Mi casa

Mi casa
© Héctor Garrido

viernes, 14 de abril de 2017

PEQUEÑOS MOMENTOS


Hace ya 30 años que vivo en Centro Habana, en la foto una vista sobre la calle San Lázaro. Es mucho tiempo para un barrio tan dinámico. A lo largo de estos años he ido guardando en mi memoria a muchos vecinos que con el tiempo han muerto o se han ido a otro país o a otro barrio. Hace muchos años había una viejita que vivía en la planta baja, al lado del edificio donde vivo. Yo siempre andaba apresurado. No sé por qué. Caminaba muy rápido. Creo que le pasa a todos los jóvenes. Pero aquella viejita siempre me llamaba. Miraba la calle detrás de una ventana enrejada. Y me preguntaba algo. Casi siempre por la salud de alguna vecina. Vivía encerrada en su casita, acompañada por una nieta. Su objetivo era buscar algún pretexto para conversar un par de minutos con alguien. Muchas veces en algún momento suspiraba y me decía, sonriendo: "Ah, hijo, ya yo quiero morirme". Y yo: "Ah, no digas eso, ¡solavaya!". Ella sonreía plácidamente y agregaba: "Cada noche, ahí en la cama le pido a Dios que ya me lleve, que ya está bueno. Al otro día me despierto y sigo aquí...no sé...no me escucha". 
Yo en mi ingenuidad innata no entendía aquello. No pensaba que alguien podía estar ya cansado de vivir, aburrido de vivir. Ella era una mujer decente y educada pero  muy pobre y llevaba una vida con muy pocos alicientes. La pobreza y la miseria desalientan. Así estuvo meses, quizás varios años, no recuerdo bien. Al fin una noche inventó alguna enfermedad. Hizo que su nieta la llevara al hospital Calixto García -al lado de la Universidad-. Cuando llegaron dijo que se sentía mejor y no era necesario que la viera el médico. Quería regresar a la casa  en un bici-taxi La nieta alquiló uno. Entonces ella pidió que se fueran por La Rampa bajando hacia el Malecón. Quería ver los escenarios de su juventud. Su nieta me contó después que iba fascinada mirando y le pedía al ciclista que fuera despacio para ella poder ver mejor. Le dijo a la nieta: "Ay, qué bonito, hacía tantos años que no veía todo ésto". Dos o tres días después murió plácidamente, durmiendo. El mejor modo de morir. Le llaman "La muerte de los justos".
Cuento esta historia absolutamente real aunque sé que es tan ideal que no convence. Parece una invención de escritor imaginativo. Pues no. Es totalmente cierta. 
He recordado ésto porque acabo de leer una nota en El País Semanal, firmada por Emma Rodríguez, en la que se refiere a una organización solidaria holandesa denominada Stichting Ambulance Wens (Fundación Ambulancia del Deseo) que desde su creación en 2006 se ha dedicado a cumplir los últimos anhelos de enfermos terminales. Tienen una web donde publican algunas historias. Ya han cumplido más de 7 mil deseos. Disponen de cientos de voluntarios, 6 ambulancias y otros recursos gracias a donaciones pues es una organización sin ánimo de lucro. Y todo eso es posible porque la mayoría de las personas piden simplemente ver el mar por última vez, una visita a la playa, o una comida especial o asistir a un espectáculo de rock. Sólo eso. Al final de su vida nadie quiere complicadas aventuras ni viajes alrededor del mundo. Todo lo contrario. Quieren algo sencillo. Tan sencillo como ese breve paseo en triciclo por La Rampa y El Malecón de noche. Algo que mientras somos jóvenes y apresurados no tenemos en cuenta porque lo hacemos todos los días y...en fin.

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