me levantaba temprano, tomaba café solo y me sentaba a escribir a mano, después pasaba a máquina y sobre las dos de la tarde  cogía un tubo de pasta de dientes y me iba al mercado de Cuatro Caminos a sentarme por allí con los viejos vendedores, con las mujeres que venden jabitas de nylon, con las jovencitas putas recién llegadas de la zona oriental. Y allí, conversando con ellos y tratando de vender el tubo de pasta de dientes se me iba la tarde. Al final compraba una botella de ron, casi siempre había algún encuentro furtivo con alguna de aquellas muchachas y, ya medio en nota, regresaba a mi casa. La mujer que era mi pareja entonces no entendía qué me pasaba. Estuve semanas sucio, sin bañarme, casi sin comer, apestoso a rayo, bebiendo como un loco, arisco, no quería hablar con nadie. Me sentía furioso como un demonio y confundido, pero con una energía enorme. Seguía bebiendo hasta terminar la botella y me acostaba a dormir. A veces mi mujer lograba que comiera unos plátanos fritos o unas croquetas,  algo así, muy ligero. Me dormía a medianoche. Pesadillas toda la noche y al día siguiente, temprano tomaba café, revisaba lo que había escrito el día antes, y seguía escribiendo sin parar. 
Así día tras día. Ya les dije, en 57 días escribí la novela. Los últimos cuatro o cinco días estuve escribiendo y llorando porque quería cambiarlo todo. Pero no había remedio. No había forma de cambiar nada. Como en las tragedias griegas. El héroe tiene un destino y no hay modo humano de cambiar ese destino. Cuando puse el punto final hice una sola revisión de todo el material, pasé en limpio a máquina toda la novela y la di por terminada. En unos pocos días recuperé la cordura, me bañé, me puse ropa limpia, y mi cabeza cambió. Anagrama la publicó en octubre de 1999, un año después de haber publicado Trilogía sucia de La Habana, que ya tenía 11 ediciones y se estaba traduciendo en unos cuantos países. En fin. Las novelas siempre me ponen mal. Siempre. Me trastornan. Recuerdo muy bien cómo me sentía cuando escribía cada una de mis novelas. Eso no me sucede con los poemas y los cuentos. Sólo las novelas tienen ese poder destructivo. Pero  ninguna me ha trastornado tanto como El Rey de La Habana.
Ahora el director Agustí Villaronga está terminando una película basada en la novela. La estrenarán en cines de España el  viernes 25 de septiembre. En Cuba el instituto oficial de cine no le permitió rodar ni un plano, así que tuvieron que hacerla en República Dominicana. En Facebook pueden buscar detalles de  la producción y el rodaje:
https://www.facebook.com/elreydelahabana?fref=ts


viernes, 24 de julio de 2015

BOXEO

Yo era un niño de seis o siete años. Fueron los tiempos de más pobreza en mi familia. De 1955 a 1957 más o menos.Ya a fines de 1958 mi padre vendía más helados y la situación había mejorado un poco. Al menos pudimos dejar atrás una pequeña habitación en un solar situado en la calle Velarde, en uno de los peores barrios de Matanzas. Ahora vivíamos en un pequeño apartamento frente al mar. En un primer piso con un balcón desde donde veíamos toda la bahía de Matanzas.Fueron años felices para mi hermano y para mí. Teníamos muchos amigos de nuestra edad, podíamos pescar, volar cometas, jugar con los patines, cogíamos jaibas y se las vendíamos a una fonda china. Y mucho más. Estuvo bien. Creo que mis padres no eran  tan felices como nosotros.  Sobre todo en 1959 y 1960 cuando la revolución "nacionalizó" todos los negocios y en una sola noche nos quedamos en cero. Cero absoluto. Pero eso es otra historia. En los bajos de nuestro apartamento vivía Concha, una persona muy humana y excepcional. Tenía un amante, Pepe, que sólo la visitaba unas horas cada noche. Ya eran dos personas mayores, de unos 50 años más o menos.Yo bajaba cada noche, a eso de las 8, a ver el boxeo. Me encantaba. Cuba fue el primer país de América Latina con televisión. Desde 1950 o algo así -poco después que en USA-  y muy pocas personas tenían un aparato en casa. Concha tenía el único en todo el barrio.
A veces era el boxeo  nacional. Pero casi siempre era la transmisión desde el Madison Square Garden, de Nueva York. Un niño de seis o siete años se concentra mucho en su pequeño mundo. Yo no percibía que a Pepe le molestaba mi presencia. Lógico. Le restaba intimidad con su amante. Y allí estaba yo, inocente, entusiasmado con el box. Ignorante de las malas vibraciones a mi alrededor. Eran combates a 10 asaltos. Profesionales y sanguinarios. Había muchísimo dinero en juego y la mayoría de las peleas se convertían en una masacre. Yo, fascinado por aquella brutalidad primitiva, me concentraba totalmente hasta que a eso de las 10 Concha me echaba cariñosamente: "Bueno, Pedrito, ya son las diez vete a dormir que mañana tienes escuela".
Creo que aquello fue decisivo. A los 17 años practiqué boxeo un buen tiempo. Un año y pico. Era fuerte y pegaba bien pero muy malo en la técnica. Me dieron un guantazo en la oreja izquierda que me dejó sordo unos días y abandoné. Seguí con otros deportes menos dañinos.
Y me quedé siempre con esa idea de ir personalmente al Madison. Estar allí, sentarme,  quizás ver unas peleas. Cuando al fin llegué allí ya era tarde. El edificio que yo veía  en la TV lo derrumbaron en 1968 y construyeron este edificio moderno, que al parecer es el cuarto. Existió uno de 1879 a 1890. Otro de 1890 a 1925. El tercero -que yo veía en la TV- de 1925 a 1968. Y este de ahora desde 1968. En una ciudad tan dinámica como New York City es de esperar que sucedan estas cosas así que no pasa nada, a otra cosa mariposa.

martes, 21 de julio de 2015

OBJETOS DESAPARECIDOS

Decía Borges que ordenar bibliotecas es un ejercicio de escritura. Bueno, esa frase la utilizó muchas veces y siempre -borgianamente- le cambiaba el final. "Ordenar bibliotecas es un ejercicio de selección". Y otras más.  Me encanta cada cierto tiempo reorganizar mis bibliotecas. Tengo dos, una americana y otra europea. Pequeñitas, mínimas, precisas. Más que reorganizar reduzco y disminuyo a lo elemental. Alguna vez, en los años '90, llegué a tener unos 6 mil ejemplares. Y no tenía espacio.  No todos podemos dedicar una habitación grande sólo a biblioteca. Algunos apenas somos humildes siervos de la Literatura. Después de ese tope empecé a eliminar por áreas: Arquitectura, Filosofía, Historia del Arte, Teoría de la Literatura, Poesía, Narrativa de Europa del Este. Y así, gradualmente, en unos cuantos años me quedé con 2 mil en la americana y unos mil en la europea. Además de una pequeña colección de libros antiguos, con algunas joyas del siglo XVII. Y por ahí estoy. Pero no soy tan equilibrado. A veces encuentro en librerías de uso algún libro que una vez regalé y ahora de nuevo me atrae. Así recupero pequeñas obras que no me interesaban hace 20 años, pero ahora quiero releer. Con algunos libros tengo historias personales. Por ejemplo, en 1990 compré en Tijuana por unos centavos (o me robé, no recuerdo bien) Los hombres duros no bailan, de Norman Mailer (Planeta, 1984). Un libro no memorable en sí pero asociado a los meses totalmente locos y trepidantes que viví en Tijuana. Después de leerlo lo dejé por ahí tirado y ahora lo recuperé de nuevo. Quizás no puedo releerlo pero es un asunto sentimental.
Lo más emocionante es encontrar libros ya olvidados. Por ejemplo acabo de sacar de un rincón oscuro La Galaxia Gutenberg, de Marshall McLuhan, libro que estremeció al mundo académico en 1962. Tengo una hermosa edición en español (Galaxia Gutenberg, 1993) y estoy releyendo algunos fragmentos. Por ejemplo "La tipografía quebró las voces del silencio", lo leo despacio y comprendo que todo es una extensión de nuestro campo visual, una dinámica y continua  prolongación de las ideas. Y a pesar de las apariencias no hay retroceso a los tiempos en que sólo funcionamos con imágenes.
En fin. Estas ideas pueden ser un poco complicadas para un blog. También acabo de encontrar un libro delicioso que compré hace años en el Museo Magritte, de Bruselas: Le catalogue des Objets Disparus. Son imágenes tomadas de los primeros catálogos de venta por correo en los inicios del siglo XX.  Aquí les dejo algunas. Arriba hay una máquina de escribir y un señor estupendo. Y aquí, de  arriba a abajo: sillas de playa, una prensa manual de tiro y retiro, un carrito para vender leche en la calle, y un cañón para cazar patos.





sábado, 18 de julio de 2015

AMY WINEHOUSE

El documental AMY se acaba de estrenar en España el viernes 17 de julio. Lo vi en el primer pase. Es impresionante. Deja un sabor amargo  aunque Asif Kapadia, el director, intenta ser objetivo y elude la morbosidad y la crueldad. De todos modos, Amy Winehouse llevó una vida tan exageradamente desorbitada que  es imposible tomar distancia. La cantante de jazz falleció el 23 de julio de 2011, con 27 años. Apenas había producido dos CD: Frank  (2003) y Back to Black (2007). Póstumamente han salido otros dos. De golpe se convirtió en una celebridad. Ganó los premios más importantes. Se dice que cobraba un millón de libras por cada concierto. Y en los últimos cuatro años de su vida fue asediada incesantemente por los paparazi y la salvaje prensa sensacionalista londinense. Es decir, una jauría de lobos estaba al tanto cada minuto de todos sus movimientos.
Era una simple chica de barrio, pero con un talento y una sensibilidad superior. Sólo aspiraba a expresarse con honradez. Nació en un barrio humilde de Londres, en una familia pobre, su padre los abandonó cuando ella era una niña. Amy salió rebelde. No le interesaban los estudios y dejó la escuela. Tatuajes, piercings, tabaco, novios. Empezó a cantar en jam sessions de jazz en pequeños clubes. Componía canciones crudas, viscerales y muy duras. Y las interpretaba con una fuerza inusual. Apenas tenía 19 años cuando la contrata una gran productora musical y le pagan 250 mil libras. Sale corriendo y se compra un apartamento en Camden, un barrio de artistas, bullicioso y muy especial, al norte de Londres. Y allí tuvo unos cuantos años de felicidad: drogas de todo tipo, sexo, alcohol, novios y más sexo, amores, desengaños, locuras, furias, borracheras incesantes, y junto con todo eso -o gracias a todo eso- compone canciones, hace giras, gana más dinero y se hace famosa. Más aún: se convierte en una leyenda. Cada vez hay más presión sobre ella. Una cantante de jazz necesita intimidad. Un pequeño club con 40 personas entendidas y atentas y no un stadium con 100 mil personas delirando y aullando como lobos. Se sintió mal por toda aquella locura que la rebasaba. En el documental su padre y su esposo salen muy mal parados, pero por supuesto, hubo otros muchos aprovechados que también sacaban su porción. Siempre es así cuando hay un artista de talento excepcional. A su alrededor enseguida aparecen los satélites que sólo quieren sacar su tajada del pastel. 
Logró escapar unos meses a una isla en el Caribe. Intento rehabilitarse en un sanatorio. Pero pudo más su temperamento insaciable, emocional, inestable y vertiginoso. Era una artista de verdad. Sólo quería componer y cantar con todo su corazón. Sólo eso. Una noche bebió vodka sin parar y su guardaespaldas la encontró muerta. Nunca se sabrá si fue un suicidio o un descuido. Ya había cruzado la línea oscura. Esa frontera invisible que nunca debemos pisar porque al otro lado sólo hay un abismo infinito y eterno. Si perdemos el leve mecanismo de alerta, o se nos descompone, estamos perdidos. Amy ya estaba en esa posición de "Me da igual, no me importa nada, piérdanse. No quiero ver a nadie".  ¿Una pena su muerte? ¿Hay que lamentar que se fue demasiado joven? No. Creo que no hay que lamentar nada. Está bien así. Nos dejó un puñado de canciones estupendas. Sobre todo oigo con frecuencia el CD Back to Black. Es muy diferente a todo lo demás. En un mundo donde lo que prolifera es la frialdad tecnológica y el  valor del dinero, es importante que aparezca gente así de vez en cuando. Gente humana, que se entrega locamente, que vive al límite sin miedo. Y se van. Dicen adios cuando no lo esperamos y ya: "Me voy. No lloren. No se termina nada. Seguimos siempre porque no hay principio ni final". 

jueves, 9 de julio de 2015

SOBRE EL ASOMBRO Y LOS MANGOS

Esta foto la hice en una azotea de Centro Habana. Han querido denigrarla, pero no han podido. Es de hierro duro y mantiene su dignidad, enhiesta y altiva, como debe ser. Una silla asombrosa. Los escritores nada podemos hacer sin el asombro. Todos mis libros han nacido del asombro. Gente, lugares, situaciones, que me asombran y entonces se me meten dentro hasta que los saco en forma de relatos o poemas. Supongo que lo contrario del asombro es el aburrimiento. Acabo de leer una novela de James Salter (Todo lo que hay, Salamandra, 2014). La publicó en su país en 2013 y murió hace poco, con 90 años. Para algunos es un escritor extraordinario. Para mí es aburrido. Con oficio, es decir maneja la parte artesanal del asunto. Pero no tiene nada que decir. Y, como afirmaba mi admirado Truman Capote, de la artesanía al verdadero arte el trecho es muy largo y pocos lo pueden saltar. Capote añadía algo sobre cierto látigo que Dios te da para que te flageles. Volviendo a Salter: además, se le van cada párrafos rosados que parecen sacados de Corín Tellado o Sidney Sheldon. Es así. Hay gente que tienen vidas rutinarias, grises  aburridas y repetitivas. Y si encima escriben con miedo a ofender, a molestar y a ser incorrectos y quieren guardar siempre los buenos modales, pues no hay nada que hacer, mejor que se dediquen a otra cosa y no nos hagan perder el tiempo.
Siempre recuerdo la respuesta que Dulce María Loynaz (1902-1997) dio a una joven periodista de TV. La Loynaz iba a recibir el premio Cervantes en 1992, después de muchas décadas de olvido y censura, apartada en su arruinado caserón en el centro de El Vedado, en La Habana. Así que la entrevistan. Ella -con 90 años-  está ya muy viejita y desencantada. La joven le pregunta sonriente:
-¿Y qué escribe ahora?
La Loynaz, apesadumbrada,con voz muy  baja, mirando al suelo, le responde:
-Nada, hija, nada. Para escribir hay que estar entusiasmada con la vida. Asombrarse. Un mango maduro que se estremece con la brisa y cae al suelo entre la hojarasca del jardín. Y lo oigo caer. Y me asombro porque es todo un misterio. Ya no. Ya no oigo los mangos.
A mí el asombro todavía me estremece continuamente. Hay que seguir oyendo los mangos maduros cuando chocan en el suelo y revuelven la hojarasca. Ayer voy por la calle. Delante de mí, en una esquina hay una policía. Mujer. La miro con curiosidad malsana. Nunca me he acostado con una policía. Pero me gustaría. Sobre todo si es un poco andrógina. Sin maquillaje. Seducirla. Quitarle el cinturón con la pistola y ponerlo aparte. Y después seguir despacio hasta dejarla desnuda. Y seguir. Todo en mi mente. Un señor de 65 años puede ser más loco que un jovencito de 40. Después seguí caminando. Entré a una tienda a comprar unas sandalias para este verano tan brutal. No me servían. Llevo el 45. Quedaron en pedirlas y me aseguraron que en dos días las tendrían. Sigo caminando hacia el gimnasio. Voy entretenido. Pienso aún en la policía y en las sandalias. Doy un mal paso en el borde de la acera. Se me dobla el tobillo derecho y caigo al piso. Me golpeo además la rodilla izquierda. Y en medio de la confusión veo delante de mí, bien doblado en cuatro, un billete de 5 euros. Lo recojo y lo guardo en el bolsillo. Dos personas se han acercado para ayudarme. Me preguntan si me siento bien. Sí, estoy bien, les digo. Giro el tobillo en varias direcciones. Y sigo hacia el gimnasio. Así de golpe viene a mi mente el Swami Nirmalananda, indio, uno de mis guías espirituales. El otro es un negro africano yoruba, cimarrón del monte, un poco bruto y violento pero nos queremos muchísimo. Me cuesta tenerlo bajo control. Creo que el Swami, que es muy filosófico y sonriente, me ha querido dar una lección: Te das un golpe fuerte y encuentras dinero. Que no es nada material. Cinco euros no es dinero real es sólo un símbolo del dinero. Pero no entiendo la lección. En los próximos días el Swami intentará aclarar su mensaje. En los próximos días o en los próximos años, quién sabe. El Swami en vida fue siempre muy jocoso y la base de su filosofía era: Ríe. Sólo eso. Siempre sonríe.
En fin, por la tarde tengo el tobillo derecho hinchado y me duele la rodilla izquierda, sobre la que cayeron los 87 kilos de mi cuerpecito. Voy a un herbolario y compro un trozo de grasa de camello. Se calienta un poco y se aplica para desinflamar las articulaciones y los músculos. El pedazo de grasa costó 5 euros. Pagué con el mismo billete que me encontré en la calle. 
Empecé hablando sobre los escritores aburridos,  el asombro y los mangos. No sé si todo esto de la caída y el billete es asombroso. Al menos es cierto. Si finalmente llego a entender la lección del Swami volveré sobre el tema.

lunes, 6 de julio de 2015

LA BALADA DE LA CÁRCEL DE READING

                         












  Salimos de la estación de Paddington, en Londres. En 16 minutos llegamos a Slough. Bajamos para quedarnos un par de días en el cercano Windsor con unos parientes de mi mujer. Al día siguiente fuimos a Reading, a medio camino entre Windsor y Oxford. La famosa cárcel hoy está en ruinas. En la foto una esquina de uno de los patios abandonados. También hay un curioso monumento a Oscar Wilde, que estuvo allí, condenado a dos años de trabajos forzados. Wilde había nacido en Dublín en 1854. Se casó. Tuvo dos hijos. Escribió novelas, poemas, obras de teatro memorables. El retrato de Dorian Grey y La importancia de llamarse Ernesto son quizás las más conocidas. Dictó conferencias en las que exponía el concepto del arte por el arte, que fue la base del "dandismo". Cuando estaba en el pináculo de su carrera el marqués de Queenberry desató una furiosa arremetida contra él en diarios y revistas. Lo acusaba de homosexual. Wilde fue juzgado de acuerdo a la Criminal Amendement Act por graves actos de indecencia y condenado a dos años de trabajos forzados. Importantes círculos literarios europeos pidieron clemencia, pero no fueron escuchados. Cumplió en Reading. Su mujer, Constance, se asustó ante el escándalo, le dio la espalda y huyó a  Génova con sus dos hijos, que también lo rechazaron tajantemente. Al salir de la cárcel se fue a vivir a París y cambió de nombre. Ahora se llamaba Sebastian Melmoth. Duró poco. Mala salud, alcohol y la indigencia total. Murió en París en 1900, tres años después de salir de la cárcel. Tenía apenas 46 años. Su última obra es un poema largo y deprimente  titulado La balada de la cárcel de Reading. Sólo años después de su muerte volvieron a publicarse sus libros y con el paso de los años su obra se tradujo a numerosos idiomas. Una vida malograda sólo por sus inclinaciones sexuales.
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Traigo a Oscar Wilde a colación porque mi visita a Reading, hace unos días, coincidió con las celebraciones en muchas ciudades de los desfiles por el Día del Orgullo Gay. Ya hay más de  20 países donde es legal el matrimonio gay: Argentina-Bélgica-Brasil-Canadá-Dinamarca-Eslovenia-España-USA-Francia-Irlanda-Islandia-Luxemburgo-México-Noruega-Nueva Zelandia-Países Bajos-Portugal-Sudáfrica-Suecia-Uruguay y Reino Unido. Y poco a poco este derecho se extiende a otros países. Las noticias de otros lugares son decepcionantes. En estos días dieron tremendas palizas a gays que intentaron manifestarse en público en Marruecos y Turquía. En muchos países gente retrógrada y salvaje controla la situación. En algunos países da la casualidad que los más salvajes son los policías y los políticos que los mandan.
La historia de estos desfiles gay empezó el sábado 28 de junio de 1969 con los disturbios que duraron tres días a consecuencia de una brutal redada policial en el bar gay Stonewall Inn, en 43 Christopher St. en el Greenwich Village de NYC. Al año siguiente, el 28 de junio de 1970, se realizó el primer desfile para recordar aquel hecho histórico. Y todo evolucionó hasta el actual movimiento mundial LGBT por los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y trans. Todo cambia.En Cuba ya quedaron atrás los años '60 y '70 cuando encerraban a los homosexuales en las UMAP y los despojaban de sus derechos ciudadanos. Desde hace unos años Mariela Castro dirige con eficiencia el Centro Nacional de Salud Sexual, que da un apoyo efectivo, con un enfoque humanista, a los gays y lesbianas. Es importante la labor de Mariela y su equipo, que también difunde ideas renovadoras en un país tradicionalmente machista. Cada cierto tiempo se habla de una posible ley para legalizar el matrimonio gay. Ojalá. Hay que dar la bienvenida a todo lo que huela a libertad y a respeto a los derechos humanos.

jueves, 2 de julio de 2015

EL HOMBRE INVISIBLE

Aquí tenemos a mi querida Grace Paley (1922-2007), cuando era joven y bonita, con una expresión inteligente y sexy. No sé por qué los editores ahora siempre escogen fotos de ella ya viejita para poner en las solapas de sus libros. Alguna vez -hace ya muchos años- descubrí los cuentos de esta mujer. Conseguí su dirección, en NYC o en Vermont, no recuerdo, y le escribí 3 veces. Y 3 veces ella no me contestó. Yo no le pedía nada. Nunca fui pesado con eso de enviar mis poemas y cuentos a un escritor reconocido para que me diera su opinión. Eso es una pesadez que demuestra muy poco tacto para vivir. Y muy poca filosofía personal porque es como si le preguntaras a alguien: ¿Cree usted que debo creer en Buda o en Dios o en Mahoma o en ninguno? ¡Señor, por favor! Elabore usted su propia filosofía de vida. No se pide ayudas para esto, como no se pide ayudas para enamorar a una mujer. Pues escribí a Grace Paley porque, de lejos y actualizados, me recordaba a Chejov, a Guy de Maupassant y a Sherwood Anderson. Que ya es como para agradecer profundamente. 
Después Herralde, el boss de Anagrama, donde publicaba ella en español, y donde en 1998 empecé yo, me contó que visitó a Grace. Vivía en una pequeña granja en Vermont, era vegetariana, tenía un pequeño huerto y se mantenía apartada por completo del mundanal ruido. Entonces entendí su silencio. Después, de Farrar Strauss and Giroux me enviaron de regalo su Poesía Completa (en inglés, of course) y fui un hombre feliz. Grace Paley había decidido escribir poco y maravillosamente y después guardar silencio y alejarse. Ser una mujer invisible. También lo hicieron en su momento Salinger, Harper Lee y otros pocos. No muchos. La mayoría de los escritores que logran algún éxito se confunden y creen que son estrellas de rock. Son adictos al ruido, a producir ruido, quiero decir. Fama, aplausos, dinero, medallas, premios, viajes continuos, locura, salir todos los días en los periódicos y hasta salir en la portada del HOLA haciendo el ridículo lamentable  de viejo verde al lado de Isabel Preisler. Es que cuando el ego se dispara no recordamos donde está el freno y seguimos cada vez a mayor velocidad por ese camino disparatado. 
Todos los días recibo numerosas cartas de lectores de mis libros y de este blog. Las leo y agradezco mucho que se tomen el trabajo de escribirme y de  hacer comentarios tan estimulantes. Pero nunca contesto. Es que tengo que hacer un gran esfuerzo emocional cada vez que debo presentarme ante mis lectores. Ahora, a principios de septiembre, se presentará una nueva novela mía (Fabián y el caos) en Barcelona, Madrid y México DF. He intentado reducir al mínimo todo eso porque me quedo sin energía. Es extenuante escribir una novela (no me sucede con los cuentos y la poesía, sólo con las novelas que me desangran a lo largo de 2-3 años de escritura) y si encima hay que comentarla ya me desplomo.
Un escritor debe ser invisible. Vivir como un monje. Que nadie lo conozca. Ya lo decía el genial Cyrill Connolly en La tumba inquieta: "Incluso en las comunidades más socializadas, siempre ha de haber unos pocos que prestan su mejor servicio si permanecen aislados y solitarios. El artista, como el místico, el naturalista, el matemático o el líder, realiza su contribución a partir de su soledad... Un personaje público  nunca puede ser un artista, y ningún artista debería jamás convertirse en uno a menos que su obra ya esté realizada y opte por retirarse a la vida pública".
Lie Tse, un sabio del Tao que supuestamente vivió en el siglo IV antes de Cristo, va más allá: "A la mayoría de las personas les gusta ser elogiadas. Se sienten bien cuando sus logros son reconocidos. Sin embargo, pienso que nos sentiríamos mejor si estuviéramos vacíos de apegos y no aprisionados por el reconocimiento, la aprobación y la desaprobación. A largo plazo, tendríamos menos cosas de las que preocuparnos. Por este motivo es por lo que valoro el vacío".