Así, a pleno sol, a las tres de la tarde. El Malecón de La Habana no se ve, pero está ahí abajo. No hay nadie a esta hora. Sólo algún turista que no sabe, que no se imagina, se atreve a caminar bajo la bola de fuego. Ahí dejo las sillas. Luego, al anochecer, cuando refresque, ya me sentaré a mirar el infinito, a beber, a fumar, podré leer un poco antes de que se haga de noche totalmente. Estoy releyendo On the road. Muchos años después, y descubro que hay unos pocos libros que ahora -revisitados- tienen otro sabor. No es igual leer este relato a los 20 años que cuatro décadas después. Ahora lo entiendo todo. Es uno de esos libros raros que sólo uno medio loco se atreve a escribir. En algún momento Sal Paradise da la clave: "Lucille nunca me comprendería porque me gustan demasiadas cosas y me confundo y desconcierto corriendo detrás de una estrella fugaz tras otra hasta que me hundo. Así es la noche, y eso produce. No puedo ofrecer más que mi propia confusión".
Qué preciso. Lo único que se puede ofrecer.
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