Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 28 de diciembre de 2015

CREPÚSCULO

Estas fotos las tomé hace un par de días desde mi casa en Centro Habana. No puedo resistir la tentación. Cada cierto tiempo tomo estas vistas del crepúsculo. La primera es hacia el este, la entrada al puerto de La Habana. La segunda, hacia el oeste. Mirando esto durante unos minutos me acerco al centro del misterio. Aunque sabemos que todo es relativo. Es decir, que nunca llegaremos. El misterio seguirá ahí, dentro de nosotros. Quizás es que eso es todo. El misterio sólo guarda un misterio infinito. ¿El vacío Zen?

lunes, 21 de diciembre de 2015

A PLENO SOL, SIN PRISA

Siempre recuerdo el sorprendente final de A pleno sol, con Alain Delon, basada en la novela El talento de Ripley, de Patricia Highsmith. La vi cuando se estrenó, hace más de 40 años, y no se me olvida. En su libro Suspense: cómo se escribe una novela de intriga, ella asegura: "Ningún libro fue para mí más fácil de escribir que El talento de Ripley. A menudo tuve la sensación de que Ripley lo estaba escribiendo y yo meramente estaba mecanografiándolo...Los buenos libros se escriben solos...Si el escritor piensa acerca de su material el tiempo suficiente, hasta que se vuelve parte de su mente y su vida, y se acuesta y se despierta pensando en él, cuando al final se siente a trabajar fluirá con voluntad propia. Un escritor debe sentirse en sintonía con su libro mientras lo escribe, ya le lleve seis semanas, seis meses, un año o más".
Esto conecta con el famoso consejo de Hemingway: "Deja de escribir hoy en un punto en que sepas cómo vas a continuar mañana". Lo cual es un consejo sano para evitar algo que aterra a todo escritor: Un bloqueo, no saber cómo continuar el relato.
Creo que esos dos consejos son esenciales: Pensar continuamente en el libro que escribo y dejar la tarea en un punto en que sé lo que sigue a continuación. De ese modo cuando me siento por la mañana a escribir todo fluye sin esfuerzo, con naturalidad. Y sobre todo: se logra que lo que uno escribe funcione y sea creíble.
Hace muchos años, en la década de 1980, yo escribía poemas y cuentos intentando aprender  a escribir. Estuve en ese proceso de entrenamiento casi 30 años. Desde 1967 más o menos, cuando al leer Desayuno en Tiffanys, tuve mi primer impulso firme y definitivo hacia la escritura. Veinte años después, en los ´80, yo seguía intentando aprender. Y escribí una serie de cuentos basados en historias que escuché a mineros del cobre en Minas de Matahambre, una zona de montañas, al noroeste de la provincia de Pinar del Río. Yo era periodista y tenía que ir allí con frecuencia a hacer  entrevistas tontas, rutinarias y aburridas. Pero allí había una cantina popular donde vendían cerveza barata. Allá nos íbamos por las tardes y tragando jarras de cerveza ellos me contaban anécdotas de extraños sucesos en las minas.
Por ejemplo, había un tipo con el pelo y la piel muy blancos. Había perdido todo el pigmento. Le sucedió en un derrumbe. Se quedó enterrado, solo, en un rincón mínimo, casi sin oxígeno. Sus compañeros demoraron casi un día en excavar hasta llegar a él. El miedo a morir ahogado arrasó con todo el pigmento de su pelo y su piel. Allí estaba el hombre, que me miró desconcertado. Hizo un gesto enarcando las cejas y nada más. Miró a otro lado. Quería olvidar aquel suceso.
Después escribí un cuento con esa historia. No funcionaba. No era creíble. No convencía y sonaba estúpido.
Escribí toda una serie de cuentos  que se desarrollaban con las historias de los mineros. Nada. Mierda. No funcionaban. Otro de los consejos de Hemingway es que hay que tener siempre conectado el detector de mierda.
¿Por qué no servían aquellos relatos?
No sé. No tengo una respuesta exacta porque hablamos de algo tan escurridizo como es la escritura. Supongo que yo escribía desde fuera. Yo no era minero, no vivía en aquel pueblo, nunca había trabajado jornadas de 8 horas sudando a un kilómetro de profundidad. No conocía el miedo latente a un derrumbe sorpresivo. Y por tanto escribía de un modo superficial. Escribía "desde afuera". Creo que hay que conocer muy a fondo a la gente, las situaciones y el contexto. Y lo otro es que hay que darle tiempo. Mi querida Grace Paley afirmaba que debía transcurrir mucho tiempo entre tener una experiencia y poder escribir sobre el asunto. "Mucho tiempo" pueden ser 20 años.
Si eres un neófito no sabes esto. Los mineros me contaban algo el jueves y yo el sábado me sentaba a escribir. Sin haber interiorizado lo suficiente. Hay que dejar que el subconsciente trabaje y sedimente. Escribir es un proceso intuitivo. "Un escritor dispone sólo de su intuición", decía Hemingway. Bueno, creo que sí es esencial la intuición y algo más. El tiempo de sedimentación. Como el caldo de uvas para hacer vino. Hay que darle su tiempo de maduración. Sin prisa.

REQUIEM, de Fauré

 Hay tormenta. Un frente frío desciende desde el norte y en unos días se disuelve en el Caribe. Apenas refresca. Unos grados menos. Estas fotos las tomé ayer en una playa al este de La  Habana. Se hacía de noche.
En mis oídos resuena el Introito y los Kyries, entre ráfagas de lluvia y el  viento. Aquí se agradecen los días grises y nublados después de todo el año con tanta luz, tanto sol, y calor, humedad, ruido.
Turner amaba las tormentas. Él sabía que la vida es frágil y leve en medio de los huracanes. En pocos minutos sólo puede quedar una tabla flotando en el agua y un golpe de luz entres las nubes oscuras. Es el aprendizaje. Cuando empiezan a morir los amigos alrededor uno también aprende algo sobre la levedad y lo frágil. Y se agradece. Ahora suena el séptimo y último movimiento: In paradisum. El mar ruge.

lunes, 14 de diciembre de 2015

POROSIDAD DE LAS FRONTERAS

Ahora no la encuentro pero tengo una foto en la que aparezco con el pie derecho en USA y el izquierdo en México.  La hicieron unos amigos en un tramo de la frontera donde había un grueso cable de acero trenzado, colocado a escasos 40 centímetros del suelo. Sólo un símbolo de la frontera.
Era el verano de 1990. En Mexicali. Una ciudad pequeña, dividida literalmente a la mitad. La mitad norte se llama Calexico.
Fue una historia extraña. En los años 80 yo tenía muchos amigos en el mundo. Amigos por correspondencia. Hacíamos Arte-correo o Mail-art, que consiste en hacer pequeñas obras de arte y enviarlas por vía postal a los amigos. Como quien intercambia sellos de correo o monedas. Hay un código ético. El Arte-correo no es comercial. No se compra ni se vende. No utiliza galerías ni museos. Se mantiene bien alejado de todas las reglas e instituciones y no se endiosa a un artista ni la obra. Es decir, funciona al margen del sistema. No al dinero, no a la fama, no al éxito, no al renombre, no a la competencia. Es sólo un juego. Un juego absolutamente inocente. Si no reúne estas características se convierte en otra cosa. Lo habitual era enviar sólo la pequeña pieza, sin cartas ni notas adicionales. Pero a veces se producían excepciones. En Calexico vivía Harry , un americano que producía un arte correo muy original. En algún momento quiso editar y publicar un libro sobre el desarrollo de la poesía visual y experimental en USA y América Latina. La experimentación poética está muy relacionada con el Mail-art. Tanto que las fronteras entre ambos territorios con frecuencia se disuelven. En fin, escribí una larga nota sobre poesía visual en Cuba, Harry la publicó en su libro y por ahí más o menos empezó a divorciarse de una bellísima mexicana con la que se había casado unos años atrás.
Fue un divorcio doloroso y paranoico y Harry me escribía largas cartas a modo de catarsis. Tengo cierta vocación de terapeuta así que le contestaba con mucha sinceridad y comprensión, lo cual generó intimidad, como si fuéramos amigos. En el verano de 1990 asistí a la Bienal de Poesía Visula y Experimental de México D.F. Desde 1984 yo era un invitado permanente a esos eventos muy bien organizados por César Espinosa y su grupo. Allí me encontré con Harry. Nos conocimos personalmente y congeniamos como viejos amigos. Entonces me dio las claves para visitar la frontera. Es decir los contactos de amigos para facilitar las cosas. Yo hacía años que quería conocer esos lugares con nombres tan sonoros: Mexicali-Calexico. No tenía ni idea de la frontera ni de la cultura del bordo, nada. Pero un lugar con esos nombres debía ser apasionante. Dicho así suena imbécil y absurdo. Querer ir a un lugar sólo porque me gustaba el nombre. Allá me fui. Apenas con 200 dólares en el bolsillo y una gran sonrisa para aceptar con naturalidad la ayuda de los amigos: cama y comida. Más simple imposible. En autobuses: México D.F.-Guadalajara-Morelia-Culiacán-Mexicali-Tijuana. Un viaje sin prisas. Abundaron los amores y las mujeres. Yo tenía 40 estupendos años y las sirenas cantaban en las escolleras pero yo no las oía y seguía mi camino.
Por las tardes a veces iba a tomar cerveza y tequila con unos amigos que vivían en una casita pequeña y humilde. Calurosa además. Nos sentábamos en la cocina. Tenían un pequeño patio de arena calcinada, rodeado por una cerca de alambre trenzado. Esa era la frontera. Al otro lado estaba el pequeño patio de una casita de americanos, idéntica a la de mis amigos mexicanos. Creo que se caían mal mutuamente porque no se saludaban. Los americanos eran un matrimonio sin hijos. El tipo manejaba un camión enorme y hermoso y ella era flaca y sexy aunque un poco ajada y con grandes ojeras. Sus mejores tiempos ya habían pasado. Se parecía mucho a Jessica Lange en versión pobre y extenuada.
Una noche se formó una gran tormenta de arena. Recordemos que esas ciudades están en el mismo centro del desierto de Sonora, que al cruzar la frontera le llaman desierto de Arizona. La tormenta demoró una hora. Quizás un poco menos. Nos encerramos en la casita. La arena entraba por las rendijas de puertas y ventanas. Al fin cesó. Salimos y había luna llena. Y todo era azul. La luz de la luna se reflejaba en el cuarzo de los granos de arena suspendidos en el aire, y producía luz azul. Un hecho científico que genera un efecto poético. Y allí nos quedamos disfrutando aquella noche azul y bebiendo cerveza con tequila, sal y limón.
Hay un epílogo: En septiembre regresé a La Habana y comencé un divorcio. Paranoico y esquizofrénico como había sido el de Harry. Pero no tuve a nadie cerca con vocación de terapeuta. Mi vida se puso patas arriba. Pero me sentía bien. Y seguí adelante.