
Descripciones detalladas de paisajes, sentimientos, casas abandonadas, viajes en tren, largos y solitarias excursiones por extraños lugares de Europa. Todo descrito como nadie lo había hecho antes. Con una escritura lenta, microscópica, Sebald nos arrastra y nos lleva de la mano por un mundo laberíntico y neurótico que me recuerda a Sábato. Sólo que el argentino (¡tan europeo!) es, quizás, más rudo, más directo y golpeante. Sebald interpreta a su modo algunos momentos de la historia europea metiéndose siempre en lo profundo de una familia, de un personje, con un dominio extenso de los más diversos campos del conocimiento. Se detiene en detalles y expone puntos de vista que siempre revelan algo nuevo. Creo que es imprescindible para comprender el espíritu europeo contemporáneo. Él no se lo propone. Sólo escribe. No pretende estremecernos. Sólo nos habla en voz baja, quedamente. Lo siento como si me susurrara sus frases en mi oído. Con toda seriedad, sin sentido del humor. Jamás sonríe, con un toque fuerte y permanente de neurosis aguda. Y ya es suficiente. Nos marca para siempre. Y nos sumerge en una atmósfera oscura, asfixiante muchas veces, formada por el silencio y cierto aire absurdo o abstracto quizás. Supongo que gusta a pocos lectores. Yo sólo puedo leerlo en pequeñas dosis. Porque una sobredosis de Sebald puede ser mortal. Hace un rato interrumpí la lectura en la página 160. Austerlitz está en Praga y busca sus orígenes. Ha encontrado una pista porque"como consecuencia de una serie de acontecimientos significativos", llegó a formular la conjetura de que a la edad de cuatro años y medio había dejado la ciudad de Praga en 1939, al inicio de la guerra. Y en efecto, encuentra datos concretos sobre la familia Austerlitz en un archivo estatal en esa ciudad. Y de ese modo localiza a una anciana que era vecina de su casa y a quien le unían lazos estrechos...Pero en ese momento mi vecino pone un disco de Gente de Zona a todo volumen. Reguetón a tope. Cierro el libro. El trópico. El trópico. El trópico.