Mi casa

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© Héctor Garrido

viernes, 24 de julio de 2015

BOXEO

Yo era un niño de seis o siete años. Fueron los tiempos de más pobreza en mi familia. De 1955 a 1957 más o menos.Ya a fines de 1958 mi padre vendía más helados y la situación había mejorado un poco. Al menos pudimos dejar atrás una pequeña habitación en un solar situado en la calle Velarde, en uno de los peores barrios de Matanzas. Ahora vivíamos en un pequeño apartamento frente al mar. En un primer piso con un balcón desde donde veíamos toda la bahía de Matanzas.Fueron años felices para mi hermano y para mí. Teníamos muchos amigos de nuestra edad, podíamos pescar, volar cometas, jugar con los patines, cogíamos jaibas y se las vendíamos a una fonda china. Y mucho más. Estuvo bien. Creo que mis padres no eran  tan felices como nosotros.  Sobre todo en 1959 y 1960 cuando la revolución "nacionalizó" todos los negocios y en una sola noche nos quedamos en cero. Cero absoluto. Pero eso es otra historia. En los bajos de nuestro apartamento vivía Concha, una persona muy humana y excepcional. Tenía un amante, Pepe, que sólo la visitaba unas horas cada noche. Ya eran dos personas mayores, de unos 50 años más o menos.Yo bajaba cada noche, a eso de las 8, a ver el boxeo. Me encantaba. Cuba fue el primer país de América Latina con televisión. Desde 1950 o algo así -poco después que en USA-  y muy pocas personas tenían un aparato en casa. Concha tenía el único en todo el barrio.
A veces era el boxeo  nacional. Pero casi siempre era la transmisión desde el Madison Square Garden, de Nueva York. Un niño de seis o siete años se concentra mucho en su pequeño mundo. Yo no percibía que a Pepe le molestaba mi presencia. Lógico. Le restaba intimidad con su amante. Y allí estaba yo, inocente, entusiasmado con el box. Ignorante de las malas vibraciones a mi alrededor. Eran combates a 10 asaltos. Profesionales y sanguinarios. Había muchísimo dinero en juego y la mayoría de las peleas se convertían en una masacre. Yo, fascinado por aquella brutalidad primitiva, me concentraba totalmente hasta que a eso de las 10 Concha me echaba cariñosamente: "Bueno, Pedrito, ya son las diez vete a dormir que mañana tienes escuela".
Creo que aquello fue decisivo. A los 17 años practiqué boxeo un buen tiempo. Un año y pico. Era fuerte y pegaba bien pero muy malo en la técnica. Me dieron un guantazo en la oreja izquierda que me dejó sordo unos días y abandoné. Seguí con otros deportes menos dañinos.
Y me quedé siempre con esa idea de ir personalmente al Madison. Estar allí, sentarme,  quizás ver unas peleas. Cuando al fin llegué allí ya era tarde. El edificio que yo veía  en la TV lo derrumbaron en 1968 y construyeron este edificio moderno, que al parecer es el cuarto. Existió uno de 1879 a 1890. Otro de 1890 a 1925. El tercero -que yo veía en la TV- de 1925 a 1968. Y este de ahora desde 1968. En una ciudad tan dinámica como New York City es de esperar que sucedan estas cosas así que no pasa nada, a otra cosa mariposa.

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