Mi casa

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© Héctor Garrido

miércoles, 27 de abril de 2016

LOLA DEL CASTILLO


Todo empezó en los viajes. Aeropuertos, estaciones de trenes y autobuses. Grandes espacios. Luces y sombras. Enormes ventanales que dan al exterior. Gente apresurada, de paso. Espacios que no son de nadie y son de todos. Y empezaron a surgir cuadros. Después los mercados. Sao Paulo, Lisboa, Barcelona, Dresde, Londres, Málaga, Baelo Claudia, y no sé cuántas ciudades más.  Poco a poco había más y más cuadros, pintados casi siempre al atardecer. En el silencio. Cuando apenas quedan una o dos horas de luz. No es una tarea, no es un proyecto. Es una necesidad. Lola pinta lo que vio hace unos días. Tomó fotos. Algún boceto a lápiz es suficiente para recordar las esencias. No se trata de captar detalles.No es necesario ser minucioso. Molestaría ser minucioso ya a estas alturas. Grandes planos de luz y sombras y unos pocos colores lo definen todo.
Después Lola paseaba por las tardes por el Matadero de Madrid. Muchas veces. Volvía siempre. Allí apenas limpiaron las huellas de la sangre.  Los berridos de los animales sacrificados todavía están impregnados en las paredes. Es un lugar sanguinario. Han dejado las naves con toda la brutalidad de entonces. Hay cierta magia, tenebrosa. Tinieblas. Un espacio oscuro, con pocas luces.  Lola hizo un video. La gente entra y sale a través de gruesas cortinas de plástico opaco. Ya no hay sangre. Ahora hay música, cine, exposiciones, teatro. Se ha transformado el lugar. 
Después, en Cuba, vino la fascinación por los extraños muñecos de yeso. El kistch. Los muñecos baratos. Es una tradición. Adornos de la gente más pobre. En los campos sobre todo. Remedos lejanos de las porcelanas finas de los ricos. Años cargando muñecos desde Cuba. Algunos sobrevivieron a los golpes  que reciben las maletas. Y entonces se produjo el choque. Una explosión entre un modo y otro de ver el mundo. Un estallido entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Todo eso está aquí, en esta exposición. Años de observar y reflexionar. Todo aquí. Concentrado. La exposición se llama Zona Uno y se exhibe en el Convento de Santo Domingo, en La Laguna, Tenerife. Hasta el 26 de mayo 2016.




















martes, 26 de abril de 2016

BRIOCHES DE MANDRÁGORA

Acabo de ver en el museo Thyssen, de Madrid, dos exposiciones impactantes: Realistas de Madrid, y otra de Andrew y Jamie Wyeth, padre e hijo, norteamericanos. Los realistas madrileños son increíbles, con obras de los años 60 y 70 básicamente. La primera vez que estuve en Madrid fue en el invierno de 1998. Me quedé tres meses, medio congelado, en una buhardilla miserable en La Latina. En esos barrios del centro todavía se olía la época oscura de Franco, que había concluido más de 20 años atrás. Pero persistía el olor, los personajes, los pícaros, las gitanas, una atmósfera que  se siente cuando uno tiene experiencia con dictaduras. Esos cuadros me recuerdan aquella época intensa y loca de mi vida, con mucho alcohol, con amantes de 50 a 75 años, De todo, cuando yo tenía apenas 48 años y era un joven escritor con demasiada energía y excesiva testosterona. 
También dediqué un buen rato a las 65 obras de los Wyeth, que vivían en el campo y pintaban lo que veían a su alrededor, sin prisas. Otro mundo muy diferente al de Madrid, pero unidos por el hilo invisible del realismo, de la lentitud deliciosa que tanto agradezco en estos tiempos de prisas, de lucha mediática, de mercantilismo cueste lo que cueste y de avaricia generalizada. Después, cansados, mi compañera y yo fuimos a la cafetería del museo. Pedimos un café. Me reanimé y apreté un curioso timbre que hay sobre la mesa. De inmediato se acercó el camarero.
-¿Desea algo más?
-No, sólo quería saber si este timbre funciona realmente. No tiene cables.
Él no perdió la compostura ante mi estupidez.  Muy amable me enseñó un reloj que sus patronos le han atado en la muñeca.
-¿Ve? Es un vibrador.
-Ahh, qué bien. ¿Molesta?
Me miró y con toda sinceridad me dijo:
-Sí. Es molesto, pero...
-Bueno, es su trabajo. ¿Me podría traer unos brioches de mandrágora?
El hombre, con un elegante traje negro, se quedó atónito:
-¿Cómo?
-Brioches de mandrágora.
-Ehhh... ¿Están en el menú? No recuerdo...
-No sé. Me gustan mucho. Dos, si es posible.
-Bien, ehhh...lo intentaré. Preguntaré al chef. Un momento, por favor.
Y se retira en dirección a la cocina. Mi mujer me mira, sorprendida.
-¿Por qué has hecho eso?
-No sé. Se me ocurrió. 
Nos miramos a los ojos y soltamos una carcajada. Supongo  que este buen humor se debe  a las dos estupendas exposiciones que acabamos de ver. Hoy en día hay tantísima frivolidad intrascendente en las galerías, que es difícil encontrar algo realmente bueno y válido y que compense el tiempo y la energía que uno gasta. Pido la cuenta con un gesto a otro camarero. Me la trae. Carísimos los dos cafés, como es lógico en estos sitios, aunque en el Louvre  y en Berlín habrían cobrado el doble.  Pago. Y cuando nos levantamos viene apresurado hasta nosotros el compañero del vibrador, y nos dice:
-Lo lamento, señor, me dice el chef que hoy tenemos una mandrágora holandesa que no es recomendable.
-¿Mandrágora holandesa?
-Sí...quizás otro día, aunque no sabemos cuándo...
Lo miro sonriendo. Creo que me ha salido una sonrisa de serpiente. El John Snake cabrón acecha siempre. En la oscuridad más oculta de mi alma. Él camarero también sonríe y me sostiene la mirada. Tranquilo. Total dominio de sí mismo, como debe ser.
-¿Desean algo más los señores?
-No, ya. Muchas gracias. Hasta luego
-Hasta luego, señor. Señora.
Hace una leve inclinación de cabeza. Y se aleja. 
Bueno, nos hemos divertido. Y salimos a la calle. Es abril y todavía quedan restos del invierno. Hay mucho viento. 

lunes, 25 de abril de 2016

GRAFITIS EN LONDRES



Arriba con mi  admirado  Liechtenstein y más abajo grafitis en un callejón cerca de Camden market.

martes, 19 de abril de 2016

CALVERT CASEY

Calvert Casey nació en Baltimore, USA, el 12 de diciembre de 1923. Su madre era  cubana. Enseguida quedó huérfano de padre y vivió, estudió y trabajó en La Habana hasta su suicidio en Roma, cuando apenas tenía 45 años, el 17 de mayo de 1969.
Quiso ser escritor pero dejó poca obra aunque sus libros son interesantes y han provocado discusiones de todo tipo. Ahora "Sed de belleza", pequeña editorial de la ciudad de Santa Clara, Cuba, reeditó su libro de ensayos Memorias de una isla, de 1964.
Hay allí un ensayo que me llama la atención: "Hacia una comprensión total del XIX". Ese breve y lúcido trabajo, escrito y publicado en 1961, intenta llamar la atención sobre la falta de referencias en la literatura cubana del siglo XIX a las condiciones de vida y contextos de las clases bajas cubanas. Según Casey -y tiene toda la razón- el romanticismo, que campeaba por sus respetos en las letras cubanas de entonces, no permitía al escritor sumergirse en la mierda, entrar en los barracones de los esclavos, describir la moral y la ética de los más pobres, de los negros, las prostitutas, etc. Era de mal gusto darle voz y espacio a "esa gente de los bajos fondos".
Escribe Casey: "...desconocemos prácticamente el lado sórdido de la vida colonial, y más aún el pan nuestro de cada día de los míseros... desconocemos lo que pensaban y hacían los que habitaban la calle de atrás, la gente de segunda o de ninguna categoría, los olvidados de la condesa, los que Heredia no pudo ni mencionar, porque la vocación romántica se lo prohibía...¿Por qué nos aferramos tan tercamente a la visión edénica?...El romanticismo tuvo entre sus defectos hacernos creer en un mundo sin moscas y sin peste; el gran impulso liberador e individualista del héroe romántico le hizo ver el cielo siempre purísimo o envuelto en sombras cárdenas, y la visión que nos quedó del XIX es esencialmente romántica... La toma de conciencia como nación es lenta, se busca sobre todo salir del polvo que emana de los interminables expedientes españoles. De ahí el lento nacimiento de la idea de nación que se produce heroicamente contra el desagüe incesante de la decadencia española en la inmensa alcantarilla de La Habana.
"Comprender el siglo sin el falso brillo al que nos habituaron... reducir la patriotería aristocratizante de muchos...mirar el lento decurso de cien años desde las penas de lo más y restando importancia a los goces de los menos, es casi un reto intelectual del que contempla. Pero el esfuerzo vale la pena si queremos arribar por fin a una visión despojada y nueva".
Cuando termino de leer este pequeño y contundente ensayo de nueve páginas pienso cómo en el siglo XX se mantuvo esa costumbre o hábito burgués de ocultar las miserias, ignorar la suciedad y aparentar que todo es estupendo. Y en lo que va del XXI  esa actitud no ha cambiado. Sólo que ahora cada vez hay más escritores, artistas,cineastas, teatristas, dispuestos a arriesgarse, a caer pesados, y a escribir y mostrar con fuerza y coraje las zonas oscuras y ocultas de la sociedad cubana. Somos los incómodos. Nuestros libros incomodan a los que pretenden ocultar el sol con un dedo, pobres de espíritu que no se atreven al riesgo. Pero se trata de insistir y correr un poquito cada día la frontera del silencio. Sin prisa, sin gritos, humildemente, con paciencia. Todos los días echar un poquito más allá la frontera del silencio. Merece la pena.

domingo, 17 de abril de 2016

TECNOLOGÍA DE PUNTA

Esta foto la tomé hace un par de días desde la playa de Guanabo, en La Habana. Son las colinas de Villarreal, situadas a unos 25 kilómetros al este de la ciudad. De lejos parecen dos edificios enormes situados sobre las colinas. Pero no. En realidad son dos gigantescas antenas receptoras de señales de TV procedentes de USA. Se situaron ahí más o menos en 1955, en plena Guerra Fría, cuando USA desplegaba una intensa campaña mundial para imponer su naciente tecnología de TV en todo el mundo. La URSS también intentaba colocar su propia tecnología. Ambos se lo tomaron muy en serio. Pero, como ya sabemos, USA ganó con gran ventaja. Estas enormes antenas permitían recibir la señal sobre todo de las trasmisiones del beisbol de las Grandes Ligas y del boxeo profesional, a 10 rounds, del Madison Square Garden, de NYC. Ya en una entrada anterior en este blog, titulada BOXEO, escribo sobre aquellos programas sanguinarios que yo veía cuando tenía entre 5-8 años en el televisor de una vecina.  Creo que ese boxeo dejó su huella en mi espíritu. No lo creo. Estoy seguro.
Han pasado 60 años. Se dice rápido. Esas enormes antenas hoy son sólo un recuerdo. En su momento fueron tecnología de punta, hoy son objetos de museo. Hace un par de semanas, durante la visita de Obama todo fue más sencillo. Vivo en Centro Habana, en el tope de un edificio  alto, con unas terrazas amplias y panorámicas sobre la ciudad y sobre el mar. Pues bien, dos días antes de llegar Mr. Marshall, digo, perdón, Mister Obama, llegaron  dos o tres técnicos americanos, desplegaron una pequeña antena de un metro y medio de diámetro, la enfocaron hacia un satélite, la conectaron a una lap top. Y listo. En cinco minutos y sólo con un destornillador,  resolvieron el problema. Poco después llegó un equipo de periodistas de alguna emisora norteamericana de TV, se conectaron y por allí mandaban su señal en vivo hacia USA. La antena fue usada por varios equipos de TV que andaban por la calle buscando las noticias y sólo subían a la azotea unos minutos para trasmitir vía satélite. 
Y por cierto, hablando de tecnología de punta, hace dos meses exactamente que no podía actualizar este blog porque  en La Habana no lograba acceder al gmail. Así de simple. Todo es relativo.