Me descuidé. Tengo que reconocerlo. Un descuido delicioso. Yo era un
escritor caribeño en un festival de literatura en Vincennes, al sureste
de París. En 2005 más o menos. Yo tenía 54 ó 55 años. Era un jovencito
impetuoso y me lanzaba sin pensar. Una muchacha de Belleville me
secuestró. Me asedió en cada conferencia, en cada firma de libros, en
cada ronda de copas, en cada sesión de prensa. Un asedio a full. Primero
empezamos en mi hotel. Después nos fuimos a su barrio. Estuvimos tres
días en su apartamento. Ella de pronto había decidido que era hora de
tener un hijo porque ya se acercaba a esa edad tope que tienen las
mujeres para parir. Era hermosa, simpática, alegre. Y no le costó mucho
convencerme. Quería un hijo mestizo. Ella es árabe-francesa y yo
cubano. Así que saldría un mulatico o mulatica muy interesante. Estuve
de acuerdo. Yo rebosaba de testosteronas y de energía, por tanto era un
placer poder ser útil y generoso en algo tan loable. En los ratos de
ocio que nos dejaba nuestro quehacer principal bajábamos a pasear un
poco por Belleville. Es horrible ese barrio. Son unos edificios
enormes, oscuros, gigantescos, feos, abandonados, habitados por
emigrantes. A veces me asomaba por las ventanas del apartamento y el
paisaje era aún más deprimente.Menos mal que finalmente aquella hermosa
mujer no salió preñada. Porque el niño presiento que habría salido
infeliz, triste y desangelado , con oscuras tendencias.
He
recordado aquellos días en Belleville porque acabo de leer algo del
famoso arquitecto americano Luis H. Sullivan, quien proyectó y levantó
grandes edificios en Chicago: "Sus edificios son como ustedes. Y ustedes
son como sus edificios. Ustedes y su arquitectura son la misma cosa. Lo
uno es el retrato fiel de lo otro".
Al parecer todos los
arquitectos lo saben bien. En marzo pasado, en el programa Hurón Azul,
de la TV Cubana, los arquitectos Mario Coyula y Patricia Guerrero
comentaron sobre la deplorable situación arquitectónica de La Habana.
Con tino y educación se refirieron a todo lo que se ha restaurado y a
todo lo que falta por hacer. Los dos insistieron en que vivimos inmersos
en el entorno arquitectónico y en que la calidad y estética de ese
entorno influye en nuestra psiquis y en nuestro ánimo. Si a nuestro
alrededor sólo vemos edificios maltrechos y con amenazas de derrumbe,
nos pondremos agresivos, violentos, irascibles, desencantados. El tema
da para unos cuantos estudios antropológicos en profundidad pero lo
dejamos aquí por ahora.
Hace unos meses me sucedió algo brutal.
Voy caminando por Escobar hacia Malecón. Llegando a San Lázaro cayó de
repente una de las gárgolas que hay debajo de los balcones. Son unos
masacotes decorativos, de cemento. Aquello se desprendió
sorpresivamente y cayó un metro delante de una señora que caminaba dos
metros delante de mí. Le dio un ataque de histeria y se echó a llorar.
Yo -que estuve un poco más lejos del punto cero- muy positivo: "Señora,
no llore que usted ha nacido hoy. Tranquilícese. Tiene que dar
gracias". La pobre mujer no me escuchaba. No es para menos. La vida es
muy peligrosa. Y a veces sabe a estricnina. Así que Belleville y Centro
Habana. Alamar lo dejo pa otro día porque no quiero ponerme pesa o.
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