Mi casa

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© Héctor Garrido
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martes, 11 de agosto de 2015

HEMINGWAY

Hace casi 55 años que Ernest Hemingway murió, el domingo 2 de julio 1961, y todavía su obra y personalidad sigue emocionando a millones de lectores. Con criterios muy dispares y contrapuestos, claro, como debe ser. El año pasado pregunté a unos cuantos profesores de literatura e investigadores de varias universidades norteamericanas qué les parecía la obra de Hemingway vista ahora a buena distancia. Ninguno me contestó de modo tajante. Todos respondieron con evasivas. No fue una gran encuesta. Sólo pregunté a unas 8 o 9 personas, casi todos amigos  o conocidos. Fue más bien un sondeo, como dicen los periodistas.
Cuando yo tenía 19 años quería ser más o menos como Hemingway. Macho, aventurero, viajador, mujeriego, divertido, testosterona pura. Y escribir como Truman Capote.  Yo había pasado  cuatro años y medio en el ejército y sabía que no era un tipo cruel ni sanguinario. No me interesaba matar nada. Ni leones ni ratones, ni ir a guerras ni a ver matar toros en España. No me gustaban ni las peleas de gallos aunque iba los fines de semana a la valla de gallos de Matanzas, sólo a vender helados. Me parecía  un abuso de gente estúpida contra  esas aves.Tampoco quería ser famoso a toda costa, ni millonario, ni vivir siempre rodeado de gente bebiendo y comiendo a mi cuenta. No quería esclavizarme a las posesiones ni al derroche. Todo lo contrario. Quería ser libre, sin propiedades, sin amarres sociales ni políticos ni emocionales. En esa época, alrededor de 1970, iba mucho a San Francisco de Paula -un pueblecito en las afueras de La Habana- porque durante algunos años tuve allí un romance con una hermosa muchacha  que vivía en ese pueblo. Algo de eso cuento al final de  El nido de la serpiente. Ella se llamaba Mignón y yo a veces a media mañana iba caminando hasta la finca La Vigía, donde había vivido Hemingway durante muchos años.  Funcionaba como casa-museo. Pero siempre estaba desierta. A nadie le interesaba. De vez en cuando iba una "delegación soviética". Parece que en la URSS tenía muchos admiradores, y editaban sus libros en tiradas gigantescas aunque nunca le pagaron ni un kopek. Habitualmente había sólo unos pocos  empleados que limpiaban y mantenían presentables los jardines. Hay unas escenas muy buenas de esa casa en la película Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea. Había un investigador que no investigaba nada porque era Licenciado en Lengua y Literatura Francesa y no sabía inglés ni le interesaba la literatura norteamericana, pero le dieron aquel empleo y allí andaba, aburrido como una ostra.
Sobre una butaca y un sofá descansaban infinidad de rollos de periódicos con algunos cientos de crónicas que Hemingway publicó sobre todo como corresponsal de guerra. Años después Norberto Fuentes sí se dedicó con seriedad a investigar y publicó un libro muy interesante: Hemingway en Cuba. Y después organizó traducciones de algunas de aquellas crónicas y las reunió -en español- en Un corresponsal llamado Hemingway. Ambos libros fueron publicados en los '80 por la editorial Letras Cubanas y jamás reimpresos. Después el señor Fuentes se fue de Cuba y no ha pasado nada más en ese campo de investigación.
Hemingway tuvo relaciones sentimentales especiales con Cuba, España y Africa. Aunque a mí me parece que en Cuba y España fue más curiosidad folklórica que otra cosa. Y en Africa lo que quería era cazar y matar todo lo que le pasara por delante, desde elefantes hasta pajaritos. Edmundo Desnoes, en un lúcido ensayo que publicó en Cuba en los años '60 (en un librito de la colección Cocuyo cuyo título no recuerdo) destruye el mito del amor de Hemingway por Cuba y  escribe tranquilamente (cito de memoria): "Vivía en Cuba porque era barato y estaba a dos pasos de su país, además disfrutaba de un buen clima y tenía el Caribe con buena pesca al alcance de la mano. Pero no sentía nada por los cubanos ni por su cultura, ni intentó jamás conocer algo, ni siquiera la música". Ese ensayo cayó muy mal porque en esa época en Cuba muchos reverenciaban a Míster Hemingway. Su viuda, en una última visita a la isla, pidió permiso al gobierno cubano para llevarse unos cuantos cuadros, los más valiosos -Picasso, Juan Gris, etc-. Se lo dieron y donó la casa con todas las pertenencias adentro. Hasta las fotos, toda la ropa y la biblioteca. Siempre me ha impresionado el tamaño de sus mocasines. Calzaba por lo menos el 50, quizás el 52. Nunca he visto zapatos tan grandes. Estoy de acuerdo con Desnoes y al mismo tiempo reconozco el derecho de cada quien a vivir donde le plazca y donde le convenga por razones económicas o lo que sea. En Cuba escribió El Viejo y el mar, sobre un pescador de Cojímar que le contó la historia y después él la noveló. Para mi gusto (sólo para mi gusto personal) creo que esa novela y sus cuentos es lo mejor que escribió. Sus cuentos son absolutamente magistrales y hay que leerlos  de nuevo cada cierto tiempo. En sus novelas, para mi gusto, hay demasiada palabrería inútil y recovecos desatinados sobre los seres humanos y sus motivos para vivir. Y el valor. Estuvo siempre traumatizado con el tema de la valentía y la cobardía. El fue ante todo un periodista. Un periodista que escribía libros de ficción. Y su escritura tuvo siempre la dinámica del periodista así que no le convenía ponerse a filosofar. Le salía mal.
Supongo que escribió esos novelones gruesos por lo mismo que lo hacen muchos escritores. Los editores les dicen: "Escribe novelas. No quiero libros de cuentos porque no se venden. Y  la poesía ya ni te cuento. ¡Novelones de 500 páginas es lo que quiero! y además, trata de ampliar tu diapasón porque los lectores se aburren si sigues con tus mismos temas siempre". Y allá va el disciplinado y obediente escritor, necesitado de dinero además, a escribir los novelones. Hemingway dijo a varios periodistas: "Tengo una finca, un yate, una esposa, familia, vacas. perros, animales, posesiones de todo tipo, y encima los impuestos que son abusivos,  y eso me está arruinando".
Otro de sus libros que releo siempre con gusto es París era una fiesta. Es un librito delicioso donde habla con sarcasmo y un poco de cinismo de sus amigos. Pero eso es inevitable cuando escribes memorias.  Creo que respeta todo lo que hay que respetar. Está muy bien ese libro. Muy bien escrito. Me encanta.
Hace muchos años que no voy a San Francisco de Paula y a la finca "La Vigía". Guardo el hermoso recuerdo de aquellos años, 1970 y alrededores, cuando en invierno paseaba por allí con Mignón, felices y contentos, yo rebosante de  testosterona y con una chaqueta de cuero -que todavía uso- y que tiene grabado en la espalda: Born to be free.

lunes, 7 de julio de 2014

SIN PRETENSIONES

Esto es el teatro Sauto, de Matanzas. Un grabado del siglo XIX, pero hoy se mantiene igual.  Es una joya. Yo viví toda mi infancia y juventud a una cuadra, por atrás de ese edificio. Un lugar privilegiado ahora que lo pienso porque a dos pasos está la bahía y las desembocaduras de los ríos Yumurí y San Juan. También a dos pasos La Marina, que era el barrio de las putas. En aquella época, después prohibieron las putas y cerraron los bares.Un barrio muy especial. Emigrantes, pequeños negocios, ruido, dinero, putas, marineros, uff, había de todo. Cuento algo en El nido de la serpiente y en algún otro libro.
Detrás de ese edificio existía un pequeño museo sin pretensiones. El museo de Matanzas. Lo más llamativo que tenía era unas pulgas vestidas por indios guatemaltecos. Yo entraba casi todas las tardes, cuando regresaba del colegio, a mirar las pulgas a través de una lupa. Las vi detenidamente cientos de veces. Para mí era un misterio, y lo sigue siendo, adivinar cómo habían vestido a esos animalitos asquerosos.  Una era un hombrecito con sombrero y guayabera y creo recordar que hasta un tabaco en la boca. Y la otra una mujer con un vestido de satén y de algún color brillante. Además, había unos mantones de manila, unas peinetas y algunas otras  cosas sencillas e intrascendentes. Las vedettes eran las pulgas. Así que el museo no tenía importancia ni aspiraciones.
Pero la vida está hecha de imprevistos, situaciones inesperadas, sorpresas, como dice la canción: "Sorpresas te da la vida, sorpresas...". Y así fue. Hacia 1963 más o menos se preparó un gran dragado que harían en la bahía. Esas limpiezas del  fondo hay que hacerlas cada una cantidad de años en los puertos comerciales, para mantener el calado  necesario para los buques. 
Entonces algunos señores del Banco Nacional se acordaron de algo fabuloso que había sucedido  en aquella bahía: el 10 de junio de 1628 el holandés Piet Hein (corsario según los españoles, Almirante y héroe para los holandeses) atacó y capturó la llamada Flota de las Indias. También conocida por Flota de Plata. Dieciseis barcos cargados de oro, plata, esmeraldas y otras piedras preciosas, además de cochinilla, especias y otros productos  muy valiosos.  Salían de Cartagena de Indias y de Veracruz ya cargados con los tesoros. Se reunían en el puerto de La Habana donde cargaban agua, carnes saladas y provisiones y partían fuertemente custodiadas a cruzar el Atlántico hasta llegar a La Torre del Oro, a orillas del Guadalquivir, en Sevilla.
Piet Hein los asedió y capturó la Flota a la entrada de la bahía de Matanzas. Se sabe que hundió algunos barcos y que saqueó otros. Así que era lógico suponer que cuando empezara a fluir un enorme chorro de lodo del fondo de la bahía y a depositarse en la orilla, en una zona cercana al puerto, sólo habría que cernir el fango y buscar un poco. Los lingotes de oro y plata aparecerían ahí para engrosar  las empobrecidas arcas del Tesoro Nacional. Recordemos que los cubanos pasamos una época apretada en esa década del '60. Lo cual se ha olvidado. Ahora se recuerda la más reciente crisis de los '90, pero en los '60 también hubo un hambre de cuatro pares. No se me olvida. He sido testigo in situ de una y otra. Y he  logrado reponerme de la anemia en ambas ocasiones.
Empezó el dragado y recuerdo que el Banco Nacional tenía allí una mesita con unos funcionarios listos para recoger los lingotes en cuanto brillaran maravillosamente entre el lodo. Había una gran cantidad de gente avispada, yo entre ellos, que ya tenía 13 años y había que buscarse la vida, revolviendo el fango. No apareció ni un lingote. En cambio comenzaron a aparecer otras cosas imprevistas: cucharas, tenedores, medallas militares, botones metálicos de uniformes, trozos de vajillas, pipas holandesas de cerámica, monedas, hebillas de cinturones,  etc.  El humilde museo matancero reaccionó con una dinámica digna de elogio. Pusieron  otra mesita con unas cajas de cartón vacías para recoger todo aquello.  Pagaban unos pesitos por cada pieza. Muy poco, pero como el oro no aparecía...Y el dragado duró meses y meses. Así que por esas fechas el museo tuvo que  ampliarse. Se mudó a un local mucho más amplio donde podían colocar aquellas piezas además de una sala dedicada a la batalla de Playa Girón, de abril 1961. Y así, sin pretensiones, aprovechando las sorpresas que da la vida, se convirtió en un gran museo.