Mi casa

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© Héctor Garrido

jueves, 4 de junio de 2015

50 AÑOS DE PARADISO

Es domingo por la tarde y todo tranquilo, como son siempre los domingos. Voy caminando por la calle Trocadero, en Centro Habana. Atrás dejé el Paseo del Prado y estoy frente al 162, es decir la casa-museo de José Lezama Lima (1910-1976). De pronto se forma un alboroto. Un tipo joven se manda a correr y me pasa por el lado como un cohete. Me quito del medio apenas a tiempo. Atrás de él, a escasos 20 metros, lo persigue otro tipo, bajito, menudo y con cara de presidario furioso y vengativo. Lleva en alto un matavacas grandísimo y bien afilado. Los dos corren como gacelas por el medio de la calle. El más joven enseguida saca ventaja, dobla una esquina, el otro le sigue, muy furioso. Todo el mundo se queda en suspenso. Dos mujeres salen gritando detrás de ellos: "¡No, Pepe, por Dios, déjalo, Pepe, que te vas a desgraciar!" "¡Déjalo que se vaya, Pepe!" Todos nos quedamos a la expectativa. Un par de minutos de espera. De pronto reaparecen por la esquina. Las dos mujeres abrazan fuerte al Pepe, que viene congestionado y con el cuchillo en la mano. Sin sangre. Parece que el jovencito logró escapar. El Pepe no perdonará nunca y grita: "Yo lo cojo. Dondequiera que se meta lo voy a tasajear, hijo puta, singao. Lo voy a picar en pedazos. Tú vas a ver. De mí no se burla nadie. ¡Nadie!". Y se meten en una casa frente a la casa-museo del escritor. Cierran la puerta. La gente se dispersa.
Este es el barrio de Colón. Lo que acabo de contar no es ficción. Es rigurosamente cierto y sucedió unas pocas semanas atrás. Aquí vivía Lezama. Murió hace casi 40 años. En sus tiempos era mucho peor. Yo vivo muy cerca, desde 1986, y entiendo el barrio, entiendo a su gente y después de 30 años aquí me siento centrohabanero total. Este era el barrio de las putas. Un rectángulo de bares, vallús, billares y solares, con pocas familias viviendo en casas independientes. Los límites eran las calles Galiano, Neptuno, Paseo del Prado y San Lázaro.
Pero a Lezama nunca le interesó esta realidad barriobajera tan grosera, violenta y vulgar. Nunca lo consideró material literario. Para él la literatura se nutría de otras fuentes y transitaba por otros caminos. Toda su poesía, sus ensayos y sus novelas Paradiso y Oppiano Licario (incompleta), se nutren de otras sustancias. Él desarrolló una alquimia especial. Se arriesgó. Convirtió su escritura en un experimento continuo al entrar en otras dimensiones del lenguaje y del pensamiento. Él mismo vivía en otra dimensión. Era el escritor total, el que diluye su vida personal en su obra y lo mezcla todo de un modo absoluto e inseparable. Muy pocos escritores ven así su escritura. Muy pocos necesitan  integrar de ese modo su vida y su obra. Sólo unos pocos elegidos. La  mayoría, todo hay que decirlo, sólo quieren robustecer su ego con fama, dinero, aplausos y premios. Y se regodean con esas satisfacciones. Lezama estaba construido con otra madera mucho más perdurable.
Ya había escrito y publicado mucha poesía y ensayos  y ya era una figura literaria importante cuando en 1966 apareció en La Habana la primera edición de Paradiso, por Ediciones Unión. Mal momento para exquisiteces. Eran los años de las UMAP, la represión contra homosexuales y religiosos, la presión sobre los intelectuales que culminó con el "caso Padilla" de 1968 a 1971, y en fin, la entrada, a partir de 1971 en el quinquenio gris o en la década negra. A mi juicio no ha sido quinquenio ni década, ha sido un larguísimo y duro viaje al fin de la noche. Lezama tuvo la suerte de que en medio de aquel caos destructivo Julio Cortázar, que era su amigo desde 1963, leyera su novela, quedara fascinado, y proclamara a los cuatro vientos que Lezama era un escritor excepcional, con una novela fuera de serie, y él mismo se ocupó de facilitar su publicación en muchos países. Así y todo lo mantuvieron lo más ninguneado posible y le negaron los permisos para numerosos viajes a otros países a pesar de que lo invitaban importantes universidades.
Su novela fue reeditada por Letras Cubanas sólo en 1991, con un prólogo notablemente aséptico y cuidadoso de Cintio Vitier. Lezama no se enteró. Había muerto en 1976 a causa de su obesidad, su asma, sus tabacos, su sedentarismo incurable.
Así que ya pronto Paradiso cumplirá 50 años, pero se mantiene lozana  y tan fresca como el primer día. Y estoy seguro que dentro de cien o doscientos años se podrá decir lo mismo. 
Me acabo de releer -lo adivinaron- el famoso capítulo 8. Que es una novelita pornográfica al duro, con un par de tipos de largas, poderosas e incansables vergas que lo mismo le dan por el culo a un mulato jovencito de lujuriosas y perfectas nalgas -que se llama Adolfito, para más morbo- que a todas las criadas, señoras y señores que hay en los alrededores. Me recuerda una novelita porno que leí cuando era adolescente -y con la que me pajeaba, claro- y que se titulaba Aquí todos hacen de todo. Sólo que Lezama usa un lenguaje elegante, cuidadosamente escogido para tomar distancia del vulgo, y absolutamente libresco. Nadie ha hablado así jamás. Pero él escribía así porque le daba la gana. El resto de la novela es la historia maciza y en profundidad de tres familias habaneras de clase media.
Fue una época tremenda en las letras cubanas. Coincidieron escritores de la talla de Alejo Carpentier, Lezama Lima, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Cintio Vitier, Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales, Fina García Marruz, Calvert Casey, Edmundo Desnoes, Roberto Fernández Retamar, Nicolás Guillén, Miguel Barnet, Gastón Baquero y unos cuantos más. Unos se fueron y escribieron en el exilio. Otros se quedaron e hicieron todo lo que pudieron para eludir las censuras y prohibiciones. Los que hoy estamos vivos y escribiendo, en Cuba o en el exterior, nos basamos en esa herencia. En ese vigoroso cuerpo literario que había nacido a fines del siglo XIX con José Jacinto Milanés,  Cirilo Villaverde, y otros más.
Cada vez que me preguntan dónde sitúo mi obra o si soy un outsider total dentro de la literatura cubana respondo que no. En absoluto. Mi obra se ubica con toda coherencia, se integra perfectamente, dentro de un cuerpo literario sólido, muy diverso, muy variado, que se llama literatura cubana. No soy un ave rara caída del cielo. Un país se convierte en una Nación en buena medida gracias a su memoria y a su lengua. No la memoria de guerras y testosterona, no la memoria falseada que aparece en los medios, sino la otra memoria, la silenciosa y humilde, de la gente sencilla y sus días rutinarios, la que está en cuentos y novelas, en obras de teatro y películas, en canciones y cuadros y esculturas. La memoria que, sin proponérselo, guardan los artistas día a día.

3 comentarios:

  1. Hermoso post.
    Qué opinás de Padura? Lo editaron allá? Saludos!

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  2. Hermoso post.
    Qué opinás de Padura? Lo editaron allá? Saludos!

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  3. Wow! Este post ha sido increible. Lo has dicho todo. Lezama, cuba, los escritores, la memoria, la vida. Este post, como uno de tus mejores cuentos. Saludos.

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