Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

viernes, 6 de junio de 2014

LA FRONTERA CALIENTE

Al amanecer del 6 de junio de 1944 -hace 70 años- se produjo el desembarco de Normandía. Operación Overlord. Guardo en mi corazón un profundo respeto y admiración por aquellos soldados que iniciaron así la ofensiva final para derrotar a la Alemania nazi, en combinación con el Ejército Rojo, que atacaba desde el este. Este texto es mi humilde homenaje personal a las víctimas de aquella guerra, que originó entre 50 y 60 millones de muertos, decenas de ciudades arrasadas, y mucho más. Sin embargo, en cuanto Hitler fue aniquilado comenzó otra modalidad de guerra: la llamada Guerra Fría.
Unos 37 años después de Normandía, en el verano de 1982, visité la RDA (República Democrática Alemana), que de democrática sólo tenía el nombre. Éramos un pequeño grupo de turistas cubanos. Yo era "Trabajador Vanguardia Nacional", durante cinco años consecutivos. Aquel viaje era el premio. Hicimos un largo recorrido durante unos 20 días: Berlín-Leipzig-Dresde-Erfurt-Weimar-Postdam-Berlín. En la foto estoy -con un gran bigote, típico de los latinoamericanos en aquellos años-  con un gran amigo alemán y su hija, a los que visité durante tres días en Chemnitz. Yo salía por primera vez de Cuba y viví aquellos días deslumbrado. Castillos, museos, galerías, restaurantes lujosos, hoteles de primera. Por supuesto, nos enseñaban lo mejor. Lo feo y lo sucio siempre se esconde.
Como todos sabemos, Alemania había quedado dividida después de la guerra. Al este la RDA y al oeste la RFA. Un domingo por la tarde, en Erfurt. No teníamos nada que hacer. Tarde libre. Salí a pasear sin rumbo por el centro histórico, que data de la Edad Media.  Entré en la hermosa estación de trenes de la ciudad. Una estación antigua, hermosa, muy cuidada. Sólo las había visto en películas. Y yo fascinado. De golpe: allá abajo, en el patio, dos enormes convoyes con unos 60 vagones-plataforma cada uno, o más. Y encima de cada vagón un tanque ruso, con su dotación de soldados rusos.  En total eran de 120 a 140 tanques. Allí, a la vista, sin precauciones ni discreción. Aquello me tomó de sorpresa y fue  chocante. 
Al día siguiente seguimos nuestra gira. Tocaba Weimar.  Goethe, Schiller, la Bauhaus.  Todo cuidado con mimo. Más. Con exquisitez. Y de allí, a unos pocos kilómetros, tras una colina: la barbarie. El campo de concentración de Buchenwald. Sin comentarios.  Sólo diré que a mitad del recorrido la guía -una chilena- tuvo un desmayo y casi todos se retiraron. Sólo dos o tres seguimos hasta el final.  Hicimos noche en Weimar y al otro día continuamos por la autopista en nuestra ruta de regreso a Berlín.  La carretera se acercaba bastante a la frontera con la RFA. El  espectáculo, brutal, lo vimos a través de las ventanillas del autobús: miles y miles de helicópteros de asalto situados en perfecto orden a lo largo de  varios kilómetros, junto a la autopista. Supongo que las tropas estarían listas por allí cerca, detrás de unos hermosos bosques que se veían a la distancia. Cuando se acabó al fin la visión de los helicópteros empezó un extenso campo erizado de silos subterráneos, con misiles.  Las tapas de protección de cada silo apenas camufladas con un poco de hierba. Es de suponer que al otro lado, en la RFA,  tendrían desplegada una fuerza similar o mayor y dispuesta a abrir fuego en cualquier momento. Y comenzar otra nueva guerra. Ahora con  medios destructivos mucho más colosales,  efectivos  y fulminantes que cuarenta años atrás.
Algún conocedor que iba en nuestro grupo nos dijo: "Eso se muestra para que funcione como disuasión sobre el enemigo. El resto, mucho más, lo tienen bien escondido en lugares secretos".
No he olvidado jamás aquel espectáculo inesperado. En medio de Europa. Menos mal que unos años después, en noviembre de 1989, el comunismo se desmoronó porque tenía los pies de barro. Y en 1993 surgió la Unión Europea. Y los ánimos se calmaron. Así que los problemas de ahora -disculpen- los veo como un mal   menor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario