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© Héctor Garrido
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viernes, 28 de octubre de 2022

PICASSO Y CHANEL


   Pablo Picasso nació en Málaga el 25 de octubre de  1881 y no perdió tiempo. Muy trabajador y recio, iba a lo suyo desde muy joven. Después de algunas clases de dibujo y pintura, sólo con 16 años estudia unos meses en la famosa escuela de artes de San Fernando, en Madrid. Ya en 1904 se instala en Montmartre, París. Y en 1907 termina Las señoritas de Avignon. Cuadro que marca un punto culminante en el arranque de las vanguardias europeas del siglo XX. Él tenía apenas 26 años. Se adelantó a todos. El cuadro se exhibe por primera vez en 1916 en un Salón propiedad de Paul Poiret. En este blog hay una nota, de años atrás, sobre los 17 cuadernos de bocetos que  emborronó, reflexionando antes de poder pintar el cuadro que dio inicio al cubismo.
    Se calcula que hizó en total más de 33 mil obras y su cuadro Mujeres de Argel, estableció un récord cuando se vendió en 179,3 millones de dólares en Christies, tras una puja de 11 minutos.

   Indetenible. trabaja sin parar. Arriesgando siempre, buscando nuevos materiales, explorando en otras culturas. Jugando con cosas que recogía de la basura, como sabemos: timones de bicicletas, sillas, pedazos de cuero y telas, cartones. Ahora el museo Thyssen-Bornemizsa, en Madrid, ha montado una exposición con más de 40 cuadros de Picasso y sus relaciones, influencias y conexiones con la moda. Concretamente con su contemporánea Gabrielle Chanel. Cocó Chanel. 

   La muestra, en recuerdo de Picasso, que en 2023 cumplirá 50 años de fallecido, se mantendrá del pasado 11 de octubre al 15 de enero de 2023. Está concebida como una antología del artista, y por tanto es muy variada en su cronología. También hay vestidos originales diseñados por Cocó Chanel. De tal modo, el espectador puede apreciar la influencia del cubismo en la moda de los años 20 del siglo XX. "Chanel elimina el ornamento excesivo y se decanta por la línea recta en siluetas", asegura el folleto de mano de la exposición.

   Otros puntos en común son la sobriedad, la simplicidad y lo práctico. También la tendencia a la reducción cromática en ambos creadores. Braque y Picasso cultivan la monocromía y Chanel prefiere sobre todo el blanco, el negro y el beige. Picasso introduce el collage en la obra de arte, con fragmentos de periódicos y Chanel introduce tejidos "humildes" como el punto de lana y el algodón.

      Ambos artistas colaboraron en varias obras de teatro y ballet, con guiones de Jean Cocteau, amigo de los dos. Chanel con vestuario y Picasso con diseño para escenografías.

     El resultado final de esta muestra es excelente si se quiere apreciar las conjugaciones entre dos mundos creativos, marcados por una época que ya comenzaba a introducir a la Humanidad en el vértigo de la velocidad y la evolución acelerada de todo. Absolutamente todo. Desde la moral y la ética hasta la tecnología espacial. 


martes, 26 de abril de 2016

BRIOCHES DE MANDRÁGORA

Acabo de ver en el museo Thyssen, de Madrid, dos exposiciones impactantes: Realistas de Madrid, y otra de Andrew y Jamie Wyeth, padre e hijo, norteamericanos. Los realistas madrileños son increíbles, con obras de los años 60 y 70 básicamente. La primera vez que estuve en Madrid fue en el invierno de 1998. Me quedé tres meses, medio congelado, en una buhardilla miserable en La Latina. En esos barrios del centro todavía se olía la época oscura de Franco, que había concluido más de 20 años atrás. Pero persistía el olor, los personajes, los pícaros, las gitanas, una atmósfera que  se siente cuando uno tiene experiencia con dictaduras. Esos cuadros me recuerdan aquella época intensa y loca de mi vida, con mucho alcohol, con amantes de 50 a 75 años, De todo, cuando yo tenía apenas 48 años y era un joven escritor con demasiada energía y excesiva testosterona. 
También dediqué un buen rato a las 65 obras de los Wyeth, que vivían en el campo y pintaban lo que veían a su alrededor, sin prisas. Otro mundo muy diferente al de Madrid, pero unidos por el hilo invisible del realismo, de la lentitud deliciosa que tanto agradezco en estos tiempos de prisas, de lucha mediática, de mercantilismo cueste lo que cueste y de avaricia generalizada. Después, cansados, mi compañera y yo fuimos a la cafetería del museo. Pedimos un café. Me reanimé y apreté un curioso timbre que hay sobre la mesa. De inmediato se acercó el camarero.
-¿Desea algo más?
-No, sólo quería saber si este timbre funciona realmente. No tiene cables.
Él no perdió la compostura ante mi estupidez.  Muy amable me enseñó un reloj que sus patronos le han atado en la muñeca.
-¿Ve? Es un vibrador.
-Ahh, qué bien. ¿Molesta?
Me miró y con toda sinceridad me dijo:
-Sí. Es molesto, pero...
-Bueno, es su trabajo. ¿Me podría traer unos brioches de mandrágora?
El hombre, con un elegante traje negro, se quedó atónito:
-¿Cómo?
-Brioches de mandrágora.
-Ehhh... ¿Están en el menú? No recuerdo...
-No sé. Me gustan mucho. Dos, si es posible.
-Bien, ehhh...lo intentaré. Preguntaré al chef. Un momento, por favor.
Y se retira en dirección a la cocina. Mi mujer me mira, sorprendida.
-¿Por qué has hecho eso?
-No sé. Se me ocurrió. 
Nos miramos a los ojos y soltamos una carcajada. Supongo  que este buen humor se debe  a las dos estupendas exposiciones que acabamos de ver. Hoy en día hay tantísima frivolidad intrascendente en las galerías, que es difícil encontrar algo realmente bueno y válido y que compense el tiempo y la energía que uno gasta. Pido la cuenta con un gesto a otro camarero. Me la trae. Carísimos los dos cafés, como es lógico en estos sitios, aunque en el Louvre  y en Berlín habrían cobrado el doble.  Pago. Y cuando nos levantamos viene apresurado hasta nosotros el compañero del vibrador, y nos dice:
-Lo lamento, señor, me dice el chef que hoy tenemos una mandrágora holandesa que no es recomendable.
-¿Mandrágora holandesa?
-Sí...quizás otro día, aunque no sabemos cuándo...
Lo miro sonriendo. Creo que me ha salido una sonrisa de serpiente. El John Snake cabrón acecha siempre. En la oscuridad más oculta de mi alma. Él camarero también sonríe y me sostiene la mirada. Tranquilo. Total dominio de sí mismo, como debe ser.
-¿Desean algo más los señores?
-No, ya. Muchas gracias. Hasta luego
-Hasta luego, señor. Señora.
Hace una leve inclinación de cabeza. Y se aleja. 
Bueno, nos hemos divertido. Y salimos a la calle. Es abril y todavía quedan restos del invierno. Hay mucho viento.