Mi casa

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© Héctor Garrido

sábado, 28 de marzo de 2015

LES FEMMES, LES SOEURS


Hay libros que se van quedando en nuestras vidas. Igual sucede con algunos amigos, algunos enemigos, y con algunos intrascendentes. Persisten. Y uno poco a poco envejece y gana paz interior. Uno se reconcilia. Pero toda esa gente sigue deslizándose a nuestro lado. No se alejan. Uno de esos libros extraños y persistentes es un cuaderno de fotos: Les femmes, les soeurs. Son fotos de Erica Lennard, impreso en París, en 1976.
Muchos años después, en agosto de 2007, estuve un buen tiempo en la casa de Ramón Alejandro, un viejo amigo que vive en París, en el boulevard de Clichy, frente al Moulin Rouge. Fue un verano lluvioso y frío. Por las tardes me quedaba en casa, solo, con una botella de vino. Entre un montón de libros encontré Les femmes, les soeurs. Sólo son algunas amigas fotografiadas en diversos lugares de América y de Europa, a lo largo de la década del ´70. A veces desnudas, a veces vestidas. Silenciosas, melancólicas, dormidas. Corren los años patidifusos. Ellas no se rasuran. Nadie se rasuraba entonces. El mundo iba un poco más lento que hoy. El espíritu mercantil  todavía no se había instalado de un modo tan implacable y definitivo. Catherine, que está en esa foto junto a una ventana, era la compañera de Ramón Alejandro. Ya no vive. Pero Ramón me ha hablado tanto de ella, que sí la conocí y la recuerdo. Ahora yo estoy en el apartamento donde ella tuvo a su familia. Al final del libro Marguerite Duras escribió algunas palabras: "Je le vois dans la photo de Erica: l'inscription d'une tragedie latente, toujours, dans chaque photo elle est là, dans le ciel au-dessus des femmes, la mer".
Han pasado ocho años desde aquel verano y aquel encuentro con estas mujeres. Ahora mi compañera consiguió un ejemplar de este libro en una librería de uso, en Cleveland. Lo enviaron por correo y llegó justo a tiempo para mi cumpleaños. Así que,  tranquilo, de nuevo recorro estas fotos, y recuerdo que en esos años yo también era melancólico y romántico y vivía convencido de que nada tiene principio ni fin. El infinito. Yo, en los ´70, vivía en el infinito. Después muchas cosas cambiaron. No podía ser de otro modo. Gracias, Erica, por hacer esas fotos y por dejarnos este libro tan sutil.

FOTOS ERÓTICAS

Aquí les dejo algunas fotos del libro LA  SEDUCCION DE  LA  MIRADA, que comenté en una entrada anterior.

lunes, 9 de marzo de 2015

UN LIBRO IMPRESCINDIBLE

En unas pocas tiendas especializadas de La Habana se está vendiendo en estos días una primera y limitada edición de un libro de arte hermoso y necesario: LA SEDUCCION DE LA MIRADA, Fotografía del cuerpo en Cuba, 1840-2013, de Rafael Acosta De Arriba, Ediciones Polymita, 2014.
Es un bellísimo y elegante volumen de 378 páginas con un conjunto de más de 400 fotos realizadas por fotógrafos cubanos. Un trabajo titánico elaborado con paciencia y perseverancia a lo largo de muchos años de investigación y coleccionismo.
Nunca antes se había hecho algo así. Es la primera colección exhaustiva de fotografías cubanas sobre el tema. Rafael ha centrado su indagación en artistas que dan una visión propia, creativa, original, sobre el cuerpo humano.  Saltar de ahí al porno es una tentación fácil (recuerdo a Araki, por ejemplo) pero ese facilismo comercial Rafael lo evade y se mantiene dentro de un rigor estético punzante y que, a saltos, provoca escalofríos.
Sin dudas un libro poético, audaz, que llena un vacío en un país especialmente sensual. Un país mestizo donde es tan importante la belleza del cuerpo, la sexualidad y el erotismo como expresión de nuestras raíces más auténticas.
Si consigo los permisos de reproducción, en las próximas semanas colocaré en este blog una pequeña muestra de estas fotos. Y será mejor que seguir escribiendo ahora. Para hacer cierto aquello de que una imagen vale por mil palabras. Así que por ahora quedamos en suspenso.

lunes, 2 de marzo de 2015

LOS TAMBORES YORUBA

Los tambores empezaron a sonar el viernes por la mañana. Y debían silenciarse el lunes. Incesantes. Los negros no se cansaban. Todos los toques, para todos los orishas y los santos del monte y del panteón yoruba. Mis padres eran campesinos blancos, de Pinar del Río. No sabían nada de religiones de esclavos africanos. Habíamos llegado pocos días atrás a Matanzas, zona de cultura mestiza total. En Matanzas se encuentra de todo en cuanto a religiones y creencias. Nosotros vivíamos en una sola habitación pequeña, al fondo de un solar, o cuartería, (o corrala, en Madrid), en la calle Velarde. Era un barrio duro y pobre pero no había dinero para pagar algo mejor. A la entrada del solar, en un cuarto privilegiado porque tenía puerta directa a la calle (se le llamaba "asesoria" no sé de dónde venía esa palabra), vivía un babalao (sacerdote) famoso. Hacía el santo a militares de alto rango y a gente adinerada. Por eso aquellas fiestas de iniciación eran a todo trapo. Los tambores no se callaban y todo el que pasara por la calle tenía que entrar a saludar, comer y beber. No se podía pasar de largo e ignorar aquello. Toda esa parafernalia comenzaba siempre un viernes y terminaba el lunes.
Mi padre vendía helados. Lejos de casa. En el otro extremo de la ciudad. Yo tenía apenas cuatro años. Mi hermano tres. Mi madre se aterró cuando -por el patio- vio parte de los sacrificios de animales (chivos, gallos, gallinas, palomas, carneros, jicoteas, etc) en medio de violentas liturgias de cantos y bailes africanos, con machetes, sangre abundante y todo lo demás. Era un mundo, todo un universo, incomprensible para ella, que era católica. Aquello le pareció algo infernal y diabólico. Se aterró, lógicamente. 
La noche del viernes no nos dejaba dormir. Los tambores sonando sin cesar. Mi madre nos encerró en el cuarto y nos leía incesantemente lo único que tenía a mano, supuestamente para entretenernos: un comic basado en la novela El potro salvaje, de Zane Grey. ¿Cuántas veces lo leyó? No sé. Millones de veces. Habitualmente nos dormíamos sobre las nueve  de la noche. Mi padre llegó como siempre, sobre las dos de la madrugada. Y se asombró cuando encontró a los niños despiertos, convertidos en dos zombis. Nos caíamos de sueño. Esa noche y aquella novela de Zane Grey no la olvido jamás. Supongo que las noches de sábado y domingo todos emigramos hacia el negocio de mi padre para huir de aquella locura.
Yo, en cambio, me sentía atraído. Recuerdo que en algún momento me acerqué a la fiesta y estuve curioseando entre tanta gente borracha y con ataques porque algunos "pasaban" muertos. Son espíritus que se encarnan y hacen temblar a la gente como si recibieran corrientazos de 440.
No tenía miedo alguno. Al contrario. Me sentía en mi medio natural. Hoy sigo pensando que son liturgias poéticas, imaginativas, viscerales y extremas, como sucede en casi todas las religiones fundacionales. Así que comí dulces, saludé en el altar tocando una campanita, lo miré todo sin prisa, y regresé a casa a contar mi aventura. Mi madre quería darme un purgante y me azotó duro con una chancleta de palo: "¡Eres muy atrevido y muy curioso! ¿Por qué hiciste eso?". Ahora que lo pienso, fue la primera censura que sufrí en mi vida por contar las cosas duras y molestas que suceden a mi alrededor. Aunque había algo más: se decía que alguna secta robaba niños para matarlos y ofrecerlos en sacrificio a sus dioses. Y en efecto, después he sabido de algunos casos reales de este tipo, que por supuesto, jamás llegan a la aburrida y rutinaria prensa cubana y casi nadie se entera. Así que el terror de mi madre no era gratuito.Y para colmo unos días después aquel babalao fue a mi casa y le propuso a mi madre: 
-Señora, yo no sé cuáles son sus creencias, pero este niño viene con una gran fuerza de nacimiento y va a ser alguien grande. Si le hacemos el santo vamos a ayudarlo...
Mi madre, patiseca, lo cortó:
-En esta casa somos católicos y no creemos en nada de eso.
-Está bien, señora. Sólo quiero decirle que si algún día se deciden yo quiero tener el privilegio de ser el padrino del niño y además lo pago todo. Ustedes no tiene que poner nada. Si no se le hace el santo pasará más trabajo porque el camino de él es de oro pero tiene muchas piedras. Piedras grandes y precipicios profundos. Pero va a ser alguien grande de todas maneras.
Han pasado 60 años de aquella profecía. No  soy "alguien grande" pero han sobrado piedras, obstáculos y precipicios profundos. Así que parte de la profecía se ha cumplido rigurosamente.  Y lo agradezco porque sortear tantos obstáculos en mi vida me ha puesto musculoso y me ha hecho ganar coraje. Si algo desprecio es a la gente timorata. Los que no se atreven.