Mi casa

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© Héctor Garrido

jueves, 2 de julio de 2015

EL HOMBRE INVISIBLE

Aquí tenemos a mi querida Grace Paley (1922-2007), cuando era joven y bonita, con una expresión inteligente y sexy. No sé por qué los editores ahora siempre escogen fotos de ella ya viejita para poner en las solapas de sus libros. Alguna vez -hace ya muchos años- descubrí los cuentos de esta mujer. Conseguí su dirección, en NYC o en Vermont, no recuerdo, y le escribí 3 veces. Y 3 veces ella no me contestó. Yo no le pedía nada. Nunca fui pesado con eso de enviar mis poemas y cuentos a un escritor reconocido para que me diera su opinión. Eso es una pesadez que demuestra muy poco tacto para vivir. Y muy poca filosofía personal porque es como si le preguntaras a alguien: ¿Cree usted que debo creer en Buda o en Dios o en Mahoma o en ninguno? ¡Señor, por favor! Elabore usted su propia filosofía de vida. No se pide ayudas para esto, como no se pide ayudas para enamorar a una mujer. Pues escribí a Grace Paley porque, de lejos y actualizados, me recordaba a Chejov, a Guy de Maupassant y a Sherwood Anderson. Que ya es como para agradecer profundamente. 
Después Herralde, el boss de Anagrama, donde publicaba ella en español, y donde en 1998 empecé yo, me contó que visitó a Grace. Vivía en una pequeña granja en Vermont, era vegetariana, tenía un pequeño huerto y se mantenía apartada por completo del mundanal ruido. Entonces entendí su silencio. Después, de Farrar Strauss and Giroux me enviaron de regalo su Poesía Completa (en inglés, of course) y fui un hombre feliz. Grace Paley había decidido escribir poco y maravillosamente y después guardar silencio y alejarse. Ser una mujer invisible. También lo hicieron en su momento Salinger, Harper Lee y otros pocos. No muchos. La mayoría de los escritores que logran algún éxito se confunden y creen que son estrellas de rock. Son adictos al ruido, a producir ruido, quiero decir. Fama, aplausos, dinero, medallas, premios, viajes continuos, locura, salir todos los días en los periódicos y hasta salir en la portada del HOLA haciendo el ridículo lamentable  de viejo verde al lado de Isabel Preisler. Es que cuando el ego se dispara no recordamos donde está el freno y seguimos cada vez a mayor velocidad por ese camino disparatado. 
Todos los días recibo numerosas cartas de lectores de mis libros y de este blog. Las leo y agradezco mucho que se tomen el trabajo de escribirme y de  hacer comentarios tan estimulantes. Pero nunca contesto. Es que tengo que hacer un gran esfuerzo emocional cada vez que debo presentarme ante mis lectores. Ahora, a principios de septiembre, se presentará una nueva novela mía (Fabián y el caos) en Barcelona, Madrid y México DF. He intentado reducir al mínimo todo eso porque me quedo sin energía. Es extenuante escribir una novela (no me sucede con los cuentos y la poesía, sólo con las novelas que me desangran a lo largo de 2-3 años de escritura) y si encima hay que comentarla ya me desplomo.
Un escritor debe ser invisible. Vivir como un monje. Que nadie lo conozca. Ya lo decía el genial Cyrill Connolly en La tumba inquieta: "Incluso en las comunidades más socializadas, siempre ha de haber unos pocos que prestan su mejor servicio si permanecen aislados y solitarios. El artista, como el místico, el naturalista, el matemático o el líder, realiza su contribución a partir de su soledad... Un personaje público  nunca puede ser un artista, y ningún artista debería jamás convertirse en uno a menos que su obra ya esté realizada y opte por retirarse a la vida pública".
Lie Tse, un sabio del Tao que supuestamente vivió en el siglo IV antes de Cristo, va más allá: "A la mayoría de las personas les gusta ser elogiadas. Se sienten bien cuando sus logros son reconocidos. Sin embargo, pienso que nos sentiríamos mejor si estuviéramos vacíos de apegos y no aprisionados por el reconocimiento, la aprobación y la desaprobación. A largo plazo, tendríamos menos cosas de las que preocuparnos. Por este motivo es por lo que valoro el vacío".

1 comentario:

  1. Más que el hombre invisible, yo siempre he pensado que el escritor es un cazador
    de lo invisible.

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