La expresión "A bailar y a gozar con la Sinfónica Nacional" es un chiste cubano que se origina en un hecho real. En los primeros años de la revolución, en la década de los '60, se hizo un esfuerzo largo y sostenido para "llevar el arte a las masas". Así que el gobierno dispuso de un presupuesto anual para que los campesinos que vivían en zonas alejadas de las ciudades tuvieran acceso a funciones de cine, de teatro, de música, bibliotecas, orquestas, ballet clásico, y hasta se organizaba una gira nacional cada año de la Orquesta Sinfónica Nacional. Unos días antes de que la orquesta llegara a un pequeño caserío en la Sierra Maestra, al oriente del país, algún dirigente local, con la mejor intención del mundo pero sin tener la más mínima idea del repertorio de la orquesta que les visitaría, mandó a poner pequeños carteles de promoción: "El día tal, a tal hora, en el círculo social, ¡A bailar y a gozar con la Sinfónica Nacional!".
Algunos músicos jodedores de la propia orquesta cuando vieron los cartelitos se ocuparon de divulgar la historia por todo el país. Es una costumbre cubana muy sana. Convertir en chiste todo lo que se deje convertir en chiste. Por eso Cuba es el único país del mundo donde no han desembarcado los sicoterapeutas argentinos.
Hay muchas frases así en al argot cubano. Como la que pronunció aquel superfamoso boxeador, pero que, obvio, tenía dificultades para coordinar sus expresiones. Un periodista le pregunta por su técnica y el boxeador intenta decir algo inteligente y trascendente: "La técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica".
Otra frase que ha pasado a la historia de la filosofía cubana barriobajera es "¡De pinga, queridos amiguitos!". Que se suaviza diciendo sólo: "Aquello fue de queridos amiguitos". Para indicar cuando alguna situación se desbordó, rebasó sus límites, o se convirtió en un caos. Y se originó en el programa La comedia silente, que pasaba la televisión cada domingo a media mañana. Tenía una audiencia infantil gigantesca. Y duró muchísimos años. Consistía en películas silentes en blanco y negro. Aquellas películas cortas, casi todas de 10 minutos. A veces con Charles Chaplin, o Buster Keaton, o El Gordo y el Flaco, etc. Las amenizaba Armando Calderón, un señor que imitaba voces y explicaba con gracia y picardía lo que estaba sucediendo en la pantalla. Hablo de los años '60 y quizás de los '70. Así que el programa no se grababa. Calderón improvisaba en directo, sin guión. Se inspiraba en lo que veía, y a veces se entusiasmaba demasiado en medio de aquellos gags clásicos: peleas con pasteles de merengue o en persecuciones. Un día, se entusiasmó en medio de una de aquellas peleas con mucha gente atizándose golpes y pescozones y se le fue la frase fatídica: "¡Esto es de pinga, queridos amiguitos!". Hasta ahí llegó Calderón. Creo que el programa siguió -no recuerdo bien- pero ya sin aquel animador tan entusiasta.
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