Mi casa

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© Héctor Garrido

lunes, 26 de enero de 2015

BAELO CLAUDIA

La primera vez que vi unas ruinas romanas in situ fue en el verano de 1994. Baelo Claudia, una pequeña ciudad a orillas del Mediterráneo, que cayó en desgracia en el siglo II de nuestra era. Yo visitaba el caserío aledaño, en la playa de Bologna. Esto es a medio camino entre Cádiz y Tarifa, al sur de España. Al frente, a sólo 14 kilómetros, Africa, los montes Atlas. Baelo Claudia vivía básicamente de la pesca del atún en los meses de verano. En esa época se llenaba de trabajadores, de pescadores, artistas, músicos, putas (había una zona de burdeles y tabernas), comerciantes ambulantes, etc. Todos atrás del dinero. Enviaba a Roma pescado salado y salsa garum, una exquisitez, un lujo como hoy puede ser el caviar.
Estuve allí acompañado por B, impetuosa y frenética malagueña. Uno de esos romances vertiginosos que mueren rápido, asfixiados por el caos y la demencia. Duran apenas unas semanas, tiempo suficiente para el frenesí sexual. Locura de sexo todo el día saturado con alcohol y otras sustancias. Fue la etapa más convulsa de mi vida. La más venenosa y paranoica. Los años ´90 fueron una prueba difícil para los cubanos. En noviembre 1989 cayó el Muro de Berlín, en 1991 se desmoronó la URSS y se acabó el comunismo. Debacle total en Cuba. En mi caso se agregaba un huracán personal con tres muertes de seres queridos y un divorcio esquizofrénico. 
En medio de esos terremotos conocí a B y me fui con ella a Málaga. B tenía doce años menos que yo, le metía al alcohol y a todo lo demás en la misma costura. Yo no me quedaba atrás, y éramos un manojo de nervios muy nerviosos. 
En algún momento de julio logramos aclararnos un poco y nos fuimos cuatro días a Bologna. El agua helada aunque había sol. No podía nadar. Y tampoco podía pasar todo el día retozando en la cama. Me escapaba a las ruinas arqueológicas. Hoy en día (acabo de estar allí de nuevo en mi cuarta o quinta visita) está cercado, han construido un museo, tienen un programa serio y metódico para seguir excavando y han diseñado un recorrido bien señalizado para los visitantes. Todo eso lo han hecho en los últimos 20 años. En 1994 era mucho menos. Unos cuantos arqueólogos trabajando con ahínco. Yo -no recuerdo cómo- me hice amigo de uno de los arqueólogos, que me explicó todo lo que sabía del lugar hasta ese momento. Un pequeño curso básico sobre cultura romana. Después, hacia la una, nos íbamos a un chiringuito en la playa a comer sardinas a la brasa y a tomar cervezas. Por suerte siempre surgen amigos en lugares inesperados, que me salvan de las brujas y me ayudan a encontrar el norte de nuevo.
En esos días aprendí algo esencial: las cuencas del  Mediterráneo y el Caribe han funcionado siempre con mecanismos muy parecidos de intercambios e influencias culturales recíprocas. Comprender a fondo las estructuras sociales, políticas, económicas, etc, de estas primeras ciudades nos ayuda a desmenuzar los rígidos esquemas y etiquetas que tanto gustan a los investigadores. Y sobre todo, nos ayuda a comprender que la historia es un continuum y nunca compartimientos estancos. Así que un pescador actual de Cuba se puede parecer demasiado en todo a uno de aquellos pescadores de Baelo Claudia, para poner un ejemplo.
Además, hay cierta similitud entre un escritor y un arqueólogo. Un escritor facilita un flujo contínuo de ideas a sus lectores para ayudar a estos a desarrollar mejor su propio proceso civilizatorio. La labor esencial de un escritor no es entretener, sino proporcionar material a los lectores para ayudarlos a crear criterios propios.
El trabajo del arqueólogo es investigar y relacionar con sagacidad y talento los vestigios que encuentran (casi siempre muy escasos) y de ese modo explicar aproximadamente la vida cotidiana de la gente que vivió en el lugar. Una labor paciente, creativa y singular. Aquel arqueólogo amigo me dijo algo muy simpático: "A veces vengo aquí por las noches. Solo. Y me siento entre estas piedras. Espero que algún espíritu se apiade de mí y me cuente algo interesante. Pero nada. Es inútil. no aparecen". Era un chiste. Pero no tanto.

lunes, 19 de enero de 2015

SOMOS UNA PLAGA

Mis abuelos tuvieron 9 hijos. Cada pareja. En cada casa murió uno. Menos mis padres. Resultado: tengo 14 tíos. Esos tíos tuvieron, cada uno, de 3 a 5 hijos.  Nunca los he contado pero tengo  alrededor de 60 primos. Ya mi generación se contuvo más. Y tuvimos dos hijos como promedio. Y esos niños ahora tienen un hijo o ninguno. Esa disminución demográfica se ha registrado no sólo en mi familia sino en toda Cuba, hasta en la zona oriental, donde son extremadamente alegres y prolíficos. Ya este año Cuba ingresa en un fenómeno que los demógrafos llaman "inversión negativa", es decir que cada año mueren más personas de las que nacen.
Antes ha sucedido en casi todos los países europeos y en algunos de otros continentes. Por supuesto, los gobiernos se aterran en cuanto esto sucede porque ven surgir dos amenazas: Unos pocos jóvenes trabajando para mantener a muchos viejos. Y lo peor: No hay que ser experto en matemática para comprender que a la larga el país en cuestión se extinguirá hasta desaparecer. Entran en pánico y adoptan varias medidas para ayudar a "solucionar" el problema. Dos de esas medidas:  extender la edad de jubilación, lo cual no está mal porque ahora vivimos más y con mejor calidad de vida. Y la idea supergenial: ayudas económicas abundantes a las madres que tengan más hijos. Entonces ahora vemos en los aeropuertos  a algunas alemanas y noruegas con cinco hijos alborotando alrededor y ella preñada con un gran barrigón, cansada y aburrida de todos esos niños. Total, da igual. El Estado lo paga todo. Para mí es patético y contraproducente. Además de que me apena la cara de extenuación total de esas mujeres.
Los políticos siempre actúan así. Quieren resolver los problemas en 4 años, obtener resultados en pocos meses y utilizar esos "éxitos" en su próxima campaña para ser reelegidos. Porque todos quieren ser reelegidos. He leido por ahí que la política es el mejor negocio del mundo. Las consecuencias posteriores les importan un bledo. El que viene atrás que invente su maquinaria.
Hay lugares donde sucede lo contrario. Africa, por  ejemplo, es hoy un desastre. Cada mujer tiene como promedio 5,8 hijos. ¿Por qué? Por tradición, por falta de anticonceptivos, por incultura, por desinformaciòn, por no saber, por analfabetismo, por no poder acceder a clínicas donde puedan abortar, porque el marido no tiene mucho más que hacer que montarla dos o tres veces al día, es lo que le toca al macho, tener a la mujer siempre preñada y metida en la casa.
En los últimos años se han publicado numerosos libros muy acertados sobre el tema y todos los autores coinciden en que el principal problema de la humanidad hoy es el exceso de población. De ahí surge todo lo demás. Demasiada gente con necesidad de agua potable, alimentos, viviendas, escuelas, hospitales, trabajo, transporte, etc.
Yo lo comparo con una familia. Viven mejor en un apartamento promedio de cualquier ciudad del mundo una familia de tres o cuatro personas que si son 12 en ese mismo espacio. Eso mismo le sucede al planeta. Demasiada gente. Somos una plaga. Acabamos con todo, como estupendos depredadores que somos.
Creo que la mejor solución es educar. Hacer comprender a las parejas mediante la información sistemática que es contraproducente tener más de dos hijos. Y por supuesto, como se ha hecho en Cuba desde hace décadas,  facilitarles anticonceptivos gratuitos, derecho total al aborto también gratis. Y pedirles que por favor no escuchen a los religiosos irresponsables y demagogos que están en contra del aborto. Es la mejor solución, con resultados efectivos a mediano y largo plazo.


lunes, 12 de enero de 2015

GLOBALIZACIÓN

¿Perderá Cuba su identidad nacional en los próximos años? La pregunta parece tonta o ingénua pero me la han formulado periodistas de cinco o seis países en los últimos días, a partir de los acuerdos Obama-Raúl para restablecer relaciones diplomáticas. Normalmente no hago comentarios sobre política en los medios. Por una razón básica: lo decisivo en política es lo que se mantiene oculto tras el escenario. Lo que nunca conoceremos los mortales simples y comunes que andamos a pie por la calle. Así que prefiero mantenerme alejado de esa vorágine caótica e impredecible y concentrar mis neuronas en la literatura.  No obstante, hay temas que van mucho más allá de la circunstancial política nuestra de cada día y entran en el terreno de la filosofía de la política. Por ejemplo, la globalización. El soplo de un dólar que aletee en Wall Street puede remover 200 toneladas de lingotes de oro en Luxemburgo.Ya eso es filosofía pura. ¿O no?
Hace unos días un enviado de la CNN me hizo una larga entrevista. Por cierto, un poco extravagante. El camarógrafo me pidió grabarla al atardecer en el techo de mi casa en Centro Habana, desde donde se domina toda la ciudad (se ve algo en la foto que he puesto en la cabeza de este blog). Y una vez más surgió la pregunta provocativa y supuestamente espinosa: ¿Entrarán aquí los MacDonalds, KFK, Starsbuck, Walt Disney y etc. y se perderá esta gracia natural de los cubanos, que son tan alegres?
Me sonreí. Sí, los cubanos seguimos funcionando como un pulmón de oxígeno, felizmente. Mi respuesta no fue ingeniosa, sino objetiva y realista: Vivimos en un mundo globalizado. No podemos hacer como el avestruz y esconder la cabeza en un hoyo en el suelo, pensando que ya estamos a salvo. Las finanzas mundiales están globalizadas. De ahí depende todo lo demás. Sabemos sobradamente que los grandes inversores del mundo pueden poner o retirar dinero en cualquier país en pocos minutos. Pero sucede algo, los financieros se ponen nerviosos y retiran miles de millones en minutos y el país en cuestión cae en quiebra. Todo en segundos. Es increíble pero cierto. Somos frágiles y vulnerables como nunca antes. Cuesta trabajo encontrar dinero y lograr que se invierta en algo concreto y útil, pero después se puede evaporar en minutos y dejarnos peor que antes. Eso es, a mi modo de ver, lo peor del tema globalización.
Los que de verdad tienen el dinero ejercen una dictadura brutal y sanguinaria. Léase FMI y los grandes superbancos. Los gobiernos cada vez tienen menos espacio de soberanía nacional. Y después está el aspecto digamos cultural o sociológico: las grandes transnacionales entran a saco. Enormes tiendas de alimentos,de muebles, ropa, zapatos, medicina, electrónica. Todo en grandes superficies. Atraen a las masas y hunden a los medianos y pequeños comerciantes del país. Es una realidad objetiva. Hay millones que pasan a comprar libros y discos en FNAC, a comer hamburguesas y horribles batidos engordadores en MacDonalds, café americano en Starsbuck, muebles en IKEA, y se meten de lleno en la industria estandarizada del entretenimiento americano: música, películas, seriales, y hasta porno y noticias standard. Todo esto en detrimento de nunca llegar a una cultura verdadera y anti-standard. Así que creo que el asunto es grave y urgente, y estamos obligados a hablar sin dorar la píldora.
Pero toda causa genera un efecto. Al mismo tiempo que este proceso de seducción subliminal se produce por estas gigantescas y engatusadoras compañías, también hay millones que reaccionamos con criterio propio. Son personas con capacidad de análisis que individualmente dicen NO a la comida rápida e industrial que nos satura de colesterol y nos pone obesos como cerdos. Dicen NO en todo lo posible a las grandes superficies. Pero dicen NO hasta cierto punto. Porque quieras o no vives en este mundo globalizado. Casi estoy tentado a escribir: vives atrapado en este mundo, no puedes escapar a otro planeta porque no vivimos en un comic de Flash Gordon.
Por supuesto, este tema  no se puede agotar en el breve espacio de estas líneas, globalizadas y blogueras que, dentro de un minuto, cuando yo apriete un botón, leerán en Alaska y en Tierra del Fuego al mismo tiempo. Pero quiero recordar que en todo esto no hay inocencia alguna. Ni casualidad. El Club Bilderberg existe, se reúne y funciona con máxima eficiencia. No es un cuento. Así que los que nos oponemos a esa maquinaria de control desmesurado tenemos que al menos hablar en voz alta y hacer que muchos se enteren de la manipulación a la que estamos sometidos. Sin información no podemos reaccionar.
Y finalmente quiero bocetar una idea más filosófica y que me parece esencial dejar aquí. Me refiero al espíritu de la época. Que ante todo es un espíritu mercantil. Ese espíritu marca a cada individuo -yo incluido, por supuesto- que se cree libre cuando en realidad está atrapado por las ideas obsesivas de competir y consumir. Por tanto somos hiperactivos y neuróticos. Todo nos parece poco. Todos queremos más. Y más. Esa es la trampa esencial de nuestros tiempos. Somos ansiosos, desesperados, y vivimos pensando que se nos agota el tiempo. Cada día. No me alcanza el tiempo. Es un drama terrible que tenemos encima y nos come por dentro. Lo siento pero no encuentro un final optimista para esta nota. Disculpen. No hay happy end.

miércoles, 7 de enero de 2015

EL VICIO DE ESCRIBIR

Creo que escribir se convierte poco a poco en un vicio incontrolable. Tanto como fumar o beber ron. Escribir ayuda a ordenar las ideas. Yo siempre he llevado diarios. Eso me ayuda mucho. Escribo las rutinas intrascendentes del día a día. Lo que sucede alrededor y dentro de mí. También tengo este blog y además escribo poesía. Son mis tres variables mínimas de la escritura: diario, blog y poesía. Campos de experimentación donde uno escribe sin pensar mucho. La escritura  fluye y escribo automáticamente.  La variable media, para mí, es el cuento. Y la variable máxima es la novela.
Es muy difícil escribir una novela. Un poema sale a tropezones de alguna lectura, de una imagen, de un pensamiento, de algo que escucho por ahí. No sé. Hay muchos estímulos. Escribo un poco, a mano, y lo dejo, sin darle importancia. Un día o una semana después escribo más, lo redondeo. Y generalmente en pocos días o -con suerte- en pocas horas tengo un poema extraño, raro, misterioso, inexplicable, y me pregunto de dónde coño ha salido. ¿Todo eso estaba en mi cabeza? No lo creo. Yo no estoy tan loco. Pero, en fin, ya está escrito. Lo paso a máquina, lo cual es importante para mejorarlo más, y lo guardo en una carpeta. Después sólo hay que releerlo cada unos cuantos días para corregirlo una y otra vez y borrar los ripios e hilachas, que siempre cuelgan. 
Nunca se escribe un libro de poemas, por supuesto. La poesía no soporta tanto método. Si intento ponerle orden se encabrita y me tumba del caballo. Hay que dejarla medio silvestre, fuera del corral. Es decir, controlar agota la fuente misteriosa. Es mejor ignorar dónde está  esa fuente y seguir tirando un cubo con una cuerda en la oscuridad del pozo. Si se hace relajadamente, el cubo siempre saldrá con agua limpia, libre de fango. No hay que pretender jamás ordenar cartesianamente los poemas porque todo se jode. A mí me da mala suerte hasta contar los poemas que hay en la carpeta, o tratar de ordenarlos, o buscar un título pensando en un libro. Y ni pensar en leerle un poema en voz alta a otra persona. No. Secreto total. No. Nada de eso. Todo ad libitum. Que los poemas se sientan libres, independientes, nada de coacciones o intentos de controlar la situación. Libertad total. Los poemas son muy vulnerables. Frágiles como nadie se imagina.
En cambio, los cuentos soportan, requieren, y hasta exigen, un poquito de más control. Comienzan igual que los poemas: de una situación, de un recuerdo, de una historia real que alguien me ha contado. Tomo unos apuntes, sé por dónde empezar y cómo seguir, intuyo un final, o no. Generalmente no sé el final. Y me lanzo. Pero el cuento es breve y no me hace sufrir. Sigo el caminito que los personajes me indican. En la poesía no hay personajes. A veces sí, pero muy sutiles y deslavados, casi siempre son como fantasmas Juanrulfianos que flotan en el poema. Pero en el cuento mis personajes sí son de carne y hueso, duros. Son los que hacen todo el trabajo. Yo sólo los sigo obedientemente, para enterarme de todo. Es fácil. Faulkner aseguraba que cuando escribía una novela, los personajes cobraban vida después de la página 200. Entonces se deslizaban solos y él se convertía en simple testigo de lo que pasaba ante sus ojos. Es decir, que era capaz de escribir 200 páginas empujando a sus personajes y obligándolos a moverse. Pues no entiendo y tampoco me lo creo.  Tengo que esperar semanas, meses, años, hasta que los personajes ya tienen vida. Y cuando empiezo a escribir todo el mundo hace rato que está viviendo ahí en ese lugar. Yo abro una puerta y ahí está todo funcionando y latiendo. El problema es encontrar esa puerta.
Mi última novela, Fabián y el caos, ahora en proceso editorial, comenzó a asomar las orejas en 1991 y no me atreví a comenzar a escribirla hasta 2012. Para ser exacto: No es que no me atreviera, era mucho peor. Es que no sabía cómo escribirla. Tenía los personajes, el escenario, la época, la atmósfera, los vínculos, las relaciones, la trama básica y el superobjetivo (detesto esa palabrita pedante, pero es cierto, si no hay superobjetivo implícito todo se queda a ras del suelo). Pero la historia tiene que fluir sola. Hay que encontrar algo, que se sé qué es. Es un soplo de vida, que hace que todo se ponga en marcha suavemente, sin chirridos. Ese soplo de vida es el que marca la diferencia entre el escritor comercial, artesano, vulgar y simple, y el verdadero artista, que posee la gracia inexplicable del arte.
Pues la novela pudo arrancar, o su escritura pudo comenzar, porque una mañana mi mujer me contó algo que le sucedía con unos tíos en Madrid, en la época de Franco, cuando ella era muy joven. Y fue una iluminación repentina e inesperada.  Claro. Ahí comenzaba la novela. No donde yo pensaba que debía comenzar. Y me senté inmediatamente y me puse a escribir. Dos años para unas 200 páginas. Para escribir una novela se necesita mucha disciplina, autocontrol, y renunciar a muchas cosas en aras de lo que uno hace. La novela no permite que se le abandone. Me levanto por las mañanas. Tomo café y me siento a escribir. Horas y horas. Hasta el mediodía. Y esa disciplina durante meses. No hay otro método: Por las tardes hago ejercicios, veo amigos, paseo, voy a nadar, me estiro como un oso encogido después de 6 meses de hivernación. Exige mucho la novela. Y me hace sufrir porque  en todo el tiempo de escritura llevo una doble vida. Y encima, hacia el final siempre me pongo frenético y trabajo hasta por la noche. Es terrible porque se convierte en algo agónico. Por suerte, con los años escribo menos. Bueno, con los años todo se hace menos. En una entrevista que Elena Poniatowska le hizo a Julio Cortázar en los años 80 (Revista de la Universidad de México, octubre 2013), ella le pregunta:  "Julio, ¿tu capacidad de trabajo sigue siendo tan fenomenal?" Y él responde: "No, a medida que va pasando el tiempo es cada vez menos. Cuando empiezo un libro -hablemos de una novela que es un trabajo más continuado- y tengo una necesidad imperiosa de escribirlo, tardo muchísimo en decidirme a empezarlo, doy vueltas como un perro alrededor de un tronco de árbol, a veces semanas y meses hasta que, finalmente, la cosa empieza: es evidente, lo sé por experiencia, porque siempre me sucede lo mismo. El primer tercio del libro avanza a empujones, entro en una etapa de trabajo continuo y finalmente me olvido de comer y de dormir. Me acuerdo muy bien cuando escribí Rayuela, lo hice en un estado tal de posesión que no lograba alejarme de la mesa de trabajo".