Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

miércoles, 30 de septiembre de 2015

ARQUITECTURAS

Aquí estoy, sonriente, frente a la Casa Batlló, hace dos días, en Barcelona. Siempre que sale un nuevo libro mío en Anagrama, la editorial me invita a esa ciudad para una presentación ante la prensa. Ahora cumplí el rito promocional con Fabián y el caos. Y, como siempre, aprovecho los ratos libres para volver a visitar las casas que construyó Gaudí. La Matanzas de mi infancia era como una Barcelona en miniatura. Casas de piedra gris primorosamente labrada, casi siempre de dos o tres pisos, herrajes muy elaborados, mezclas de art noveau con neoclásico, carpintería tallada con exquisitez, zaguanes de entrada para carruajes y caballos, siempre grandes, fríos, oscuros y húmedos, patios interiores amplios y frescos, con vegetación verde, flores abundantes, pozos y fuentes donde se oye caer el agua.
Yo había vivido en otra ciudad, Pinar del Río. Y al llegar a Matanzas, con tres o cuatro años, me impresionó tanto que no olvido jamás aquel momento. Pinar del Río era una ciudad pequeña, pobre, aburrida. Matanzas era grande, tenía un puerto muy activo, tenía playas, teatro, museos, vida cultural, industrias, un barrio de putas grande, con bares y vida nocturna, y miles de emigrantes de todas partes del mundo. Era una ciudad dinámica, en pleno auge. Le llamaban La Atenas de Cuba, debido al intenso desarrollo cultural que registró desde el siglo XVIII.
En Matanzas se me curó el asma para siempre. Es la ciudad de mi infancia y juventud. Primero Matanzas, después La Habana. Cuando visité Barcelona por primera vez, en 1998, encontré -también en Madrid, por supuesto, que es la tercera ciudad de mi vida- las bases de la arquitectura matancera y habanera.  Entonces entendí un poco más.
Cuando aún vivía en Matanzas quería ser arquitecto. Y me dediqué a coleccionar y estudiar todo sobre la arquitectura moderna. Libros, fotos, folletos, todo. Le Corbusier, Gropius, Alvar Alto, Niemeyer, Frank Lloyd Wright, Gaudí. Todo lo guardaba y estudiaba. Vi  diez veces una película francesa sólo porque salía durante unos minutos la capilla de Ronchamp, de Le Corbusier. Pasiones adolescentes. Hasta que trabajé unos años en la construcción -entre los 21 y los 23 años- y comprendí que los arquitectos poco o nada pueden hacer si viven y trabajan en países pobres. Entonces desistí de la arquitectura. Quedó como un hobby, junto a la música, la filatelia, el cine, los kayaks y la natación.
Ahora me emociono con las obras de los grandes, como cualquier mortal. Me emocionan esos edificios tan diferentes. Pensados y construídos  con el objetivo esencial de marcar distancia. Edificios  siempre altivos y arrogantes. Lo cual está muy bien. Entra dentro de esa filosofía que tanto me gusta: Si puedo ser diferente y mejor, siempre seré diferente y mejor. Y no me canso de mirar en Londres, París, New York,en toda Europa, donde quiera que voy. Y también en La Habana, con esos cientos y cientos de edificios hermosos y viejos, todos diferentes. En fin, ese pequeño arquitecto sigue vivo dentro de mí y sigo disfrutando, aunque mi vida cogió otro rumbo cuando en 1972 entré en La Universidad de La Habana para hacer una Licenciatura en Periodismo. Y no me arrepiento. Creo que fue lo mejor que me pudo pasar. En definitiva el gato tiene cuatro patas y puede coger un solo camino.

4 comentarios:

  1. Pedrito! Si vuelves a Madrid avísame y nos tomamos unas cañas con pinchos de tortilla y jamón!
    De Madrid al cielo!

    dreamer_david@hotmail.com

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  2. Y ademas en la foto la cara te quedo en forma de las ventanas que estan detras, no?. Beso

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